Por Sebastián López, OFM
Quisiéramos sugerir y señalar aquí la
trascendencia y el eco que pudo tener en el tiempo y en la Iglesia que le tocó
vivir a Francisco su visión, vivencia y praxis sobre el Dios revelado en y por
Jesucristo. Me parece que podemos afirmar lo siguiente:
Francisco sensibilizó a su tiempo al
recordarle, más con el ejemplo que con la palabra, que el Dios
cuyo nombre nos ha manifestado nuestro hermano Jesucristo:
1. es la suficiencia del hombre. Que Dios satisface, llena y hace feliz. Dios
es la fiesta del hombre. A una Iglesia que había olvidado la mística, distraída
y entretenida en negocios de reyes y de reinos, y que había olvidado que la sed
del hombre no la sacia ni el tener, ni el poder, ni la ciencia, ni el
prestigio, Francisco le recordó dónde estaba la fuente que mana y corre.
Recordó al hombre y a la Iglesia de su tiempo que antes de nada y sobre todo es
de Dios y para Dios. Y que, además, su primera y fundamental
tarea en favor del hombre es poner en sus labios el «gloria al Padre, al Hijo y
al Espíritu Santo».
2. es un Dios entregado por el mundo que exige la misma entrega por él en contra
de la visión intimista privada y subjetiva frecuente en la Iglesia de su
tiempo. No es en la celda, que ni se nombra en sus escritos, sino en el ir por
el mundo y en medio de los hombres, trabajando los hermanos en el oficio que
conocen junto a ellos, donde se realiza la salvación de aquellos por quienes
Cristo se entregó a la muerte.
3. no es contrincante ni rival del hombre, sino, al contrario, quien lo viste de la
hermosura y majestad de la imagen de su Hijo. Esa es su gran excelencia. Por
eso, para Francisco todo hombre es señor y hermano. Frente a un mundo en el que
la dignidad de la persona estaba condicionada por la escala social, por la
religión, por su dolor y pobreza, Francisco optaría por el más absoluto respeto
y veneración al hombre, aun el más marginado, el leproso.
4. obliga a la comunión y a la fraternidad y, por lo tanto, a la igualdad y unidad en la
diversidad, ya que Él es comunión. En un tiempo en el que los diversos órdenes
de la sociedad y, por lo tanto, la jerarquía lo presidía y acaparaba todo, y en
el que no era igual ser señor o clérigo que siervo, él va a optar por la
horizontalidad y por la «des-clasificación». Todos hermanos y todos menores.
Nadie con autoridad sobre los otros. Todos con la toalla en las manos para
lavar los pies a todos. Ser Hermano Menor no era ser aparte y por encima de los
demás, sino servidor y esclavo de todos.
5. es el Dios de los pobres y de los
últimos, Dios que
conduce a los leprosos y hace tener misericordia con ellos, frente a una
sociedad en la que el pobre y el leproso eran alejados de las ciudades y del
trato con los hombres.
6. ha creado todas las cosas espirituales y corporales y se las ha dado a
los hombres como don y limosna para su bien y disfrute, frente a la visión
pesimista de la creación de los cátaros.
7. frente a la crítica y desvío respecto a la Iglesia
y a las demás mediaciones eclesiales por parte de los cátaros y otros
movimientos de su tiempo, ha condicionado su revelación y presencia a la
humanidad de Jesucristo y a todo lo que la prolonga corporalmente en el
tiempo y en el espacio. Pero recordando también, al mismo tiempo, su
relatividad, pues Dios es incondicional e imprevisible y obra como a Él le
place.
8. frente a una Iglesia que subrayaba unilateralmente
lo espiritual, es un Dios encarnado. Por eso, la pobreza y demás
actitudes evangélicas, además de espirituales, debían ser materiales,
concretas, existenciales. Cuadro y marco al mismo tiempo.
9. se revela y se da en la pobreza, en el
servicio y en la sencillez, a pesar de que la práctica de la Iglesia en muchos de sus miembros
hiciese pensar lo contrario. Pero avisando también a los «puros» y «perfectos»
tanto de los cátaros como de los movimientos evangélicos populares, que no son
las obras las que justifican y salvan. Dios no se consigue ni se conquista. Dios
ni pone condiciones ni exige tarifas. Se da, sencillamente.
10. no está por la alternativa de la tierra o el cielo, la naturaleza o la
gracia, ni siquiera por su paralelismo, sino por la unidad sin confusión, en un
tiempo en el que la Iglesia se inclinaba más bien, en unos u otros de sus
miembros, por la alternativa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario