viernes, 22 de marzo de 2013

Clara de Asís, la mujer evangélica que vive desde la gratuidad


Por Miguel Ángel Lavilla Martín, OFM

La Palabra de Dios atraviesa todos los escritos de Clara, marcándolos de manera indeleble. Y en su vida la Palabra de Dios era su alimento diario.

El evangelismo de Clara es patente. Su lectura del Evangelio no se reducía a una lectura material-literal, sino que, inspirada por el Espíritu, perseguía su encarnación en lo cotidiano.

Éste es uno de los rasgos que convierte a Clara en actual. La Palabra de Dios, el Evangelio, nunca pasa de moda, siempre es actual. Clara no sólo escuchó la Palabra, sino que decidida respondió a lo escuchado, en las circunstancias concretas en que vivió. Para todo creyente en el Señor Jesús, su vocación es escuchar esa Palabra viva y poner en acto lo escuchado, la obediencia a la Palabra. Para obedecer a la Palabra, para encarnarla en el aquí y ahora, se requiere una implicación de todas las dimensiones de la persona: sentimientos, inteligencia, memoria y voluntad. En esta encarnación de la Palabra en el presente, también Clara puede ayudarnos como referente.


Hoy parece valorarse lo gratuito, en una flagrante contradicción, pues, aparte de raras excepciones, la eficacia y el mercantilismo son lo que prima en el fondo: ahí están las noticias sobre la corrupción en instituciones y operaciones que el día anterior se presentaban como altruistas en grado sumo.

Aparte de estas contradicciones, nuestros contemporáneos aspiran a unas relaciones más gratuitas; así lo revela la labor de tantas personas anónimas a favor de sus semejantes, que no recogen los medios de comunicación.

En la respuesta a este anhelo, Clara también puede iluminar, especialmente a los cristianos, pues en nuestro mundo tan tecnificado, ¿qué lugar ocupa la gracia divina para nosotros? ¿Cómo conjugamos la providencia divina con la técnica y la ciencia, tan necesarias? ¿En la lectura de nuestra historia personal y comunitaria, dejamos entrar a la gracia de Dios?

Clara de Asís, al final de su vida, en su Testamento, ya nos da la clave para entender su coraje, su firmeza, su fidelidad, en definitiva su biografía: «Entre los otros beneficios que hemos recibido y recibimos cada día de nuestro espléndido benefactor el Padre de las misericordias, y por los que más debemos dar gracias al Padre glorioso de Cristo, está el de nuestra vocación, por la que, cuanto más perfecta y mayor es, más y más deudoras le somos» (TestCl 2-3).

La primera preocupación o urgencia de Clara es reconocer y agradecer a Dios Padre, que todo lo bueno a lo largo de su vida lo ha recibido gratuitamente de Dios, en primer lugar el regalo de la vocación. Confesión taxativa de que su trayectoria personal y comunitaria no ha sido una carrera prometéica, el resultado de sus cualidades y esfuerzos personales (de su tozudez); tampoco el resultado de su bondad natural, ni mucho menos el fruto de un ascetismo extremo que doblega y orienta la voluntad. Ella no atribuye a sus muchas penitencias lo que ha sido y ha hecho a lo largo de su historia, sino a Dios Padre, y no sólo en los principios, sino hasta el final, incluida la buena fama de las hermanas, hoy diríamos el éxito de la experiencia de las hermanas en San Damián: «Después que el altísimo Padre celestial se dignó iluminar con su misericordia y su gracia mi corazón para que, siguiendo el ejemplo y la enseñanza de nuestro bienaventurado padre Francisco, yo hiciera penitencia, poco después de su conversión, junto con las pocas hermanas que el Señor me había dado poco después de mi conversión, le prometí voluntariamente obediencia, según la luz de su gracia que el Señor nos había dado por medio de su admirable vida y enseñanza [...]» (TestCl 24-26).

Y más adelante, por si no había quedado claro que para ella la gracia de Dios lo es todo y que pide la colaboración del hombre, se lo recuerda con insistencia a las hermanas, para que, no olvidándolo nunca, vivan centradas en lo esencial: «Amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo a todas mis hermanas, las que están y las que han de venir, que se apliquen siempre con esmero a imitar el camino de la santa simplicidad, humildad, pobreza, y también la rectitud de la vida religiosa en común, tal como desde el inicio de nuestra conversión nos lo han enseñado Cristo y nuestro bienaventurado padre Francisco. A causa de lo cual, no por nuestros méritos, sino por la sola misericordia y gracia del espléndido bienhechor, el mismo Padre de las misericordias esparció el olor de la buena fama, tanto entre los que están lejos como entre los que están cerca. Y amándoos mutuamente con la caridad de Cristo, mostrad exteriormente por las obras el amor que tenéis interiormente, para que, estimuladas por este ejemplo, las hermanas crezcan siempre en el amor de Dios y en la mutua caridad» (TestCl 56-60).

Estas palabras de Clara de Asís podrían servir de conclusión. No querría terminar sin recordar que la biografía de Clara y su experiencia cristiana nos enseñan, entre otras cosas, que el Amor de Dios y el amor entre los hombres, destello del primero, son fuerza y vigor, que afirman la personalidad y la autorrealización de cada uno, sin negar la afirmación y la realización del otro, y permiten la construcción del «nosotros». ¿Acaso nuestro mundo no pide esto a gritos?

[Cf. el texto completo en Selecciones de Franciscanismo n. 116, 2010, 271-280]

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