De los tratados de S. Agustín sobre el
evangelio de S. Juan
Vino el Señor
mismo, como doctor en caridad, rebosante de ella, compendiando, como de él se
predijo, la palabra sobre la tierra, y puso de manifiesto que tanto la ley como
los profetas radican en los dos preceptos de la caridad.
Recordad conmigo,
hermanos, aquellos dos preceptos. Pues, en efecto, tienen que seros en extremo
familiares, y no sólo veniros a la memoria cuando ahora os los recordamos, sino
que deben permanecer siempre grabados en vuestros corazones. Nunca olvidéis que
hay que amar a Dios y al prójimo: a Dios con todo el corazón, con toda el
alma, con todo el ser; y al prójimo como a sí mismo.
He aquí lo que hay
que pensar y meditar, lo que hay que mantener vivo en el pensamiento y en la
acción, lo que hay que llevar hasta el fin. El amor de Dios es el primero en la
jerarquía del precepto, pero el amor del prójimo es el primero en el rango de
la acción. Pues el que te impuso este amor en dos preceptos no había de
proponer primero al prójimo y luego a Dios, sino al revés, a Dios primero y al
prójimo después.
Pero tú, que
todavía no ves a Dios, amando al prójimo haces méritos para verlo; con el amor
al prójimo aclaras tu pupila para mirar a Dios, como sin lugar a dudas dice
Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien
no ve.
Que no es más que
una manera de decirte: Ama a Dios. Y si me dices: «Señálame a quién he de
amar», ¿qué otra cosa he de responderte sino lo que dice el mismo Juan: A
Dios nadie lo ha visto jamás? Y para que no se te ocurra creerte totalmente
ajeno a la visión de Dios: Dios -dice- es amor, y quien permanece en
el amor permanece en Dios. Ama por tanto al prójimo, y trata de averiguar
dentro de ti el origen de ese amor; en él verás, tal y como ahora te es
posible, al mismo Dios.
Comienza, pues, por
amar al prójimo. Parte tu pan con el hambriento, y hospeda a los pobres sin
techo; viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne.
¿Qué será lo que consigas
si haces esto? Entonces romperá tu luz como la aurora. Tu luz, que es tu
Dios, tu aurora, que vendrá hacia ti tras la noche de este mundo; pues
Dios ni surge ni se pone, sino que siempre permanece.
Al amar a tu
prójimo y cuidarte de él, vas haciendo tu camino. ¿Y hacia dónde caminas sino
hacia el Señor Dios, el mismo a quien tenemos que amar con todo el corazón, con
toda el alma, con todo el ser? Es verdad que no hemos llegado todavía hasta
nuestro Señor, pero sí que tenemos con nosotros al prójimo. Ayuda, por tanto, a
aquel con quien caminas, para que llegues hasta aquel con quien deseas quedarte
para siempre.
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