domingo, 29 de enero de 2012

San Francisco, maestro de oración y contemplación

Por Optato van Asseldonk, o.f.m.cap.

Ciertamente, a Francisco no le habría gustado este título. Para él, Jesucristo es el único «Maestro» y, por consiguiente, sólo a Él le corresponde tal apelativo. Además, la palabra «contemplación» no aparece en los escritos del Santo, y la expresión «oración» y «orar» se repite en ellos 32 veces, número más bien exiguo si lo comparamos, por ejemplo, con las 74 veces que figura «amor-caridad, amar», o, más aún, las casi 200 que encontramos «obrar, obras, operación, hacer».


No quiero dar excesiva importancia a una estadística tan simple como esta, y me basta una palabra del Santo para hacerme reflexionar y mucho: «Decía el bienaventurado Francisco: "Tanto sabe el hombre, cuanto obra; y tanto sabe orar un religioso, cuanto practica". Como si dijera: "Al buen árbol no se le conoce sino por sus frutos"» (LP 105c). Por consiguiente, lo que nos resulta cierto es la importancia de la verdadera oración en la doctrina de Francisco, verdadera oración que se descubre en los frutos de una vida buena y santa.

Celano escribe de Francisco: Totus non tam orans quam oratio factus, «hecho todo él ya no sólo orante, sino oración» (2 Cel 95). Aquí me gustaría traducir esa famosa expresión de la siguiente manera: toda su oración fue su misma vida; o bien: su vida misma fue su oración. Pero me temo que con ello, en lugar de exponer el texto, le estaría imponiendo tal vez mi pensamiento.

Francisco en efecto, no dejó a sus hermanos normas cuantitativas sobre la oración, si exceptuamos el Oficio divino, ni un horario para las oraciones, fuera de la Regla para los eremitorios. Ni siquiera les dio nunca indicaciones respecto al tiempo y duración de la «meditación». Es cierto que, siguiendo la norma evangélica (Lc 18,1), dice algunas veces que debemos orar siempre; pero, ¿quién habrá que piense que ha de tomar esa palabra al pie de la letra, en su sentido material? En cambio, Francisco establece en la Regla no bulada: «Los siervos de Dios deben perseverar siempre en la oración o en alguna obra buena» (1 R 7,12). Según el contexto, lo que el Santo quiere es que sus hermanos nunca estén ociosos, pues «la ociosidad es enemiga del alma» (v. 11).

Respecto a la calidad de la oración, por el contrario, sí nos dejó Francisco normas decisivas y muy precisas, mostrándose como un verdadero maestro de oración, aunque muy consciente de su condición de siervo y ministro del único Maestro y de su Espíritu, en conformidad con aquella palabra tan profunda y sentida: «Dice el Apóstol: Nadie puede decir: Señor Jesús, sino en el Espíritu Santo (1 Cor 12,3)» (Adm 8,1). Verdaderamente es el Espíritu Santo quien inspira, dice y hace en nosotros y en los demás todo bien, incluso la oración, si no ésta sobre todo.

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