viernes, 3 de mayo de 2013

María Santísima y la piedad de San Francisco (I)


Por Constantino Koser, OFM

El intenso amor a Cristo-Hombre, tal como lo practicó San Francisco y como lo dejó en herencia a su Orden, no podía dejar de alcanzar a María Santísima. Las razones del corazón católico y de la caballerosidad de San Francisco lo llevaban al amor encendido de la Madre de Dios. «Amaba con indecible afecto a la Madre del Señor Jesús, por ser ella la que ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad y por haber nosotros alcanzado misericordia mediante ella. Después de Cristo, depositaba principalmente en la misma su confianza; por eso la constituyó abogada suya y de todos sus hermanos, y ayunaba en su honor con suma devoción desde la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo hasta la fiesta de la Asunción» (LM 9,3).

San Francisco no es solamente un santo muy devoto, muy afecto a la Madre de Dios, sino uno de los santos en quien la piedad mariana se manifiesta con una floración original y singular, sin que por ello se aparte en lo más mínimo de las líneas marcadas por la Iglesia. La Edad Media, de la cual es hijo San Francisco, tuvo una piedad mariana llena de los más suaves encantos, porque estaba fundada íntegramente en la nobleza de los sentimientos y en la cortesía de las actitudes de los caballeros.

Los caballeros se consideraban paladines de la honra y de la gloria de María Santísima. En general, respetaban en las mujeres a la Madre de Dios, habiendo introducido así costumbres suaves y delicadas en una época de la Historia que fue excesivamente guerrera y dura. Las reinas y emperatrices santas de esta época deben su santidad, y no en último término, a la presión que sobre ellas ejercían la mentalidad caballeresca de su tiempo y la piedad mariana. Esta mentalidad y esta piedad las protegía y envolvía y les exigía un comportamiento que facilitaba mucho la práctica de las virtudes eminentemente femeninas y cristianas. Es cierto que el caballero ideal fue muy raro en la realidad, pero todos tenían el ideal ante los ojos y siempre era presentado de nuevo con los más vivos colores y con las más estimulantes exhortaciones. En consecuencia, muchísimos aspiraban a ello; todos lo tenían en cuenta como altamente deseable y así influía en todos poderosamente.

San Francisco, que en su concepción específica de la vida religiosa partía de este ideal, y que consideraba a los suyos como «caballeros de la Tabla Redonda» (EP 72), cultivó con esmero y con toda su intensidad el servicio a la Virgen Santísima dentro de los moldes caballerescos y condicionado a su concepto y a su práctica de la pobreza. Nada más conmovedor y delicado en la vida de este santo que la fuerte y al mismo tiempo dulce y suave devoción a la Madre de Dios. Derivada del amor a Dios y a Cristo, orientada por el Evangelio y vaciada en los moldes y costumbres de la caballería medieval que él transportó a una sobrenaturalidad, pureza y fuerza singularísimas, esta piedad mariana del santo Fundador es parte integrante de lo que legó a su Orden y que en ésta fue cultivada con esmero. San Francisco hizo de los caballeros de Madonna Povertà los paladines de los privilegios y de la honra de la Madre de Cristo.

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