De las cartas de san Francisco Javier a san Ignacio
Venimos por lugares de cristianos que ahora habrá
ocho años que se hicieron cristianos. En estos lugares no habitan portugueses,
por ser la tierra muy estéril en extremo y paupérrima. Los cristianos de estos
lugares, por no haber quien les enseñe en nuestra fe, no saben más de ella que
decir que son cristianos. No tienen quien les diga misa, ni menos quien los
enseñe el Credo, Pater nóster, Ave María, ni los mandamientos.
En estos lugares, cuando llegaba, bautizaba a todos
los muchachos que no eran bautizados; de manera que bauticé una grande multitud
de infantes que no sabían distinguir la mano derecha de la izquierda. Cuando
llegaba en los lugares, no me dejaban los muchachos ni rezar mi Oficio, ni
comer, ni dormir, sino que los enseñase algunas oraciones. Entonces comencé a
conocer por qué de los tales es el reino de los cielos.
Como tan santa petición no podía sino impíamente
negarla, comenzando por la confesión del Padre, Hijo y Espíritu Santo, por el
Credo, Pater nóster, Ave María, así los enseñaba. Conocí en ellos grandes
ingenios; y, si hubiese quien los enseñase en la santa fe, tengo por muy cierto
que serían buenos cristianos.
Muchos cristianos se dejan de hacer, en estas partes,
por no haber personas que en tan pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me
mueven pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como
hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París,
diciendo en Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a
fructificar con ellas: «¡Cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al
infierno por la negligencia de ellos!».
Y así como van estudiando en letras, si estudiasen
en la cuenta que Dios, nuestro Señor, les demandará de ellas, y del talento que
les tiene dado, muchos de ellos se moverían, tomando medios y ejercicios
espirituales para conocer y sentir dentro de sus ánimas la voluntad divina,
conformándose más con ella que con sus propias afecciones, diciendo: «Aquí
estoy, Señor, ¿qué debo hacer? Envíame adonde quieras; y, si conviene, aun
a los indios».
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