Por Kajetan Esser, OFM
Consideremos todos los hermanos al Buen Pastor, que
por salvar a sus ovejas sufrió la pasión de la cruz. Las ovejas del Señor le
siguieron en la tribulación y la persecución, en la vergüenza y el hambre, en
la enfermedad y la tentación, y en las demás cosas; y por esto recibieron del
Señor la vida sempiterna. De donde es una gran vergüenza para nosotros, siervos
de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros, recitándolas, queremos recibir
gloria y honor (Adm 6).
Para los hermanos y hermanas de san Francisco la forma
de vida, su contenido e ideal, es la siguiente: «Guardar el santo Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo». Esto coincide con la última voluntad de nuestro
Padre, quien confesaba en su Testamento: «El mismo Altísimo me reveló
que debía vivir según la forma del santo Evangelio». Mas para san Francisco, la
vida según el Evangelio es una vida de seguimiento incondicional de Cristo. Y
de tal seguimiento trata la sexta Admonición del Santo.
En sus palabras de exhortación, Francisco nos
introduce en el núcleo central de su vida y de la nuestra, nos revela con toda
claridad el misterio esencial de la vida franciscana: el seguimiento inmediato
de Cristo, seguimiento que equivale a imitación, a una nueva versión de la vida
terrena de Jesús como Hombre-Dios. Francisco no quiso imitar ni renovar la vida
de la primitiva comunidad, de los primeros cristianos en Jerusalén. Tampoco
quiso renovar y actualizar en la Iglesia la vida de los Apóstoles. Francisco
trató de llegar hasta el mismo Cristo, el Señor. El libro fundamental de su
vida no son los Hechos de los Apóstoles, sino los Evangelios.
Ellos le dicen cómo vivió Cristo sobre la tierra y cómo debemos seguirle.
Constantemente tuvo la mirada fija en Cristo, y cuanto vio en Él, trató de
imitarlo fielmente con toda sencillez.
Francisco sabía muy bien que el camino de la
auténtica imitación, del fiel seguimiento de Cristo, es el más seguro de los
caminos hacia el Padre que «habita en una luz inaccesible».
Por ello, la ley fundamental, el objetivo primordial
de nuestra vida franciscana puede formularse así: ¡Como Cristo vivió sobre la
tierra, así quiso vivir Francisco, y así también debemos vivir nosotros! Santa
Clara formuló certeramente esta actitud: «El Hijo de Dios se ha hecho para
nosotras camino, que con la palabra y el ejemplo nos mostró y enseñó nuestro
bienaventurado padre Francisco, verdadero amante e imitador suyo» (TestCl 5).
De esto, tan radicalmente principal, nos habla Francisco en la presente Admonición:
«Consideremos todos los hermanos al Buen Pastor, que
por salvar a sus ovejas sufrió la pasión de la cruz».
Fijemos la atención en el texto: «todos los
hermanos». Nadie queda excluido. Ninguno de los hermanos puede pensar que
no se le incluye a él. Nadie crea que se refiere sólo a los demás. Esta Admonición
se dirige a todos, e individualmente cada uno de los seguidores de san
Francisco debe aplicársela a sí mismo personalmente. Así, al meditar estas
palabras tan llenas de significado, no debemos referirlas a los otros, sino
dirigírnoslas a nosotros mismos. A su luz hemos de examinar y juzgar nuestra
vida.
«Consideremos»: esto es lo primero. El que
quiera seguir y conformar su vida a la de Cristo, debe tener puesta la mirada
en Él. Hemos de familiarizarnos con la vida de Cristo y fijarnos detenidamente
en lo que el Señor y Maestro hizo y dijo. Todo ello debe imprimirse
profundamente en nosotros. La vida de Cristo, sus palabras y sus acciones, no
deberían jamás ausentarse de nosotros, no deberíamos nunca perderlas de vista
y, sobre todo, no deberíamos olvidar lo que es lo grande e importante para
nosotros: que Él, como el buen Pastor nuestro, sufrió el suplicio de la cruz
para salvarnos a nosotros, sus ovejas. El se entregó total y absolutamente por
nosotros, ovejas descarriadas, a fin de que pudiésemos nuevamente volver a Él,
y por Él al Padre. Él murió por nosotros, para liberarnos de las garras de
Satanás, y de pecadores convertirnos de nuevo en hijos de Dios. No apartemos la
vista de este inconmensurable amor, para que no decrezcan nuestra gratitud y
amor hacia Él y le demos siempre la respuesta de un amor reconocido.
Este nuestro «considerar» es necesariamente
comprometedor, y no puede derivarse de un simple interés externo. Debemos
contemplar para comprometernos, imitar y compartir. Se trata de lo más
importante, y así lo expresa Francisco: «Tenemos que amar mucho el amor del que
nos ha amado mucho» (2 Cel 196).
[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 12
(1975) 297-302]
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