Las
Bienaventuranzas
Los textos
evangélicos de misión son ciertamente configuradores del movimiento
franciscano. Pero existe más allá de ellos un sustrato que explica su talante y
su conducta, y que no es otro más que el espíritu de las Bienaventuranzas.
Sobre todo las Admoniciones de Francisco son un ejemplo, detallado y
sutil, de este espíritu que resulta incomprensible para el que no lo vive desde
dentro. Las Bienaventuranzas resultan escandalosas porque describen al
hombre nuevo que nos ofrece Jesús completamente enfrentado con el proyecto de
hombre que nosotros nos hemos forjado; de ahí que aceptar la confrontación,
tomando como árbitro el texto de las Bienaventuranzas, ponga a prueba la
calidad de nuestra fe.
A través de
las Admoniciones, en especial las que comienzan con el término beatus
(dichoso o bienaventurado) y que algunos autores han calificado de bienaventuranzas
franciscanas, se va dibujando el verdadero perfil del seguidor de Jesús. El
que es capaz de tomar estas actitudes está ya en el camino nuevo que Jesús
anuncia como querido por Dios; de ahí que sea ya dichoso porque está viviendo
la realidad que sólo la utopía nos puede proporcionar.
En este
sentido, son dichosos los que tratan de mantener un corazón transparente, de
modo que puedan relativizar lo terreno y buscar a Dios por encima de todo para
adorarle y contemplarle. El Evangelio es el lugar donde se nos manifiestan las
palabras y las obras del Señor, para que las practiquemos y arrastremos a los
demás a descubrirlas con alegría. Al leer el Evangelio con una mirada
transparente, descubrimos que la pobreza va más allá del no tener cosas, hasta
anidar en el fondo mismo de nuestra persona. Si nos reconocemos pobres,
deberemos referirlo todo al Señor, sin retener para nosotros nada de nosotros
mismos. Sólo así seremos capaces de discernir el obrar de Dios a través de
nosotros, sin apropiárnoslo, agradeciendo igualmente lo que el Señor hace por
medio de los demás. El que se sabe verdaderamente pobre, acepta las
correcciones de los propios fallos, sin pretender ocultarlos con
justificaciones innecesarias, ya que no teme perder su imagen ante los demás,
sino que trata de servir a todos con humildad, ya sea simple súbdito o se le
ponga en un cargo de responsabilidad.
Tratar de
seguir a Jesús hasta el final lleva consigo el compartir su mismo destino de
persecución, sufrimiento y cruz; el que sabe mantener la paz cuando llegan los
momentos conflictivos va por el buen camino del Reino. Pero este camino nunca
se anda solo, sino siempre en fraternidad. El reconocimiento de la fraternidad
humana lleva consigo el soportarse unos a otros, amándose y respetándose tanto
en las ausencias como cuando se está juntos, y preocupándose del hermano
enfermo con el mismo interés que si estuviera sano. Comunicar con discreción la
obra del Señor en el propio camino espiritual puede ser una ayuda para
recorrerlo con fidelidad; pero el que utiliza indiscretamente los favores que
el Señor le hace para fanfarronear de su santidad, colocándose orgullosamente
por encima de los demás, es que no sabe verdaderamente lo que significa seguir
a Jesús.
El poder
vivir las Bienaventuranzas es un don que se nos ofrece a través de la
Iglesia. El Evangelio sólo es posible vivirlo en su seno; de ahí que las
mediaciones, la jerarquía entre ellas, sean la única forma de clarificar el
camino del seguimiento. Aceptarlas, sin escandalizarse por su posible falta de
transparencia, es abrirse al hecho misterioso de la propia encarnación de
Jesús, traspasando la densidad de la carne para descubrir al Dios que nos
invita a una transformación de nuestra forma de ser, y pensar para vivir en
plenitud la humanidad nueva que nos aporta el Reino.
Descubrir que
la pobreza nos convierte en herederos y reyes del Reino, supone buscar
continuamente la voluntad de Dios para amarlo y adorarlo con un corazón puro.
Así pueden ir los hermanos por el mundo sin despreciar ni juzgar a nadie por
vestir o comer lujosamente, caminando con humildad como anunciadores de la paz.
Tratar de vivir según el espíritu de las Bienaventuranzas comporta
enfrentarse con el mal. En tal caso hay que amar a los enemigos y hacer bien a
los que nos odian, como hizo el mismo Jesús. Sólo así serán dignos de seguirle,
configurando ese nuevo talante de vida que es el ser cristiano.
Francisco fue
capaz de apostar por esa forma de vida; de ahí que su persona se nos presente
como una mezcla de fascinación y temor, porque, en el fondo, nos está
interpelando para que caminemos por este sendero incomprensible y duro, a la
vez que plenificador, de las Bienaventuranzas.
[Cf. el texto
completo en http://www.franciscanos.org/temas/micotemas03.htm]
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