domingo, 1 de abril de 2012

¡Francisco, enséñanos a orar!
 Sabiduría y gozo (II)

Por Francesco Saverio Toppi, OFMCap

Con un conocimiento elemental del dinamismo de la vida espiritual, se comprende en seguida que Francisco, en su vida de oración y en su relación con Dios, es objeto de la infusión del don de la sabiduría.

Esta sabiduría le hace palpar, le hace experimentar en todas las fibras de su ser que la intimidad con el Señor es un gozo superior a todo gozo; que la unión con Dios en la oración, que el amor de Dios produce una embriaguez capaz de hacer perder de vista toda otra cosa que antes le agradaba y le absorbía. La metáfora nupcial es de origen bíblico: «La quise a la sabiduría y la rondé desde muchacho y la pretendí como esposa, enamorado de su hermosura. Su unión con Dios realza su nobleza, siendo el dueño de todo quien la ama; es confidente del saber divino y selecciona sus obras. Si la riqueza es un bien apetecible en la vida, ¿quién es más rico que la sabiduría, que lo realiza todo?» (Sab 8,1-5).

Celano, igual que los Tres Compañeros, hace entrever, como en filigrana, el éxtasis a continuación del banquete a la luz de la Sabiduría; la conclusión que se deriva de ello, o sea, la elección de la religión como «inmaculada esposa de Dios», entra en la lógica más obvia de la vida espiritual.

«Y desde aquel momento -continúan los Tres Compañeros-, dejó de adorarse a sí mismo, y poco a poco perdieron su fascinación las cosas que antes había amado. El cambio, con todo, no era total, porque su corazón quedaba todavía apegado a las sugestiones del mundo. Pero desvinculándose cada vez más de la superficialidad, se apasionaba por guardar a Cristo en lo íntimo del corazón; y escondiendo a la mirada de los ilusos la perla evangélica, que anhelaba adquirir al precio de todo cuanto tenía, con frecuencia y casi a diario se sumergía secretamente en la oración» (TC 8).

En este pasaje, los Tres Compañeros dejan traslucir una indicación preciosa: «Se apasionaba por guardar a Cristo en lo íntimo del corazón». Una vez más se pone de relieve el secreto de Francisco: el Señor Jesús en persona, Sabiduría encarnada, Revelación suprema, plenaria, del amor de Dios al hombre, que sacia y hace feliz al hombre.

Para comprender y explicar, no sólo en clave teológica, sino también a nivel psicológico e histórico, el heroísmo de las virtudes de san Francisco, es necesario referirse a esta experiencia carismática, avasalladora -verdadero éxtasis-; es la «sursumactio», matriz de la mística de san Buenaventura.

Cuando Jesús en persona se presenta, se revela, se hace experimentar como bien único, como amor infinito, como gozo pleno, es lógico e irresistible un gesto como el de Francisco: dejarlo todo y seguir a Cristo, zambullirse a cuerpo muerto en Él. Es la lógica de san Pablo: «¡Cualquier cosa la tengo por pérdida al lado de lo grande que es haber conocido personalmente al Mesías Jesús mi Señor!» (Flp 3,8).

[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 19 (1978) 33-34]

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