lunes, 9 de julio de 2012

La vida del Evangelio 
(V)


Por Julio Micó, OFMCap

Jesús, el Siervo sufriente

El que se atreve a seguir a Jesús por el camino de las Bienaventuranzas no queda impune. El poder diabólico del mal no perdona, como tampoco le perdonó a Él, que pretendamos salir del círculo de su influencia (1 R 22,19). Por eso, el seguimiento evangélico debe contar con el hecho de la cruz como una consecuencia más de la opción tomada. El misterioso Siervo sufriente de Isaías (Is 42,1ss) tomó carne en Jesús. Las palabras que el Padre le dirigió en el momento en que era bautizado por Juan, «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1,11), configuran la vocación de Jesús como tarea y misión del siervo sufriente, solidarizándose con los miserables y pecadores, con todos los malvados de la tierra, para sufrir por ellos y en lugar de ellos (Is 53,12). Pero el Padre, al resucitar a Jesús, nos mostró que el mal, causante de sufrimientos y de muerte, no es lo más poderoso ni lo definitivo, ya que más allá de todo eso está Él con su voluntad amorosa de hacer del hombre su propia gloria.


En el caminar evangélico de san Francisco, como en el de todo creyente que se decida a seguir a Jesús hasta el fin, está el encuentro doloroso con la cruz. Llamado por el Señor a seguir sus huellas, no se acobardará al encontrarlas teñidas de sangre. Su tarea de realizador de un grupo evangélico, la Fraternidad, lo condujo a momentos de oscuridad en los que no percibía, a no ser en la contradicción, que se estuviera realizando el plan de Dios sobre ese grupo. La identificación en sus últimos años, enfermo y fracasado, con el Siervo sufriente le permitió comprender en su propia carne lo que es y significa la cruz para el cristiano. La aparición de las llagas es un signo de su firme voluntad de seguir hasta el final, hasta la cruz, al Jesús del Evangelio.

Sin embargo, él estaba persuadido de que la cruz no era lo último ni lo definitivo. En Jesús estamos llamados todos a pasar a la nueva vida, en la que el hombre tenga ya pleno sentido por estar junto a Dios. Por eso, el sufrimiento y la cruz no son para Francisco hechos deshumanizadores, capaces de destrozarle. Precisamente en el momento más oscuro de su vida, es capaz de expresar con un canto, el de las Criaturas, lo que siente en su interior. Reconciliado con Dios y la creación, asume el dolor que le proporciona el haberse atrevido a seguir a Jesús, confiado en su promesa.

Los cuatro temas que hemos visto y que constituyen el camino espiritual de Francisco -adoración, misión, bienaventuranzas y cruz-, se entrecruzan de tal modo en su vida, que llegan a formar la trama evangélica con la que se identificó y por la que se le reconoció como hombre de Evangelio.

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