lunes, 23 de abril de 2012

Asís y la Paz (I)

Por José Luis Larrabe

Hacia la fraternidad universal

Son nuevos tiempos y nuevos horizontes en el espíritu de solidaridad universal, de pobreza y fraternidad, los que con Francisco de Asís nacieron, mejor dicho, renacieron desde el Evangelio, que para Francisco no era el libro de los cuatro Evangelios, sino el mismo Jesucristo que alcanzó plenamente al joven de Asís, como puede alcanzar al hombre de cualquier parte del mundo que se deje seducir por la persona de Jesús, su ejemplo de vida y su causa: causa de Dios y causa de los hombres, sobre todo de los más pobres, humildes y necesitados: en el fondo para eso ha nacido todo hombre; cuando Francisco llama hermanos a todos los seres creados por Dios, único Señor y Padre, está sentando las bases firmes de la paz y fraternidad que todos deseamos.


Su vida, impregnada del Evangelio

Unas pocas cosas, bien leídas y destacadas desde el Evangelio, entendido, eso sí, en forma urgente y absoluta, radical y existencial, dirigido al corazón mismo del joven Francisco, le bastaron para echar a andar: siempre el Evangelio fue para él desde ese momento, desde esa opción fundamental, punto de partida, camino y meta: desde que recibió la inspiración o revelación personal de que el Evangelio, solo y todo, tenía que ser la inspiración -y legislación, si hace falta- de la nueva forma de vida, ésta se iluminó totalmente para él y su fraternidad. Ahí está todo, o casi todo: lo demás es lo de menos y quizás no merezca la pena.

Acontecimiento Eclesial

Francisco fue -y es- un hombre carismático que brota en el seno mismo de la Iglesia, un acontecimiento eclesial: cuando brotan hombres como él, ojalá que no sólo él, uno se da cuenta de que la Iglesia no está dejada de la mano de Dios, de Jesucristo Resucitado y su Espíritu, Creador y dador de vida, único Dueño y Señor de todo (unus Dominus); los demás, todos, «administradores», ojalá que fieles a Él y a sus pobres.

Francisco ha sido un carismático con seguidores: padre, maestro, modelo de vida, no sólo para la fraternidad franciscana, sino también para la necesaria fraternidad eclesial y la del mundo entero, ojalá que convertido muy pronto en una sola y gran familia. Su vida ha sido y es enormemente beneficiosa para la Iglesia de ayer y de hoy, como epifanía de un máximum de mística y un mínimum de institución y estructuras, en todo caso al servicio del Evangelio y del hombre también éstas.

Humildad y sencillez

Francisco ha sido un profeta de Evangelio y vida, no agresivo en las formas, pero sí radical en su vivencia del Evangelio; no tanto por lo que dijo, sino por lo que fue e hizo (por este orden). Y ¿cuál fue este modo de ser suyo? Le pareció que la humildad, la amistad, la pobreza y la sencillez no son cosas distintas (como una constelación sin núcleo), sino que, en definitiva, son lo mismo: son el sustrato humano imprescindible previo al Evangelio, constitutivo interno y consecuencia primera de su vivencia en el corazón de los hombres, en la Sociedad y en la Iglesia, en todas y cada una de sus comunidades, pequeñas o grandes. No había en Francisco dicotomías entre naturaleza y gracia: nadie es agradable para Dios si no lo es para los demás; para él lo mismo era ser el Ministro General que hermano Francisco.

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