Con un conocimiento elemental del dinamismo de
la vida espiritual, se comprende en seguida que Francisco, en su vida de
oración y en su relación con Dios, es objeto de la infusión del don de la
sabiduría.
Esta sabiduría le hace palpar, le hace
experimentar en todas las fibras de su ser que la intimidad con el Señor es un
gozo superior a todo gozo; que la unión con Dios en la oración, que el amor de
Dios produce una embriaguez capaz de hacer perder de vista toda otra cosa que
antes le agradaba y le absorbía. La metáfora nupcial es de origen bíblico: «La
quise a la sabiduría y la rondé desde muchacho y la pretendí como esposa,
enamorado de su hermosura. Su unión con Dios realza su nobleza, siendo el dueño
de todo quien la ama; es confidente del saber divino y selecciona sus obras. Si
la riqueza es un bien apetecible en la vida, ¿quién es más rico que la
sabiduría, que lo realiza todo?» (Sab 8,1-5).
Celano, igual que los Tres Compañeros, hace
entrever, como en filigrana, el éxtasis a continuación del banquete a la luz de
la Sabiduría; la conclusión que se deriva de ello, o sea, la elección de la
religión como «inmaculada esposa de Dios», entra en la lógica más obvia de la
vida espiritual.
«Y desde aquel momento -continúan los Tres
Compañeros-, dejó de adorarse a sí mismo, y poco a poco perdieron su
fascinación las cosas que antes había amado. El cambio, con todo, no era total,
porque su corazón quedaba todavía apegado a las sugestiones del mundo. Pero
desvinculándose cada vez más de la superficialidad, se apasionaba por guardar a
Cristo en lo íntimo del corazón; y escondiendo a la mirada de los ilusos la
perla evangélica, que anhelaba adquirir al precio de todo cuanto tenía, con
frecuencia y casi a diario se sumergía secretamente en la oración» (TC 8).
En este pasaje, los Tres Compañeros dejan
traslucir una indicación preciosa: «Se apasionaba por guardar a Cristo en lo
íntimo del corazón». Una vez más se pone de relieve el secreto de Francisco: el
Señor Jesús en persona, Sabiduría encarnada, Revelación suprema, plenaria, del
amor de Dios al hombre, que sacia y hace feliz al hombre.
Para comprender y explicar, no sólo en clave
teológica, sino también a nivel psicológico e histórico, el heroísmo de las
virtudes de san Francisco, es necesario referirse a esta experiencia
carismática, avasalladora -verdadero éxtasis-; es la «sursumactio»,
matriz de la mística de san Buenaventura.
Cuando Jesús en persona se presenta, se
revela, se hace experimentar como bien único, como amor infinito, como gozo
pleno, es lógico e irresistible un gesto como el de Francisco: dejarlo todo y
seguir a Cristo, zambullirse a cuerpo muerto en Él. Es la lógica de san Pablo:
«¡Cualquier cosa la tengo por pérdida al lado de lo grande que es haber
conocido personalmente al Mesías Jesús mi Señor!» (Flp 3,8).
[Cf.
Selecciones de Franciscanismo,
n. 19 (1978) 33-34]
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