Carta S. S. Juan Pablo II
en el VIII centenario
del nacimiento de san Francisco (15-VIII-1982)
Libertad, paz
y fraternidad, ecumenismo y ecología
Aunque
Francisco no usó casi nunca la palabra libertad, fue su misma vida una
expresión verdaderamente singular de la libertad evangélica. En su estilo de
vida y en su proyecto interior se transparentaba la libertad de espíritu y la
espontaneidad de quien ha hecho del amor la ley suprema y está completamente
unido a Dios. Una de las manifestaciones de esto es la libertad que dio, de
acuerdo con el Evangelio, a sus hermanos para que comieran de todos los
alimentos que les ofrecieran.
Pero la
libertad que siguió y exaltó Francisco no se opone a la obediencia a la
Iglesia, más aún, «a todos los hombres que hay en el mundo»; por el contrario,
de ella procede. El estado primigenio y perfecto del hombre, libre y señor del
universo, resplandece en él con luz particular. Así se explica también aquella
singular familiaridad y docilidad que todas las criaturas mostraban a este
Pobre de Cristo. Así sucedió que las aves lo escucharan cuando predicaba, que
el lobo -según la conocida narración- se amansara, que el mismo fuego,
suavizando sus ardores, se tornara «cortés», es decir, amable. Y así, como
afirma el primer biógrafo de Francisco, «caminando en la vía de la obediencia y
en la absoluta sumisión a la divina voluntad, consiguió de Dios la alta
dignidad de hacerse obedecer de las criaturas» (1 Cel 61). Pero, sobre todo, la
libertad de Francisco nacía de su pobreza voluntaria, por lo que se liberó de
toda ambición y solicitud terrena, de modo que llegó a ser uno de aquellos
hombres que, según las palabras del Apóstol, «nada tienen y todo lo poseen».
Francisco,
además de hombre insigne por la perfecta alegría y libertad, es constantemente
venerado como amante dulcísimo de la paz y fraternidad universal. La paz
de que Francisco gozaba y que difundía, tenía su fuente en Dios, a quien, en la
oración, se dirigió con estas palabras: «Tú eres la mansedumbre, tú eres la
seguridad, tú eres la quietud». Esta paz toma forma humana y fuerza en Cristo
Jesús, que es «nuestra paz»; en Él -escribió Francisco siguiendo a san Pablo-,
«todas las cosas que hay en el cielo y en la tierra han sido pacificadas y
reconciliadas con el Dios omnipotente».
«El Señor te
dé la paz»: con estas palabras, aleccionado por la divina revelación, saludaba
Francisco a todos los hombres. Fue, en verdad, «pacífico», es decir, autor y
mediador de paz -el tipo de hombre que es proclamado dichoso en el Evangelio-,
ya que «todo el contenido de sus palabras iba encaminado a extinguir las
enemistades entre los ciudadanos y a restablecer entre ellos los convenios de
paz». Restableció la paz y la concordia entre las clases sociales de su misma
ciudad, opuestas entre sí con violencia cruenta, expulsando con su oración a
los demonios, causantes de las discordias. Estableció la paz entre ciudades
divididas por la discordia, entre el clero y el pueblo, y, según se dice,
también entre los hombres y las fieras. Pero la paz, según la persuasión de
Francisco, se construye otorgando el perdón; por lo que, para inducir a hacer
las paces al gobernador de la ciudad de Asís y al obispo de aquella sede, que
estaban reñidos, añadió cuidadosamente al Cántico del hermano sol estas
palabras tan conocidas: «Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu
amor».
Francisco a
nadie tenía por enemigo, a todos los consideraba hermanos. Por lo que,
superando todas las barreras con las que los hombres de aquel tiempo creaban
divisiones, anunció el amor de Cristo incluso a los Sarracenos, sembrando en
los ánimos las bases para el diálogo y el ecumenismo entre los hombres de
diferente cultura, raza y religión: uno de los más altos ideales a los que se
encamina nuestro tiempo. Además, extendió este sentido de fraternidad universal
a todas las cosas creadas, incluso a las inanimadas: el sol, la luna, el agua,
el viento, el fuego y la tierra, a las que llamó hermanos y hermanas y a las
que honró con delicada reverencia. A este respecto se ha escrito de él: «Abraza
todas las cosas con indecible afectuosa devoción y les habla del Señor y las
exhorta a alabarlo» (2 Cel 165).
Tomando en
consideración todo esto e intentando satisfacer los deseos de quienes hoy se
preocupan meritoriamente del ambiente natural en que los hombres viven,
proclamamos a san Francisco de Asís celestial Patrono de todos los amantes de
la ecología, el 29 de noviembre de 1979, mediante las Letras Apostólicas
selladas con el Anillo del Pescador, Inter Sanctos. Pero, por lo que a
esto se refiere, es de notar que Francisco impedía la injusta y dañosa
violencia contra las criaturas y los elementos porque, a la luz bíblica de la
creación y la revelación, las veía como criaturas ante las que el hombre se
siente obligado, no como criaturas dejadas a su capricho; criaturas que
juntamente con él esperan y anhelan «ser liberadas de la servidumbre de la
corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rom
8,21).
[Cf. el texto
completo en Selecciones de Franciscanismo, núm. 33 (1982) 343-352]
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