Del
testamento espiritual de santa Coleta
Hijas queridísimas, sed
conscientes de vuestra vocación, de vuestra gran dignidad y de la perfección a
la que habéis sido llamadas: la ignorancia y descuido perjudican, la recta
sabiduría aprovecha; esforzaos en seguir las inspiraciones de Dios y las exigencias
de vuestra vocación. Dice nuestro suavísimo Jesús: Nadie puede venir a mí, si el Padre
que me ha enviado no le atrae con su inspiración.
El camino de la perfección
evangélica consiste en la renuncia a los atractivos del mundo, a la
concupiscencia y a la propia voluntad.
En efecto, agrega el bendito
Jesús, nacido de la Virgen María: Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame,
sin olvidar el continuo ejercicio de la penitencia por los pecados cometidos,
con propósito de no ofender al Señor y conservar la gracia de Dios. Tened
presente, amadísimas hijas, que fuisteis llamadas a la perfecta observancia de
la virtud de la obediencia por gracia especial de Dios, y, en todo lo que no
haya ofensa al Señor, estáis obligadas a obedecer; Jesús se hizo obediente
hasta la muerte. No basta ser obediente durante determinado tiempo, ni en casos
especiales, sino siempre y en todo lo que no vaya contra la voluntad de Dios,
contra vuestra conciencia y contra la Regla. Nunca debemos preferir nuestro
criterio al del superior.
El verdadero sabio se somete
gozosamente a los deseos de Jesús y de la bondadosa Virgen Madre. El verdadero
obediente practica con simplicidad de corazón la obediencia por amor de Dios, y
su único deseo es obedecer con tal sumisión, como si fueran mandatos dimanados
de los mismos labios de Jesús, pues, aunque para los hombres es más grato
mandar, no es así para Dios, que se complace en los obedientes, porque son
muchos los males que proporciona la desobediencia. Una sola oración del varón
obediente vale más que cien peticiones del desobediente; a quien obedece a
Dios, Dios mismo se le somete.
Hemos elegido la vida de
renuncia y Dios quiere que carguemos con nuestra cruz, porque en eso consiste
el voto de la santa pobreza. La cruz pesa cuando buscamos apartarnos de la cruz
de Jesús, quien la llevó sobre sus hombros, y en ella murió. Hijas
queridísimas; amad esta maravillosa virtud, siguiendo el ejemplo de Cristo
Jesús, de nuestro Padre san Francisco y de nuestra Hermana Clara. Vivid alegres
en la estrechez, con ella conseguiréis más fácilmente el Reino prometido;
guardad la santa pobreza que libremente prometisteis observar. Perseverad
pobres hasta la muerte, amadas hijas, imitando a Jesús que murió también pobre
en la cruz. Son escasos en el mundo los amadores de la pobreza, motivo
excelente para nosotras de total enamoramiento de esta virtud, pero, después de
la santa obediencia, os recomiendo la pobreza más que ninguna otra cosa.
Cumplamos fielmente lo que
prometimos, y, si hemos pecado por fragilidad humana, debemos arrepentirnos y
satisfacer con duras penitencias nuestras culpas, deseosas de pronta enmienda y
de merecer la gracia de una santa muerte.
El Padre, Dios de toda
misericordia, su Hijo, que sufrió acerba muerte por nosotros, y el Espíritu
Paráclito, fuente de paz, de dulzura y de amor, nos llenen de toda consolación.
Amén.
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