Dada la popularidad alcanzada por san Antonio
inmediatamente después de su muerte, no ha de extrañarnos que la piedad se
apoderase de él como de ningún otro, idealizándolo y contorneándolo conforme a
la función mediadora que se le fue asignando.
Así es como se creó esa imagen de un fraile gentil y
delicado, de rostro juvenil, imberbe, porque así lo prefería la piedad. Pero la
biografía de la canonización, conocida con el nombre de Legenda Assidua, describe
a san Antonio como corpulento y pesado; el reciente examen de su esqueleto ha
confirmado ese dato: el santo era de complexión membruda y fuerte. Esa
corpulencia fue agravada en los últimos dos años a causa de la hidropesía, que
le producía opresiones alarmantes; fue la enfermedad que lo llevó al sepulcro.
Las pinturas más antiguas, en efecto, transmitieron esa tradición fisonómica
externa; así el fresco de Giotto en la basílica superior de Asís, donde Antonio
aparece predicando al capítulo de los hermanos en Arlés, una tabla de la
escuela de Giotto en Padua y algunas miniaturas de códices.
A la corpulencia debía de corresponder una voz
potente y clara, que se hacía oír de miles de personas en abierta campaña.
Tenía el mentón amplio y una dentadura bien conservada, como aparece en los
mismos restos. Su piel era, según el primer biógrafo, de color aceitunado, como
la de muchos portugueses aun hoy día, pero rugosa, por efecto de sus
penitencias y de las fiebres contraídas en aquel invierno africano, rumbo al
martirio. Se le veía con el rostro y la mirada habitualmente elevados al cielo.
Por lo que hace a la edad no existe una base crítica
para precisarla, los historiadores colocan su nacimiento entre 1190 y 1195. Al
morir podría tener unos 40 años, pero las arrugas de su piel y sus achaques le
hacían parecer más entrado en años.
Andando el tiempo, la piedad y, por lo tanto, la versión
iconográfica, harían que el santo se sobrepusiera al hombre, más aún, que el taumaturgo
se sobrepusiera al santo, el icono al retrato.
Otro elemento interesante de la evolución seguida en
la interpretación de la imagen de san Antonio es el de los símbolos
iconográficos. Como es sabido, desde la Edad Media, cada santo ha venido
siendo representado con un símbolo invariable, cuyo sentido conocía muy bien el
pueblo fiel. En la iconografía antoniana los símbolos son varios y ha habido
una evolución curiosa según las épocas.
Primero, el santo era figurado con el libro en
la mano; así lo vemos en la mayor parte de las pinturas y vidrieras de las
basílicas inferior y superior de Asís y en otras imágenes del tiempo. El libro
significa la Sagrada Escritura, y es también símbolo del magisterio ejercitado
por el santo, según la idea que predominó en la canonización. [También se le
representa con una llama en la otra mano, símbolo del ardor de su fe].
Contemporánea al símbolo del libro, aparece en la
región véneta la representación del santo sentado, con una mesa o escritorio
delante, sobre el nogal de Camposampiero, donde puso por escrito sus
sermones. Es siempre la idea del maestro enseñando, como le conocieron sus
hermanos de hábito.
Sucesivamente, se abre paso, especialmente en el
siglo XV, el símbolo del lirio (azucena), para significar la pureza
virginal del santo, puesta de relieve en la primera biografía -victoria de
Fernando adolescente- y en la bula de canonización.
Finalmente, en pleno renacimiento prevalece el
símbolo del niño Jesús en brazos del santo, o también sobre el libro.
Responde a una visión que habría tenido, según fuentes biográficas tardías; fue
pintada por Murillo en el conocido lienzo de la catedral de Sevilla.
La razón principal de la popularidad de san Antonio
es, sin duda, su fama de taumaturgo. A raíz de su muerte, fue una
verdadera explosión de milagros de toda clase obtenidos por su intercesión.
Esta realidad, que no ha cesado de ser actual en más de siete siglos y medio,
inspiró el conocido responsorio de Julián de Espira: Si buscas milagros,
mira, muerte y error desterrados, miseria y demonio huidos, leprosos y enfermos
sanos...
El autor de la primera biografía dio el sentido
teológico de la misión taumatúrgica del santo de Padua en la Iglesia:
«La vida de los santos se trasmite a la posteridad de los fieles para que, al
oír los signos milagrosos obrados por Dios por medio de ellos, sea Dios quien
reciba gloria siempre y en todo».
La intercesión taumatúrgica de san Antonio no
comprende solamente las curaciones milagrosas, sino también ese tejido de
pequeñas contingencias que para la persona afectada pueden tener importancia
vital: el hallazgo de una cosa perdida, el logro de un puesto de trabajo, el
aprobado de un examen, la fortuna de encontrar novio…
[Extraído de Selecciones de Franciscanismo,
vol. XXIV, n. 70 (1995) 71-85]
No hay comentarios.:
Publicar un comentario