domingo, 10 de febrero de 2013

La obediencia humilde es preciosa ante Dios


Del testamento espiritual de santa Coleta

Hijas queridísimas, sed conscientes de vuestra vocación, de vuestra gran dignidad y de la perfección a la que habéis sido llamadas: la ignorancia y descuido perjudican, la recta sabiduría aprovecha; esforzaos en seguir las inspiraciones de Dios y las exigencias de vuestra vocación. Dice nuestro suavísimo Jesús: Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no le atrae con su inspiración.

El camino de la perfección evangélica consiste en la renuncia a los atractivos del mundo, a la concupiscencia y a la propia voluntad.

En efecto, agrega el bendito Jesús, nacido de la Virgen María: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame, sin olvidar el continuo ejercicio de la penitencia por los pecados cometidos, con propósito de no ofender al Señor y conservar la gracia de Dios. Tened presente, amadísimas hijas, que fuisteis llamadas a la perfecta observancia de la virtud de la obediencia por gracia especial de Dios, y, en todo lo que no haya ofensa al Señor, estáis obligadas a obedecer; Jesús se hizo obediente hasta la muerte. No basta ser obediente durante determinado tiempo, ni en casos especiales, sino siempre y en todo lo que no vaya contra la voluntad de Dios, contra vuestra conciencia y contra la Regla. Nunca debemos preferir nuestro criterio al del superior.

El verdadero sabio se somete gozosamente a los deseos de Jesús y de la bondadosa Virgen Madre. El verdadero obediente practica con simplicidad de corazón la obediencia por amor de Dios, y su único deseo es obedecer con tal sumisión, como si fueran mandatos dimanados de los mismos labios de Jesús, pues, aunque para los hombres es más grato mandar, no es así para Dios, que se complace en los obedientes, porque son muchos los males que proporciona la desobediencia. Una sola oración del varón obediente vale más que cien peticiones del desobediente; a quien obedece a Dios, Dios mismo se le somete.

Hemos elegido la vida de renuncia y Dios quiere que carguemos con nuestra cruz, porque en eso consiste el voto de la santa pobreza. La cruz pesa cuando buscamos apartarnos de la cruz de Jesús, quien la llevó sobre sus hombros, y en ella murió. Hijas queridísimas; amad esta maravillosa virtud, siguiendo el ejemplo de Cristo Jesús, de nuestro Padre san Francisco y de nuestra Hermana Clara. Vivid alegres en la estrechez, con ella conseguiréis más fácilmente el Reino prometido; guardad la santa pobreza que libremente prometisteis observar. Perseverad pobres hasta la muerte, amadas hijas, imitando a Jesús que murió también pobre en la cruz. Son escasos en el mundo los amadores de la pobreza, motivo excelente para nosotras de total enamoramiento de esta virtud, pero, después de la santa obediencia, os recomiendo la pobreza más que ninguna otra cosa.

Cumplamos fielmente lo que prometimos, y, si hemos pecado por fragilidad humana, debemos arrepentirnos y satisfacer con duras penitencias nuestras culpas, deseosas de pronta enmienda y de merecer la gracia de una santa muerte.

El Padre, Dios de toda misericordia, su Hijo, que sufrió acerba muerte por nosotros, y el Espíritu Paráclito, fuente de paz, de dulzura y de amor, nos llenen de toda consolación. 

Amén.

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