De las conferencias de
Santo Tomás de Aquino
¿Era
necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y
por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la
otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.
Para remediar
nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el
remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado.
La segunda
razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para
servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar
una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo
despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el
ejemplo de todas las virtudes.
Si buscas un
ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto
es lo que hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por
nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir
por él.
Si buscas un
ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son
las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males,
o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo,
en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su
pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no
abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: Corramos en
la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y
completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la
cruz, despreciando la ignominia.
Si buscas un
ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado
bajo el poder de Poncio Pilato y morir.
Si buscas un
ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la
muerte: Si por la desobediencia de uno -es decir, de Adán- todos se
convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en
justos.
Si buscas un
ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de
reyes y Señor de señores, en quien están encerrados todos los tesoros del saber
y el conocer, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de
espinas, a quien finalmente dieron a beber hiel y vinagre.
No te
aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni
a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades,
ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado; ni a los
placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.
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