Por Michel Hubaut, OFM
Un deseo insaciable
de dicha
¡La dicha! Todos la
deseamos locamente. ¡Ser dichoso! Es el deseo fundamental del ser humano. Pero
¿qué es la dicha? ¿Es del orden del haber o del orden del ser? Los charlatanes
y los mercachifles de las pseudo-dichas están siempre haciendo recetas. En
nuestros días nace una secta por mes en el ancho mundo. Hace más de dos
milenios, el salmista bíblico escribía ya: «Hay muchos que dicen: "¿Quién
nos hará ver la dicha, si la luz de tu rosto ha huido de nosotros?". Y
vosotros, ¿hasta cuándo ultrajaréis mi honor, amaréis la falsedad y buscaréis
el engaño? Temblad y no pequéis, reflexionad en el silencio de vuestro lecho»
(cf. Salmo 4).
En efecto. ¡Cuántos
sueños desvanecidos e ilusiones perdidas! ¡Cuántos callejones sin salida en
esta ardiente búsqueda de la dicha! Todavía hoy mismo pueden desde luego los
medio de propaganda proponer nuevas imágenes de la dicha. Pero no siempre
pueden colmar este deseo del hombre moderno. No hacen sino exacerbarlo,
incapaces de satisfacerlo auténticamente. Los jóvenes más lúcidos de la nueva
generación no sacralizan ya el dios-dinero o el dios-progreso. Han aprendido a
desconfiar de las ideologías reductoras. Han captado los límites de la
banalización de la sexualidad. Y así, para ellos, encontrar un hombre o una
mujer dichosa resulta un acontecimiento que les fascina. ¿Cuál es su secreto?
El testimonio de una vida radiante de dicha es siempre más convincente que
todos los discursos y todas las teorías.
Por eso, yo os
propongo descubrir dos seres, cuyas vidas son un himno a la dicha. No tienen
recetas-milagro que ofrecernos. Simplemente un itinerario sembrado de tientas,
de pruebas, de superaciones, pero también de gozos y de luces. Dos seres vivos,
para los que la dicha no es una quimera sino una realidad descubierta, acogida
y vivida. No teorizan nada. Viven en su carne y en su corazón una experiencia
tan simple y tan fuerte que nos dan ganas de ensayarla en nosotros mismos.
Francisco y Clara
de Asís. Dos seres sedientos de dicha. Nacidos en una pequeña ciudad de Italia
en el siglo XII, con doce años de diferencia, van a trazar, uno y otra, un
surco de luz en la historia de Occidente. Un itinerario masculino. Un
itinerario femenino. Una búsqueda común. Una complicidad fraternal. El mismo
descubrimiento maravillado de una dicha perdurable junto a la que todos los
demás bienes palidecen como estrellas a la salida del sol.
¿No desea sor Clara
que todos y cada uno «accedan a la dicha eterna», «se alegren y salten de gozo,
colmados de alegría espiritual y de inmenso gozo», «posean a perpetuidad la
vida feliz?» (cf. 2CtaCl 3.4). Y a cada uno vuelve a decirle: «Jamás cejes. Con
andar apresurado, con paso ligero, sin que tropiecen tus pies ni aun se te
pegue el polvo del camino. Recorre la senda de la felicidad, segura, gozosa y
expedita y con cautela: de nadie te fíes ni asientas a ninguno que quiera
apartarte de tu propósito» (2CtaCl 3). ¿No es acaso la vocación de toda persona
una vocación a la dicha? Pero habrá que encontrar primero la dicha para la que
hemos sido creados. Por eso, evoca con frecuencia Clara a Aquel «cuya vista
gloriosa hará felices a todos los ciudadanos de la Jerusalén celestial» (4CtaCl
3).
Y cuando Francisco
entrevió el «tesoro oculto», que su deseo de ser dichoso buscaba, desde hacía
tantos años, «tal fue el gozo que sintió... que no cabía dentro de sí de tanta
alegría» (1 Cel 7). En una de sus plegarias oímos el eco de ese gozo puro e
indescriptible, del gozo de un hombre que ha hallado la dicha que brota de Dios
y que Dios descubre a quienes le buscan:
«Iluminándolos para
conocer,
porque tú, Señor, eres la luz;
inflamándolos para amar,
porque tú,
Señor, eres el amor;
habitando en ellos y colmándolos para gozar,
porque tú,
Señor, eres el bien sumo, eterno,
de quien todo bien procede,
sin quien
no hay bien alguno» (ParPN 2).
Si la palabra
latina bonum, que figura en el texto original, significa bien,
por extensión puede también traducirse por dicha. ¿La dicha del hombre
no proviene de poseer o de acoger el bien que más le conviene para ser dichoso?
Para Francisco y Clara, Dios es el bien supremo, el único capaz de colmar
nuestro deseo de felicidad infinita. Cristo es el Shalom de las promesas
mesiánicas. Pax et bonum, «Paz y bien», será su saludo.
[Cf. M. Hubaut, Cristo
nuestra dicha. Aprender a orar con Francisco y Clara de Asís. Aránzazu,
1990, pp. 9-26.]
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