Por Jean de Schampheleer, OFM
I. Descubrimiento progresivo de Cristo paciente
El joven Francisco no sólo es un colaborador de su
padre en el comercio de telas; vive en una época concreta, marcada por
conflictos sociales y políticos, a los que no permanece ajeno y en los que
participa. Es también el tiempo de las Cruzadas: por todas partes hay caballeros
que se preparan y se marchan a defender la causa de Cristo y de la Iglesia.
Durante sus viajes a las ferias de Champagne,
Francisco ha oído hablar de los famosos condes de Brienne, cuyo castillo se
encuentra cerca de Troyes, entonces capital de la Champagne: el conde Erardo,
que había muerto en combate frente a San Juan de Acre en 1198; su hijo menor,
Juan, cruzado igualmente, que continuaba la lucha en Oriente; su hijo mayor,
Gualterio, que guerreaba por el Papa en el sur de Italia. A los ojos de
Francisco, Gualterio era el prototipo del caballero: generoso, valiente, el
escudo marcado con la cruz de Cristo.
El espíritu de Francisco estaba henchido de las
grandes gestas de los caballeros, contadas o cantadas por los trovadores.
También él soñaba con llegar a ser caballero, tal vez incluso barón o príncipe.
Sueña en ello durante la noche y ve armas resplandecientes y escudos, todos
marcados con la cruz.
Sin embargo, bajo la influencia del Espíritu,
renunciará a las glorias de la caballería, pero conservará el alma de la misma:
estará al servicio del «Gran Rey». Por otra parte, la palabra « miles»
(caballero) tiene fundamentalmente el sentido de «servidor»: alguien cuyo
servicio especializado era la acción militar; ¿no hablamos aún hoy de la
«milicia» refiriéndonos a quienes prestan el «servicio» militar? Para
Francisco, el caballero por excelencia no será ya Gualterio de Brienne, sino Cristo
mismo, que está al servicio del Padre, del que cumple la voluntad.
Durante el largo período de reflexión y oración de
su conversión, Francisco mirará cada vez más a Cristo como el servidor
perfecto, que manifiesta su amor profundo y total al Padre -quien quiere la
salvación de todos- aceptando vivir la vida de los hombres, soportando el
hambre, la sed, el sufrimiento y finalmente la muerte en una cruz, para salvar
a los hombres amados del Padre, para salvar a este joven de Asís llamado
Francisco, a quien Dios ama. Esta revelación trastorna a Francisco, que querrá
vivir como ese Servidor perfecto. También él se volverá hacia los pobres
hombres, comenzando por los mendigos, luego los leprosos.
Una tradición que se remonta a los Padres de la
Iglesia aplicaba a Cristo el texto de Isaías 53,4, según la Vulgata: «Nosotros
le tuvimos por un leproso». Francisco conocía este texto, usado con frecuencia
en la iconografía y en la piedad de la Edad Media, pero le cambió por completo
la perspectiva. El monje Ruperto de Deutz ( 1128) interpretaba este texto
diciendo que Jesús había sido crucificado « fuera de la ciudad», al
igual que se mantenía a los leprosos en lugar apartado, fuera de los muros de
toda ciudad. Francisco, en lugar de considerar a Cristo como un leproso, vio a
Cristo en el leproso. Él, pues, fue a los leprosos, les lavó las llagas, los
amó y los reverenció, porque todo aquello era Cristo; al igual que retiraba con
delicadeza los gusanos del camino, porque su Señor se abajó hasta no ser más
que un gusano y no un hombre (Salmo 21,7).
Otro elemento importante en el descubrimiento de
Cristo paciente fue la «Tau» y su simbolismo. En la primavera de 1210, durante
su estancia en Roma, Francisco residió en los Hospitalarios de san Antonio
Ermitaño, cerca de Letrán. Estos religiosos llevaban una gran Tau en su hábito.
No hay duda que este detalle atrajo la atención de Francisco e influenció, tal
vez, su deseo de cortar las túnicas franciscanas en forma de cruz. En 1215, en
el Concilio de Letrán, el papa Inocencio III hablará largamente de la Tau y de
su significado comentando el capítulo 9 de Ezequiel, y proclamará muy alto:
«¡Sed los campeones de la Tau y de la Cruz!». Francisco no será sordo a esta
llamada.
Citamos aquí algunas líneas del hermoso librito que
el P. Damien Vorreux dedicó al simbolismo de la Tau: «La Tau es para él
(Francisco) certeza de salvación (a causa de la victoria de Cristo sobre el
mal)... La Tau es para él la universalidad de la salvación. Por tu santa Cruz redimiste
al mundo: tal es el final de la oración que sus hermanos y él recitaban
cada vez que divisaban una cruz (1 Cel 45; Test 5). La Tau es para él el
símbolo de conversión permanente y de desapropiación total... La Tau es para él
exigencia de misión y de servicio a los demás, porque el Señor se hizo siervo
nuestro hasta la muerte. Francisco será también, por lo mismo, siervo de Dios y
siervo de sus hermanos... La Tau, finalmente, es para él signo de la bondad y
del amor de Dios...».
Hombre de su tiempo, Francisco está influenciado por
el clima de Cruzada, por el simbolismo de la Tau, por la idea de caballería
difundida por las canciones de gesta y los romances, por el sentido del
«servicio» y del combate en pro del bien, de los pobres -hasta los leprosos-,
del Papa y de la Iglesia. En este contexto es donde Francisco descubre a
Cristo-Siervo, que combate hasta la muerte, como un verdadero caballero, por
los hombres pecadores y cobardes, por él, Francisco, por los paganos. Descubre
así al Cristo que ama a su Padre hasta morir. Este descubrimiento se precisará,
se purificará y, sobre todo, será vivido cotidianamente de manera maravillosa,
hasta el fin.
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