sábado, 22 de diciembre de 2012

Los Misterios Navideños y la Pobreza en San Francisco


Por Constantino Koser, OFM

La liturgia de Navidad nos presenta, día a día, los textos evangélicos en que se narran los episodios que podemos llamar navideños: desde la Anunciación, pasando por Belén, el Nacimiento mismo, las historias de la infancia de Jesús... Estos textos tienen para nosotros una significación muy grande, también desde el punto de vista de la afectividad y de la emoción.

A través de los siglos cristianos, mucho se ha meditado sobre estos textos, que penetraron muy profundamente en la piedad de las gentes, creando una serie de devociones y de reacciones de amor a Jesús, a la Virgen, a san José, a Simeón, a la profetisa Ana, a los pastores... Todas las personas que aparecen en estos pequeños episodios, nos despiertan un amor, un afecto muy especial y están como inundados de esta luz de la Navidad.

Esta atención tan especial a la Navidad y a todos estos episodios, es una de las características de nuestro padre san Francisco y de nuestra madre santa Clara.

Si vamos a la historia de las devociones, vemos que en el mundo antiguo y en las devociones del primer milenio, estos episodios de la Historia Sagrada figuran relativamente poco. En la misma liturgia que habíamos heredado, si consideramos los textos y la significación de las fiestas de Adviento, de Navidad, de Epifanía, vemos que no es aquel carácter familiar, de devoción, sino el homenaje al gran Rey que ha venido, al Señor que ha nacido y que ha tomado posesión de su Reino.

En san Francisco y en santa Clara, en nuestra tradición, estos episodios son vistos más como en familia, y nos despiertan un afecto muy especial. No es que ellos no hayan visto la dimensión del Rey que viene, para ver solamente la delicadeza del Niño que ha nacido; tanto un aspecto como el otro tiene perfecta razón de ser.

Nosotros sabemos que Cristo ya no es un niño; sabemos que dentro de todos estos episodios, tan llenos de cariño familiar, está la gran Historia de la Salvación, que sobrepasa en mucho las dimensiones de las devociones, un poco familiares, que se apoyan sobre estos textos. Esto lo sabemos. Me parece, sin embargo, que estas devociones, muy delicadas y muy familiares, tienen una muy buena razón de ser, a condición de que no olvidemos la dimensión inmensa de la Historia de la Salvación que está en todo esto; conservando en nuestra mente y dando su lugar principal a esta dimensión, realzada en la liturgia, podemos perfectamente conservar estas devociones de una modalidad más delicada y más familiar, porque así el misterio parece que nos llega más cerca de nuestro corazón y nos toca más humanamente. Y será ciertamente una de las razones por la cual Dios ha querido encarnarse así y rodearse, en su nacimiento, de estas formas delicadas. Es cierto que podemos fácilmente pasar a una especie de romanticismo de devoción, imaginándolo todo muy lindo, tal como nosotros hubiéramos querido recibir al Señor si hubiera nacido en nuestra casa.

Lo que sabemos es que todo fue muy pobre, con mil dificultades y en una situación humana bastante dura. Cristo, en serio, nació pobre, y la pobreza es dura humanamente. Imaginemos lo que sentiría la Virgen cuando no encontraron casa, cuando tuvo que retirarse con san José al campo, y abrigarse allí en una gruta, en invierno, donde nació el Niño. La falta total de comodidades y de cuanto podría hacer humanamente aceptable un tal nacimiento, debió de ser un dolor muy grande para el corazón de la Virgen y un apuro tremendo para los cuidados de san José hacia su esposa y el Niño recién nacido.

¿Por qué Dios ha escogido el nacer así? Debemos hacernos esta pregunta e intentar responderla. San Francisco, con su devoción delicada por estos episodios, no ha hecho un romance, sino que consideró las realidades y quiso aprender la lección que Dios nos da en estos hechos, la aprendió y la puso en práctica, y se hizo pobre con el Señor que quiso ser pobre.

¿Qué hay de especial en la pobreza para que Cristo la haya escogido en su nacimiento y en su vida terrestre? Él mismo nos lo enseñó después, en el mensaje evangélico, mostrándonos los peligros reales que hay en la riqueza y las ventajas para el alma que existen en la pobreza. Si consideramos la doctrina que Cristo nos dio, entendemos por qué Él escogió para su entrada en el mundo una pobreza tan grande y unas dificultades para la Virgen y san José tan acentuadas.

El elemento más fundamental que Cristo nos propone en su mensaje y que viene ya acentuado incluso en el Antiguo Testamento, está no tanto en la escasez de bienes cuanto en una actitud del alma ante Dios: la confianza amorosa en Él. La pobreza como tal, como limitación de disponibilidad para la vida humana, en sí, no es un bien. Transfórmase en un elemento positivo si sabemos sacar de la pobreza aquellas cualidades del alma que se resumen en la palabra: confianza en Dios y no en las criaturas.

Uno puede pensar: la misma confianza puede nacer en la riqueza; no es necesario meterse en la pobreza con todas las dificultades para tener confianza en Dios. Sí. Y el Evangelio nos presenta personas ricas que han practicado la confianza en Dios: la familia de Lázaro, Nicodemo, José de Arimatea, etc. Pero Jesús nos advierte que la riqueza, en general, encierra un peligro muy grande de confiar en los bienes materiales y, con esto, de perderlo todo, porque cuando se confía en los bienes materiales y terrestres, se pierde el amor de Dios, amor de Dios que es un camino posible para nosotros cuando empezamos con la confianza en Dios. De ahí viene la bienaventuranza dada a la pobreza.

Que esta lección de la entrada de Cristo en el mundo en tan gran pobreza nos lleve siempre, de nuevo, a reflexionar cuál es el sentido en el que Cristo aprueba, acepta y declara bienaventurados los pobres, y procuremos enseguida, a ejemplo de Cristo, de la Virgen, imitar y practicar tal pobreza, no sólo en sentido material, que también es una parte, sino principalmente en su significado espiritual, que es de completa y profunda confianza en Dios. Imitaremos así a Cristo; a san Francisco, a santa Clara, que supieron entender la lección y ejemplo de Cristo y lo siguieron de un modo tan fiel en toda su vida.

[En Selecciones de Franciscanismo n. 2 (1972) 249-251].

No hay comentarios.:

Publicar un comentario