Francisco estaba íntimamente unido a Jesús. Jesús siempre estaba en su corazón, en sus labios, en sus oídos, en sus ojos, en sus manos; Jesús siempre presente en todo su cuerpo. ¡Cuántas veces, estando en la mesa, olvidaba la comida al oír el nombre de Jesús, al mencionarlo o pensar en él! Como se dice de San Bernardo: “Viendo, no veía; oyendo, no oía”. Es más: si, estando de viaje, cantaba a Jesús o meditaba en él, muchas veces se olvidaba de que estaba caminando hacia alguna parte e invitaba a todas las criaturas a alabarlo. (VIa, 115)
Reflexionemos...
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