sábado, 21 de abril de 2012

Estoy unido siempre con Dios, mi Sumo Bien

De una carta de san Conrado de Parzham

Fue voluntad de Dios que abandonara todo lo más querido y grato; y le rindo gracias constantemente por haberme traído a la vida religiosa, en la que he encontrado tanta paz y felicidad, como jamás la había disfrutado en el mundo.

Mi forma de vida consiste principalmente en esto: amar y padecer, contemplando, adorando, admirando constantemente el inefable amor que Dios manifiesta hacia las criaturas más humildes. Y nunca se logra llegar al fondo de este amor de Dios.

Estoy unido siempre con Dios, mi sumo bien, y no hay cosa alguna que me pueda separar de él; digo más: cuanto mayores son las ocupaciones que tengo, tanto más se aumenta y siento en mí esta unión con Dios. Trato y hablo familiarmente con Dios como un hijo con su padre, redoblo mis súplicas y mis gemidos, y le manifiesto con filial confianza cuanto aflige y preocupa a mi espíritu. Y si alguna vez caigo en pecado, le pido perdón con gran humildad, diciéndole que quiero ser con él un hijo bueno y dócil, y que sólo deseo crecer en caridad, amándole más.

Cuando necesito ejercitarme en las virtudes de la mansedumbre y de la humildad, me basta fijar la vista y contemplar el crucifijo, que es mi libro. Y, así, una mirada a Jesús crucificado me es suficiente para saber afrontar todas las situaciones. De esta forma, me ejercito en la humildad, en la mansedumbre, en la paciencia, en una palabra, aprendo a llevar mi cruz: más aún, esa cruz se me vuelve dulce y su yugo suave.

Acepto con agradecimiento las alegrías y las penas como venidas de las manos del Padre celestial: porque él conoce mejor que nadie lo que más nos conviene. Por eso mismo, me alegro en el Señor, y sólo me duele no amarle como se merece. ¡Oh, si llegara a ser un serafín de amor! Ardientemente deseo que las criaturas me ayuden a amar a Dios sobre todas las cosas. Porque la caridad no acaba nunca.

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