Por Julio Micó, OFMCap
Es indudable que Francisco era un
contemplativo. Para nuestra sociedad tecnificada, que ve las cosas de forma
utilitarista y dominante, resulta difícil entender que nos podamos relacionar
con el mundo de otro modo. Sin embargo, eliminando ese afán depredador que nos
convierte en cazadores de lo creado, puede surgir esa mirada limpia capaz de
descubrir la gratuidad de la belleza. Contemplar es acercarse a las cosas y a
los hombres de forma respetuosa para iniciar un diálogo desde el ser.
a) Contemplar las cosas
Francisco poseyó esa sensibilidad contemplativa que le permitía captar
los múltiples detalles de las cosas sin, por eso, sentirse mero espectador.
Contemplar no es deslizar la mirada sobre las cosas de una forma superficial.
El contemplativo se ofrece en un diálogo interior a todo lo que le rodea, gozando
de su íntima afinidad al reconocerse en el conocimiento de lo otro; y esto, no
de forma racional, sino de un modo intuitivo.
Celano apunta este talante contemplativo de Francisco al decir que,
durante su convalecencia de una larga enfermedad, cierto día salió de su casa
apoyado en un bastón y se puso a contemplar con más interés la campiña que se
extendía a su alrededor. Mas ni la hermosura de los campos, ni la frondosidad
de los viñedos, ni cuanto de más deleitoso hay a los ojos pudo en modo alguno
deleitarle (1 Cel 3). La conclusión moralizante que pretende Celano para
indicarnos su proceso de conversión no oscurece su situación de contemplativo
frente a la vida. Si acaso nos refuerza la convicción de que su actitud fue
madurando a medida que avanzaba por el camino espiritual, pasando de una
contemplación sensitiva y estética de las cosas a otra más interiorizada, donde
la creación ya no es objeto exclusivo del propio deleite, sino sujeto capaz de
alabar con su existencia agradecida al Dios que la modeló y servir de
sacramento para que el hombre transite por ella hasta encontrarse con el
Creador de ambos.
b) Contemplar al hombre
La contemplación no se limita a percibir las cosas con un respeto
admirativo. Es extensible también a nuestras relaciones con los demás hombres;
y el factor que determina esta actitud es el de colocarse ante el otro no con
pretensiones absorbentes ni monopolizantes, sino de entrega confiada y
aceptación respetuosa de su subjetividad. Los demás nunca nos pertenecen, por
lo que el encuentro con ellos excluye todo afán de dominio, permitiendo y
procurando favorecer la propia realización en libertad.
La actitud de Francisco frente al hombre, aun
en aquella cultura de cristiandad donde parecía lógico que lo religioso pudiera
imponerse, es siempre de admiración y respeto. La minoridad, que muchas veces
quiere entenderse como un complejo de inferioridad, fue uno de los valores
fraternos que defendió con más tesón. Y esto porque expresaba la posición que
debe tomar todo creyente que pretenda seguir a Jesús ante los hombres vistos
como hermanos.
Francisco se pone siempre como servidor; pero
un servidor del Evangelio que ofrece a los demás, en plan de igualdad, el
descubrimiento existencial que él ha hecho (2CtaF 2.3). Las formas concretas de
materializar este ofrecimiento fueron muchas; pero siempre destaca en ellas el
respeto por el otro y el temor a poder avasallarlo o dominarlo, apropiándose el
señorío que sobre ellos sólo tiene Dios.
Para Francisco, contemplar al hombre es
descubrir en él la obra de la creación, donde Dios ha volcado todo su amor de
una forma respetuosa. Ese amor incondicional es el que le confiere la dignidad
de ser amado y respetado por todos en su singularidad.
El que es capaz de percibir que cada hombre,
que cada hermano, es un don del Señor para recordarnos nuestra condición
fraterna anclada en la de Jesús, es que su mirada está limpia de todo afán de
posesión utilitarista; es, en definitiva, que está cultivando esa actitud
contemplativa que acompañó a Francisco en su caminar hacia Dios.
[Cf. el texto completo en Selecciones de Franciscanismo n. 56, 1990, 177-212]
No hay comentarios.:
Publicar un comentario