sábado, 7 de julio de 2012

La vida del Evangelio (III)

Por Julio Micó, o.f.m.Cap.

Adorar al Señor Dios

No cabe duda de que nuestra cultura se caracteriza por ser antropocéntrica, es decir, que el hombre es la medida de todas las cosas. De ahí que al hablar de experiencia de Dios pongamos inmediatamente el acento en nuestra percepción subjetiva. Este sentimiento no sólo existe a niveles espontáneos y coloquiales, sino que se ha estructurado de forma científica en la llamada fenomenología de la religión.


Para el hombre medieval, por el contrario, el hecho de la objetividad de la existencia de Dios era algo evidente. De ahí que Francisco no se pare a cuestionar su existencia, como nosotros exigiríamos por considerarlo necesario, sino que desgrane su concepción teocéntrica de la realidad por medio de un lenguaje en el que Dios es el objeto normal y espontáneo al que se debe remitir el hombre.

Este hablar acrítico sobre Dios puede resultamos extraño al leerlo desde una óptica coloreada por la sospecha. Pero el testimonio de Dios que nos ofrece Francisco no parte de un mero ejercicio intelectual, sino de la convicción que aporta la experiencia. La presencia apabullante de un Dios que trastoca los fundamentos en los que se apoyaba su vida, es motivo más que suficiente para hablar de Él sin tener que justificar su existencia. El problema del hombre actual es que pretende hablar de Dios sin haberlo experimentado. Por eso su lenguaje se detiene en analizar la posibilidad de un encuentro con Dios. Francisco, por el contrario, parte de la evidencia de que Dios se le ha hecho presente; de ahí que su hablar de Dios sea una narración de su propia experiencia espiritual.

En la Regla no bulada, sobre todo en los capítulos 22 y 23, aparece claramente que, para Francisco, la exigencia de búsqueda y encuentro con Dios constituye el corazón del proyecto evangélico que él quiere vivir y que propone a los hermanos: Animados por el Espíritu, seguir las huellas de Jesús y poder así llegar hasta el Padre. La respuesta al Dios trinitario es el núcleo del Evangelio y, por tanto, del proyecto de vida con el que Francisco pretende ayudarse y ayudar a los demás a ser fieles a sus exigencias.

Ya que voluntariamente lo hemos dejado todo, nada más lógico, dice Francisco, que seguir con solicitud la voluntad del Señor y agradarle en todo (1 R 22,9). Pero esta búsqueda no se da de forma espontánea. En el fondo del hombre está ese poder misterioso del mal que, para apoderarse de su corazón, trata de hacerle olvidar lo que significa Dios para él (1 R 22,19-21); de ahí que haya que estar vigilantes para remover todo impedimento y posponer toda preocupación, de modo que puedan servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con un corazón transparente, a fin de que el Padre, el Hijo y el Espíritu puedan tomar posesión de él (1 R 22,26s).

Sólo un corazón habitado por la Trinidad es capaz de dar gracias al Padre por haber creado, por medio de su Hijo y con el Espíritu Santo, todas las cosas espirituales y corporales, y especialmente a nosotros, hechos a su imagen y semejanza (1 R 23,1).

Esta acción de gracias se extiende también a la generosa actitud del Padre que nos demostró su amor al hacer que naciera de la Virgen María, por medio del Espíritu, su querido Hijo Jesús, redimiéndonos con su cruz, sangre y muerte (1 R 23,3). Resucitado por el poder de Dios y sentado a la derecha del Padre, ese mismo Señor vendrá en su gloria al final de los tiempos para examinarnos del amor y ofrecemos la posibilidad de seguir amando según la capacidad de nuestro corazón (1 R 23,4).

Pero nuestra debilidad como pecadores nos impide alabarle como es debido. Por eso, «imploramos suplicantes que nuestro Señor Jesucristo te dé gracias de todo junto con el Espíritu Santo, como a ti y a Él mismo le agrada» (1 R 23,5). De este modo, nuestro corazón estará dispuesto para abrirse al amor misericordioso de Dios.

El núcleo del Evangelio, que es la actitud confiada y orante de Jesús hacia su Padre, es captado por Francisco y traducido en una continua búsqueda del Dios trinitario para responderle en alabanza por todo el misterio salvador con el que se nos ha hecho presente.


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