De
la "Introducción a la vida devota"
de san Francisco de Sales
En
la misma creación, Dios creador mandó a las plantas que diera cada una fruto
según su propia especie: así también mandó a los cristianos, que son como las
plantas de su Iglesia viva, que cada uno diera un fruto de devoción conforme a
su calidad, estado y vocación.
La
devoción, insisto, se ha de ejercitar de diversas maneras, según que se trate
de una persona noble o de un obrero, de un criado o de un príncipe, de una
viuda o de una joven soltera, o bien de una mujer casada. Más aún: la devoción
se ha de practicar de un modo acomodado a las fuerzas, negocios y ocupaciones
particulares de cada uno.
Dime,
te ruego, mi Filotea, si sería lógico que los obispos quisieran vivir
entregados a la soledad, al modo de los cartujos; que los casados no se
preocuparan de aumentar su peculio más que los religiosos capuchinos; que un
obrero se pasara el día en la iglesia, como un religioso; o que un religioso,
por el contrario, estuviera continuamente absorbido, a la manera de un obispo,
por todas las circunstancias que atañen a las necesidades del prójimo. Una tal
devoción ¿por ventura no sería algo ridículo, desordenado o inadmisible?
Y,
con todo, esta equivocación absurda es de lo más frecuente. No ha de ser así;
la devoción, en efecto, mientras sea auténtica y sincera, nada destruye, sino
que todo lo perfecciona y completa, y, si alguna vez resulta de verdad
contraria a la vocación o estado de alguien, sin duda es porque se trata de una
falsa devoción.
La
abeja saca miel de las flores sin dañarlas ni destruirlas, dejándolas tan
íntegras, incontaminadas y frescas como las ha encontrado. Lo mismo, y mejor
aún, hace la verdadera devoción: ella no destruye ninguna clase de vocación o
de ocupaciones, sino que las adorna y embellece.
Del
mismo modo que algunas piedras preciosas bañadas en miel se vuelven más
fúlgidas y brillantes, sin perder su propio color, así también el que a su
propia vocación junta la devoción se hace más agradable a Dios y más perfecto.
Esta devoción hace que sea mucho más apacible el cuidado de la familia, que el
amor mutuo entre marido y mujer sea más sincero, que la sumisión debida a los
gobernantes sea más leal, y que todas las ocupaciones, de cualquier clase que
sean, resulten más llevaderas y hechas con más perfección.
Es,
por tanto, un error, por no decir una herejía, el pretender excluir la devoción
de los regimientos militares, del taller de los obreros, del palacio de los
príncipes, de los hogares y familias; hay que admitir, amadísima Filotea, que
la devoción puramente contemplativa, monástica y religiosa no puede ser
ejercida en estos oficios y estados; pero, además de este triple género de
devoción, existen también otros muchos y muy acomodados a las diversas
situaciones de la vida seglar.
Así
pues, en cualquier situación en que nos hallemos, debemos y podemos aspirar a
la vida de perfección.
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