sábado, 14 de enero de 2012

La humanidad de Dios que irradia del rostro de Cristo

Por Martín Steiner, o.f.m.

1. Francisco «comenzó a hacer penitencia» pasando de su mundo, el del «común» o nuevo municipio, al mundo de los rechazados y marginados por la sociedad. En el corazón de este pasaje, realizado en la docilidad al Señor que lo conducía secretamente, Francisco se dejó iluminar por la claridad resplandeciente del Rostro del Crucificado, hermano de todos los pequeños, de los pobres, de los marginados...

Ahora bien, Francisco comprendió que sólo puede permanecer en el ámbito de la irradiación de esa luz quien acepta volverse hacia ella constantemente para dejarse convertir por ella. Los pecadores, que no quieren abrirse a esta revelación de la humanidad de Dios, rechazando así el «gustar cuán suave es el Señor» y, en consecuencia, «no queriendo cumplir los mandamientos del Señor», «aman más las tinieblas que la luz». Sobre ellos pesa una maldición (2CtaF 16): «Engañados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen, son unos ciegos, pues no ven a quien es la luz verdadera, nuestro Señor Jesucristo. 

No tienen sabiduría espiritual, porque no tienen en sí al Hijo de Dios, que es la verdadera sabiduría del Padre» (2CtaF 66-67). Su ceguera procede de una opción consciente por el mal. Pero en realidad son víctimas de los tres enemigos que Francisco ha desenmascarado en su búsqueda del Rostro del Señor: la carne, es decir, el egoísmo que, en nosotros, opone resistencia al Señor (ese corazón malo de donde proceden todos los males); el mundo, es decir, todo cuanto, fuera de nosotros, se opone a la gracia; y por último, el diablo, príncipe de las tinieblas (2CtaF 69). Para Francisco ya no hay término medio: o bien el hombre acoge la nueva luz que mana de la cruz, y «vive en penitencia» (cf. 2CtaF 63-71), vencido por la bondad gratuita, absolutamente inmerecida, que lee en la mirada de su Señor, o bien el hombre permanece en tinieblas, cegado como está por todas las fuerzas de la ambición y de la autosuficiencia en sí y fuera de sí. Pero entonces se vuelve inhumano.

2. Las tinieblas que disipa la luz que irradia el rostro de Cristo pueden ser también de otra naturaleza: Francisco mismo conoció personalmente la noche de la prueba y de la tentación. Y sus hermanos, no se libraron. La manera en que Francisco libró a Fr. León de una gran tentación diabólica descorre un tanto el velo sobre las luchas íntimas del Poverello mismo, que buscaba la paz poniéndose bajo la luz del Crucificado. Cuando a Fr. León le asaltaron las tentaciones, estaba con Francisco en el monte de La Verna. Francisco acababa de ser totalmente configurado con su Señor por la estigmatización. En la aparición del Serafín, Francisco quedó aterrado por la crucifixión y los sufrimientos crueles de su Señor. Al mismo tiempo, experimentó una inmensa alegría al sentirse envuelto en la mirada benigna y benévola de Cristo (1 Cel 94; LM 13, 3; Ll 3). Entonces compuso y escribió en un trozo de pergamino, cuyo destinatario era Fr. León, las conocidas Alabanzas de Dios (=AlD); en el reverso, añadió, también de su propia mano:

El Señor te bendiga y te guarde;
te muestre su rostro y tenga piedad de ti.
Vuelva a ti su rostro y te conceda la paz.
El Señor te bendiga, hermano León (BenL).

La tentación de Fr. León desapareció inmediatamente...

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