Un solo hijo
dio a luz María, el cual, así como es Hijo único del Padre celestial, así
también es el hijo único de su madre terrena. Y esta única virgen y madre, que
tiene la gloria de haber dado a luz al Hijo único del Padre, abarca, en su
único hijo, a todos los que son miembros del mismo; y no se avergüenza de
llamarse madre de todos aquellos en los que ve formado o sabe que se va
formando Cristo, su hijo.
La antigua
Eva, más que madre madrastra, ya que dio a gustar a sus hijos la muerte antes
que la luz del día, aunque fue llamada madre de todos los que viven, no
justificó este apelativo; María, en cambio, realizó plenamente su significado, ya
que ella, como la Iglesia de la que es figura, es madre de todos los que
renacen a la vida. Es, en efecto, madre de aquella Vida por la que todos viven,
pues, al dar a luz esta Vida, regeneró, en cierto modo, a los que habían de
vivir por ella.
Esta santa
madre de Cristo, como sabe que, en virtud de este misterio, es madre de los
cristianos, se comporta con ellos con solicitud y afecto maternal, y en modo
alguno trata con dureza a sus hijos, como si no fuesen ya suyos, ya que sus
entrañas, una sola vez fecundadas, aunque nunca agotadas, no cesan de dar a luz
el fruto de piedad.
Si el Apóstol
de Cristo no deja de dar a luz a sus hijos, con su solicitud y deseo piadoso, hasta
que Cristo tome forma en ellos, ¿cuánto más la madre de Cristo? Y Pablo los
engendró con la predicación de la palabra de verdad con que fueron regenerados;
pero María de un modo mucho más santo y divino, al engendrar al que es la
Palabra en persona. Es, ciertamente, digno de alabanza el ministerio de la
predicación de Pablo; pero es más admirable y digno de veneración el misterio
de la generación de María.
Por eso,
vemos cómo sus hijos la reconocen por madre, y así, llevados por un natural
impulso de piedad y de fe, cuando se hallan en alguna necesidad o peligro, lo
primero que hacen es invocar su nombre y buscar refugio en ella, como el niño
que se acoge al regazo de su madre. Por esto, creo que no es un desatino el
aplicar a estos hijos lo que el profeta había prometido: Tus hijos habitarán
en ti; salvando, claro está, el sentido originario que la Iglesia da a esta
profecía.
Y, si ahora
habitamos al amparo de la madre del Altísimo, vivamos a su sombra, como quien
está bajo sus alas, y así después reposaremos en su regazo, hechos partícipes
de su gloria. Entonces resonará unánime la voz de los que se alegran y se
congratulan con su madre: Y cantarán mientras danzan: «Todas mis fuentes
están en ti», santa Madre de Dios.
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