jueves, 22 de noviembre de 2012

De la imitación del Señor Admonición 6ª de San Francisco (I)


Por Kajetan Esser, OFM

Consideremos todos los hermanos al Buen Pastor, que por salvar a sus ovejas sufrió la pasión de la cruz. Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y la persecución, en la vergüenza y el hambre, en la enfermedad y la tentación, y en las demás cosas; y por esto recibieron del Señor la vida sempiterna. De donde es una gran vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros, recitándolas, queremos recibir gloria y honor (Adm 6).


Para los hermanos y hermanas de san Francisco la forma de vida, su contenido e ideal, es la siguiente: «Guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo». Esto coincide con la última voluntad de nuestro Padre, quien confesaba en su Testamento: «El mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio». Mas para san Francisco, la vida según el Evangelio es una vida de seguimiento incondicional de Cristo. Y de tal seguimiento trata la sexta Admonición del Santo.

En sus palabras de exhortación, Francisco nos introduce en el núcleo central de su vida y de la nuestra, nos revela con toda claridad el misterio esencial de la vida franciscana: el seguimiento inmediato de Cristo, seguimiento que equivale a imitación, a una nueva versión de la vida terrena de Jesús como Hombre-Dios. Francisco no quiso imitar ni renovar la vida de la primitiva comunidad, de los primeros cristianos en Jerusalén. Tampoco quiso renovar y actualizar en la Iglesia la vida de los Apóstoles. Francisco trató de llegar hasta el mismo Cristo, el Señor. El libro fundamental de su vida no son los Hechos de los Apóstoles, sino los Evangelios. Ellos le dicen cómo vivió Cristo sobre la tierra y cómo debemos seguirle. Constantemente tuvo la mirada fija en Cristo, y cuanto vio en Él, trató de imitarlo fielmente con toda sencillez.

Francisco sabía muy bien que el camino de la auténtica imitación, del fiel seguimiento de Cristo, es el más seguro de los caminos hacia el Padre que «habita en una luz inaccesible».

Por ello, la ley fundamental, el objetivo primordial de nuestra vida franciscana puede formularse así: ¡Como Cristo vivió sobre la tierra, así quiso vivir Francisco, y así también debemos vivir nosotros! Santa Clara formuló certeramente esta actitud: «El Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino, que con la palabra y el ejemplo nos mostró y enseñó nuestro bienaventurado padre Francisco, verdadero amante e imitador suyo» (TestCl 5). De esto, tan radicalmente principal, nos habla Francisco en la presente Admonición:

«Consideremos todos los hermanos al Buen Pastor, que por salvar a sus ovejas sufrió la pasión de la cruz».

Fijemos la atención en el texto: «todos los hermanos». Nadie queda excluido. Ninguno de los hermanos puede pensar que no se le incluye a él. Nadie crea que se refiere sólo a los demás. Esta Admonición se dirige a todos, e individualmente cada uno de los seguidores de san Francisco debe aplicársela a sí mismo personalmente. Así, al meditar estas palabras tan llenas de significado, no debemos referirlas a los otros, sino dirigírnoslas a nosotros mismos. A su luz hemos de examinar y juzgar nuestra vida.

«Consideremos»: esto es lo primero. El que quiera seguir y conformar su vida a la de Cristo, debe tener puesta la mirada en Él. Hemos de familiarizarnos con la vida de Cristo y fijarnos detenidamente en lo que el Señor y Maestro hizo y dijo. Todo ello debe imprimirse profundamente en nosotros. La vida de Cristo, sus palabras y sus acciones, no deberían jamás ausentarse de nosotros, no deberíamos nunca perderlas de vista y, sobre todo, no deberíamos olvidar lo que es lo grande e importante para nosotros: que Él, como el buen Pastor nuestro, sufrió el suplicio de la cruz para salvarnos a nosotros, sus ovejas. El se entregó total y absolutamente por nosotros, ovejas descarriadas, a fin de que pudiésemos nuevamente volver a Él, y por Él al Padre. Él murió por nosotros, para liberarnos de las garras de Satanás, y de pecadores convertirnos de nuevo en hijos de Dios. No apartemos la vista de este inconmensurable amor, para que no decrezcan nuestra gratitud y amor hacia Él y le demos siempre la respuesta de un amor reconocido.

Este nuestro «considerar» es necesariamente comprometedor, y no puede derivarse de un simple interés externo. Debemos contemplar para comprometernos, imitar y compartir. Se trata de lo más importante, y así lo expresa Francisco: «Tenemos que amar mucho el amor del que nos ha amado mucho» (2 Cel 196).

[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 12 (1975) 297-302]

No hay comentarios.:

Publicar un comentario