Hacia la fraternidad universal
Son nuevos tiempos y nuevos horizontes en el
espíritu de solidaridad universal, de pobreza y fraternidad, los que con
Francisco de Asís nacieron, mejor dicho, renacieron desde el Evangelio, que
para Francisco no era el libro de los cuatro Evangelios, sino el mismo
Jesucristo que alcanzó plenamente al joven de Asís, como puede alcanzar al
hombre de cualquier parte del mundo que se deje seducir por la persona de
Jesús, su ejemplo de vida y su causa: causa de Dios y causa de los hombres,
sobre todo de los más pobres, humildes y necesitados: en el fondo para eso ha
nacido todo hombre; cuando Francisco llama hermanos a todos los seres creados por
Dios, único Señor y Padre, está sentando las bases firmes de la paz y
fraternidad que todos deseamos.
Su vida, impregnada del Evangelio
Unas pocas cosas, bien leídas y destacadas desde el
Evangelio, entendido, eso sí, en forma urgente y absoluta, radical y
existencial, dirigido al corazón mismo del joven Francisco, le bastaron para
echar a andar: siempre el Evangelio fue para él desde ese momento, desde esa
opción fundamental, punto de partida, camino y meta: desde que recibió la
inspiración o revelación personal de que el Evangelio, solo y todo, tenía que
ser la inspiración -y legislación, si hace falta- de la nueva forma de vida,
ésta se iluminó totalmente para él y su fraternidad. Ahí está todo, o casi
todo: lo demás es lo de menos y quizás no merezca la pena.
Acontecimiento Eclesial
Francisco fue -y es- un hombre carismático que brota
en el seno mismo de la Iglesia, un acontecimiento eclesial: cuando brotan
hombres como él, ojalá que no sólo él, uno se da cuenta de que la Iglesia no
está dejada de la mano de Dios, de Jesucristo Resucitado y su Espíritu, Creador
y dador de vida, único Dueño y Señor de todo (unus Dominus); los demás,
todos, «administradores», ojalá que fieles a Él y a sus pobres.
Francisco ha sido un carismático con seguidores:
padre, maestro, modelo de vida, no sólo para la fraternidad franciscana, sino
también para la necesaria fraternidad eclesial y la del mundo entero, ojalá que
convertido muy pronto en una sola y gran familia. Su vida ha sido y es
enormemente beneficiosa para la Iglesia de ayer y de hoy, como epifanía de un
máximum de mística y un mínimum de institución y estructuras, en todo caso al
servicio del Evangelio y del hombre también éstas.
Humildad y sencillez
Francisco ha sido un profeta de Evangelio y vida, no
agresivo en las formas, pero sí radical en su vivencia del Evangelio; no tanto
por lo que dijo, sino por lo que fue e hizo (por este orden). Y ¿cuál fue este
modo de ser suyo? Le pareció que la humildad, la amistad, la pobreza y
la sencillez no son cosas distintas (como una constelación sin núcleo), sino
que, en definitiva, son lo mismo: son el sustrato humano imprescindible previo
al Evangelio, constitutivo interno y consecuencia primera de su vivencia en el
corazón de los hombres, en la Sociedad y en la Iglesia, en todas y cada una de
sus comunidades, pequeñas o grandes. No había en Francisco dicotomías entre
naturaleza y gracia: nadie es agradable para Dios si no lo es para los demás;
para él lo mismo era ser el Ministro General que hermano Francisco.
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