Por Julio Micó, OFMCap
Jesús, el
Siervo sufriente
El que se
atreve a seguir a Jesús por el camino de las Bienaventuranzas no queda
impune. El poder diabólico del mal no perdona, como tampoco le perdonó a Él,
que pretendamos salir del círculo de su influencia (1 R 22,19). Por eso, el
seguimiento evangélico debe contar con el hecho de la cruz como una
consecuencia más de la opción tomada. El misterioso Siervo sufriente de Isaías
(Is 42,1ss) tomó carne en Jesús. Las palabras que el Padre le dirigió en el
momento en que era bautizado por Juan, «Tú eres mi Hijo amado, en ti me
complazco» (Mc 1,11), configuran la vocación de Jesús como tarea y misión del siervo
sufriente, solidarizándose con los miserables y pecadores, con todos los
malvados de la tierra, para sufrir por ellos y en lugar de ellos (Is 53,12).
Pero el Padre, al resucitar a Jesús, nos mostró que el mal, causante de
sufrimientos y de muerte, no es lo más poderoso ni lo definitivo, ya que más
allá de todo eso está Él con su voluntad amorosa de hacer del hombre su propia
gloria.
En el caminar
evangélico de san Francisco, como en el de todo creyente que se decida a seguir
a Jesús hasta el fin, está el encuentro doloroso con la cruz. Llamado por el
Señor a seguir sus huellas, no se acobardará al encontrarlas teñidas de sangre.
Su tarea de realizador de un grupo evangélico, la Fraternidad, lo condujo a
momentos de oscuridad en los que no percibía, a no ser en la contradicción, que
se estuviera realizando el plan de Dios sobre ese grupo. La identificación en
sus últimos años, enfermo y fracasado, con el Siervo sufriente le permitió
comprender en su propia carne lo que es y significa la cruz para el cristiano.
La aparición de las llagas es un signo de su firme voluntad de seguir hasta el
final, hasta la cruz, al Jesús del Evangelio.
Sin embargo,
él estaba persuadido de que la cruz no era lo último ni lo definitivo. En Jesús
estamos llamados todos a pasar a la nueva vida, en la que el hombre tenga ya
pleno sentido por estar junto a Dios. Por eso, el sufrimiento y la cruz no son
para Francisco hechos deshumanizadores, capaces de destrozarle. Precisamente en
el momento más oscuro de su vida, es capaz de expresar con un canto, el de las
Criaturas, lo que siente en su interior. Reconciliado con Dios y la creación,
asume el dolor que le proporciona el haberse atrevido a seguir a Jesús,
confiado en su promesa.
Los cuatro
temas que hemos visto y que constituyen el camino espiritual de Francisco
-adoración, misión, bienaventuranzas y cruz-, se entrecruzan de tal modo en su
vida, que llegan a formar la trama evangélica con la que se identificó y por la
que se le reconoció como hombre de Evangelio.
[Cf. el texto
completo en http://www.franciscanos.org/temas/micotemas03.htm]
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