Amadísimos: Ningún humano discurso es capaz de dar a
entender los grandiosos dones que en el día de hoy [Pentecostés] nos ha otorgado
nuestro benignísimo Dios. Por eso, gocémonos todos a la par, y alabemos a
nuestro Señor rebosando de alegría. La festividad de este día debe, en efecto,
reunir a todo el pueblo en pleno. Pues así como en la naturaleza las cuatro
estaciones o solsticios del año se suceden unos a otros, así también en la
Iglesia del Señor una solemnidad sucede a otra solemnidad transmitiéndonos
sucesivamente las variadas facetas del misterio. Así, hemos recientemente
celebrado la fiesta de la Pasión, de la Resurrección y, finalmente, de la
Ascensión de nuestro Señor a los cielos; hoy, por último, hemos llegado al
mismo culmen de los bienes, al fruto mismo de las promesas del Señor.
Porque si me voy -dice- os enviaré otro Paráclito, y no os dejaré desamparados.
¡Ved cuánta solicitud! ¡Ved qué inefable bondad! Hace sólo unos días subió al
cielo, recibió el trono real, recuperó su sede a la derecha del Padre; y hoy
hace descender sobre nosotros el Espíritu Santo y, con él, nos colma de mil
bienes celestiales. Porque -pregunto-, ¿hay alguna de cuantas gracias operan
nuestra salvación, que no nos haya sido dispensada a través del Espíritu Santo?
Por él somos liberados de la esclavitud, llamados a
la libertad, elevados a la adopción, somos -por decirlo así- plasmados de
nuevo, y deponemos la pesada y fétida carga de nuestros pecados; gracias al
Espíritu Santo vemos los coros de los sacerdotes, tenemos el colegio de los
doctores; de esta fuente manan los dones de revelación y las gracias de curar,
y todos los demás carismas con que la Iglesia de Dios suele estar adornada
emanan de este venero. Es lo que Pablo proclama, diciendo: El mismo y único
Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le
parece. Como a él le parece -dice-, no como se le ordena; repartiendo, no
repartido; por propia autoridad, no sujeto a autoridad. Pablo, en efecto,
atribuye al Espíritu Santo el mismo poder que, según él, tiene el Padre.
Y así como dice del Padre: Dios es el que obra
todo en todos, afirma igualmente del Espíritu Santo: El mismo y único
Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le
parece. ¿No advertís su plena potestad? Los que poseen idéntica naturaleza,
es lógico que posean idéntica potestad; y los que tienen una igual majestad de
honor, también tienen una misma fuerza y poder. Por él hemos obtenido la
remisión de los pecados; por él nos purificamos de todas nuestras inmundicias;
por la donación del Espíritu, de hombres nos convertimos en ángeles, nosotros
que nos acogimos a la gracia, no cambiando de naturaleza, sino -lo que es
todavía más admirable- permaneciendo en nuestra humana naturaleza, llevamos una
vida de ángeles. ¡Tan grande es el poder del Espíritu Santo!
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