María, asociada al
Misterio de la Pobreza de su Hijo
Por Lázaro Iriarte, OFMCap
Son muy numerosos los textos en que presenta
Francisco a la Virgen pobrecita compartiendo con Jesús la condición de
los pobres, en conformidad con la opción hecha por el Hijo de Dios desde la
Encarnación: «Siendo rico, quiso él por encima de todo elegir la pobreza en
este mundo, juntamente con la beatísima Virgen María, su Madre» (2CtaF
5). Y también: «Recuerden los hermanos que nuestro Señor Jesucristo, hijo de
Dios vivo y omnipotente..., fue pobre y huésped, y vivió de limosna, tanto
él como la bienaventurada Virgen y sus discípulos» (1 R 9,4-5).
Esta motivación la repetía para animar a los
hermanos que se avergonzaban de ir pidiendo limosna: «Carísimos hermanos, no os
avergoncéis de salir por la limosna, pues el Señor se hizo pobre por nosotros
en este mundo. A ejemplo suyo y de su Madre santísima hemos escogido el
camino de una pobreza verdadera» (LP 51).
Como hemos visto, era sobre todo el misterio del
Nacimiento el que más le hablaba de la situación en que se halló la Virgen por
falta de lo necesario: «No recordaba sin lágrimas la penuria en que se vio
aquel día [el de Natividad] la Virgen pobrecita. Sucedió que una vez, al
sentarse para comer, un hermano hizo mención de la pobreza de la bienaventurada
Virgen y de Cristo su hijo. Se levantó al momento de la mesa, estalló en
sollozos y, bañado en lágrimas, terminó de comer el pan sobre la desnuda
tierra. De ahí que llamase a la pobreza virtud regia, porque brilló con
tanto esplendor en el Rey y en la Reina» (2 Cel 200).
Enseñaba a saber descubrir en cada necesitado, no
sólo al Cristo pobre, sino también a su Madre pobre: «En cada pobre reconocía
al Hijo de la Señora pobre y llevaba desnudo en el corazón a aquel que
ella había llevado desnudo en sus brazos». «Hermano, cuando ves a un pobre
-decía-, se te pone delante el espejo del Señor y de su Madre pobre» (2
Cel 83 y 85).
De modo especial menciona la pobreza de María al
proponer el compromiso de la pobreza evangélica a Clara y las hermanas. «Yo, el
hermano Francisco, el pequeñuelo, quiero seguir la vida y pobreza del altísimo
Señor nuestro Jesucristo y de su santísima Madre», escribe en el
testamento dictado para ellas (UltVol 1-2).
Por su parte, santa Clara se identificó de lleno con
esa manera de ver la pobreza evangélica, como aparece en su Regla y en su
Testamento. El cardenal protector, Rinaldo, escribió en la aprobación de la
Regla: «Siguiendo las huellas de Cristo y de su santísima Madre, habéis
elegido vivir... en pobreza suma». En el texto de la Regla se hace mención
expresa cuatro veces de la pobreza de Cristo y de su santísima Madre, aun en
aquellos lugares en que san Francisco, en su Regla, habla sólo de la de Cristo.
En su Testamento, santa Clara indica como compromiso fundamental «la pobreza y
la humildad de Cristo y de la gloriosa Virgen María su Madre» (TestCl
46-47). Y también ella, en su primera carta a santa Inés de Praga, contempla la
misión maternal de María marcada con la pobreza en el punto mismo de la Encarnación:
«Si, pues, tal y tan gran señor, descendiendo al seno de la Virgen, quiso
aparecer en el mundo hecho despreciable, indigente y pobre, a fin de que los
hombres... llegaran a ser ricos..., regocijaos y alegraos grandemente... una
vez que habéis preferido el desprecio del mundo a los honores, la pobreza a las
riquezas..., y os habéis hecho merecedora de ser llamada hermana, esposa y
madre del Hijo del Padre altísimo y de la gloriosa Virgen» (1CtaCl 19-24).
Así escribe en la primera carta a Inés de Praga; y
en la tercera, siempre en el contexto del anonadamiento de la Encarnación, le
dice: «Llégate a esta dulcísima Madre, que engendró un Hijo que los cielos no
podían contener, pero ella lo acogió en el estrecho claustro de su vientre
sagrado y lo llevó en su seno virginal» (3CtaCl 18-19).
El biógrafo de la Santa recuerda las fervorosas
exhortaciones que hacía ella a las hermanas, presentando como ejemplo Belén:
«Anímalas a conformarse, en el pequeño nido de la pobreza, con Cristo pobre, a
quien su pobrecilla Madre acostó niño en un mísero pesebre» (LCl 14).
[L. Iriarte, Vocación Franciscana, Valencia
1989, pp. 110-112].
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