Por Constantino Koser, OFM
El intenso amor a Cristo-Hombre,
tal como lo practicó San Francisco y como lo dejó en herencia a su Orden, no
podía dejar de alcanzar a María Santísima. Las razones del corazón católico y
de la caballerosidad de San Francisco lo llevaban al amor encendido de la Madre
de Dios. «Amaba con indecible afecto a la Madre del Señor Jesús, por ser ella
la que ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad y por haber
nosotros alcanzado misericordia mediante ella. Después de Cristo, depositaba
principalmente en la misma su confianza; por eso la constituyó abogada suya y
de todos sus hermanos, y ayunaba en su honor con suma devoción desde la fiesta
de los apóstoles Pedro y Pablo hasta la fiesta de la Asunción» (LM 9,3).
San Francisco no es solamente un
santo muy devoto, muy afecto a la Madre de Dios, sino uno de los santos en
quien la piedad mariana se manifiesta con una floración original y singular,
sin que por ello se aparte en lo más mínimo de las líneas marcadas por la
Iglesia. La Edad Media, de la cual es hijo San Francisco, tuvo una piedad
mariana llena de los más suaves encantos, porque estaba fundada íntegramente en
la nobleza de los sentimientos y en la cortesía de las actitudes de los
caballeros.
Los caballeros se consideraban
paladines de la honra y de la gloria de María Santísima. En general, respetaban
en las mujeres a la Madre de Dios, habiendo introducido así costumbres suaves y
delicadas en una época de la Historia que fue excesivamente guerrera y dura.
Las reinas y emperatrices santas de esta época deben su santidad, y no en
último término, a la presión que sobre ellas ejercían la mentalidad
caballeresca de su tiempo y la piedad mariana. Esta mentalidad y esta piedad
las protegía y envolvía y les exigía un comportamiento que facilitaba mucho la
práctica de las virtudes eminentemente femeninas y cristianas. Es cierto que el
caballero ideal fue muy raro en la realidad, pero todos tenían el ideal ante
los ojos y siempre era presentado de nuevo con los más vivos colores y con las
más estimulantes exhortaciones. En consecuencia, muchísimos aspiraban a ello;
todos lo tenían en cuenta como altamente deseable y así influía en todos
poderosamente.
San Francisco, que en su
concepción específica de la vida religiosa partía de este ideal, y que
consideraba a los suyos como «caballeros de la Tabla Redonda» (EP 72), cultivó
con esmero y con toda su intensidad el servicio a la Virgen Santísima dentro de
los moldes caballerescos y condicionado a su concepto y a su práctica de la
pobreza. Nada más conmovedor y delicado en la vida de este santo que la fuerte
y al mismo tiempo dulce y suave devoción a la Madre de Dios. Derivada del amor
a Dios y a Cristo, orientada por el Evangelio y vaciada en los moldes y
costumbres de la caballería medieval que él transportó a una sobrenaturalidad,
pureza y fuerza singularísimas, esta piedad mariana del santo Fundador es parte
integrante de lo que legó a su Orden y que en ésta fue cultivada con esmero.
San Francisco hizo de los caballeros de Madonna Povertà los paladines de los
privilegios y de la honra de la Madre de Cristo.
[Cf. el texto completo en http://www.franciscanos.org/virgen/koser.html]
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