Pistas
de Reflexión del discurso de S.S. Benedicto XVI
en Bagnoregio el 6 de
septiembre de 2009
Queridos
hermanos y hermanas:
Del
rico patrimonio doctrinal y místico de san Buenaventura me limito esta tarde a
sacar alguna «pista» de reflexión, que podría resultar útil para el camino
pastoral de vuestra comunidad diocesana. Fue, en primer lugar, un incansable buscador
de Dios desde que estudiaba en París, y siguió siéndolo hasta la muerte. En
sus escritos indica el itinerario a recorrer. «Puesto que Dios está en lo alto
-escribe- es necesario que la mente se eleve a él con todas las fuerzas». Traza
así un camino de fe arduo, en el que no basta «la lectura sin la unción, la
especulación sin la devoción, la búsqueda sin la admiración, la consideración
sin la alegría, la diligencia sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la
inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia divina, el espejo sin la
sabiduría divinamente inspirada» (Itinerarium).
Este
camino de purificación compromete a toda la persona para llegar, a través de
Cristo, al amor transformante de la Trinidad. Y dado que Cristo, desde siempre
Dios y para siempre hombre, lleva a cabo en los fieles una nueva creación con
su gracia, la exploración de la presencia divina se convierte en contemplación
de él en el alma «donde él habita con los dones de su incontenible amor», para
ser al final transportados en él. Por lo tanto, la fe es perfeccionamiento
de nuestras capacidades cognoscitivas y participación en el conocimiento que
Dios tiene de sí mismo y del mundo; la esperanza la advertimos como
preparación al encuentro con el Señor, que marcará el pleno cumplimiento de la
amistad que desde ahora nos une a él. Y la caridad nos introduce en la
vida divina, haciendo que consideremos hermanos a todos los hombres, según la
voluntad del Padre celestial común.
Además
de buscador de Dios, san Buenaventura fue seráfico cantor de la
creación, que, tras las huellas de san Francisco, aprendió a «alabar a Dios
en todas y por medio de todas las criaturas», en las cuales «resplandecen la
omnipotencia, la sabiduría y la bondad del Creador». San Buenaventura presenta
una visión positiva del mundo, don de amor de Dios a los hombres: reconoce en
el mundo el reflejo de la suma Bondad y Belleza que, tras la estela de san
Agustín y san Francisco, afirma ser Dios mismo. Todo nos ha sido dado por Dios.
De él, como de fuente originaria, brota lo verdadero, lo bueno y lo bello.
Hacia Dios, como a través de los peldaños de una escalera, se sube hasta
alcanzar y casi aferrar el Sumo Bien y hallar en él nuestra felicidad y nuestra
paz. ¡Qué útil sería que también hoy se redescubriera la belleza y el valor de
la creación a la luz de la bondad y de la belleza divinas! En Cristo, el
universo mismo -observa san Buenaventura- puede volver a ser voz que habla de
Dios y nos impulsa a explorar su presencia; nos exhorta a honrarlo y a
glorificarlo en todas las cosas. Se advierte aquí el alma de san Francisco,
cuyo amor por todas las criaturas compartió nuestro santo.
San
Buenaventura fue mensajero de esperanza. Una bella imagen de la
esperanza la encontramos en una de sus predicaciones de Adviento, donde compara
el movimiento de la esperanza con el vuelo del ave, que despliega sus alas lo
más ampliamente posible y para moverlas emplea todas sus fuerzas. En cierto
sentido toda ella se hace movimiento para elevarse y volar. Esperar es volar,
dice san Buenaventura. Pero la esperanza exige que todos nuestros miembros se
pongan en movimiento y se proyecten hacia la verdadera altura de nuestro ser,
hacia las promesas de Dios. Quien espera -afirma- «debe levantar la cabeza,
dirigiendo a lo alto sus pensamientos, a la altura de nuestra existencia, o
sea, hacia Dios».
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