Cristo
se sometió al yugo de la ley, guardando plenamente la ley y muriendo por la ley
y por medio de la ley. Liberó, por ello, a los que desean recibir la vida. Pero
no la pueden recibir, salvo que ellos mismos ofrezcan la suya propia. Porque
los que han sido bautizados en Cristo Jesús, en su muerte han sido bautizados.
Son sumergidos en su vida para devenir miembros de su cuerpo y padecer y morir
con él, como miembros suyos.
Esta
vida vendrá abundantemente en el día glorioso, pero ya ahora, mientras vivimos
en la carne, participamos de ella, si creemos que Cristo ha muerto por nosotros
para darnos la vida. Con esta fe nos unimos con él como los miembros se unen
con su cabeza; esta fe nos abre a la fuente de su vida. Por eso, la fe en el
Crucificado, es decir, esa fe viva que lleva aparejada un amor entregado, viene
a ser para nosotros puerta de la vida y comienzo de la gloria; de ahí que la
Cruz constituya nuestra gloria: Fuera
de mí gloriarme en otra cosa que no sea la Cruz de nuestro Señor Jesucristo,
por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo(Ga 6,14).
Quien
elige a Cristo ha muerto para el mundo y el mundo para él. Lleva en su cuerpo
los estigmas de Cristo, se ve rodeado de flaquezas y despreciado por los
hombres, pero, por este mismo motivo, se halla robusto y vigoroso, ya que la
fuerza de Dios resplandece en la debilidad. Con este conocimiento, el discípulo
de Jesús no solo acoge la cruz sobre sus espaldas, sino que él mismo se
crucifica en ella. Los que son de Jesucristo han crucificado la carne con sus
vicios y concupiscencias. Lucharon un duro combate contra su naturaleza a fin
de que la vida del pecado muriese en ellos y poder así dar amplia cabida a la
vida en el Espíritu.
Para
esta pelea se precisa una singular fortaleza. Pero la Cruz no es el fin; la
Cruz es la exaltación y mostrará el cielo. La Cruz no sólo es signo, sino
también invicta armadura de Cristo: báculo de pastor con el que el divino David
se enfrenta contra el malvado Goliath; báculo con el que Cristo golpea enérgicamente la puerta del cielo y la abre. Cuando
se cumplan todas estas cosas, la luz divina se difundirá y colmará a cuantos
siguen al Crucificado.
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