Hablando
de sí mismo, fray Gil solía decir: «Prefiero disfrutar de menos gracias en la
vida religiosa, que de muchas viviendo en el mundo, porque en éste abundan más
los peligros y los auxilios espirituales son menos frecuentes. El pecador
olvida fácilmente su propio bien y busca su mal, pues huye de la mortificación,
de la vida de penitencia; no tiene decisión para ingresar en la vida religiosa,
teme abandonar el pecado, que le rodea y envuelve, y prefiere quedarse en el
mundo».
Cierta
persona pidió consejo a fray Gil sobre si debía hacerse religioso o no. Obtuvo
la respuesta siguiente: «Si un hombre pobrísimo supiera que un importante
tesoro se halla en terreno sin propietario, ¿pediría consejo o más bien se
adueñaría de este tesoro? ¿Por qué los hombres no se apropian el tesoro del
Reino de los cielos?».
También
afirmaba: «Muchos abrazan el estado religioso, pero luego no viven sus
exigencias. Se asemejan al labriego que fue investido caballero a petición
propia por el conde Rolando, y luego no supo defenderle porque desconocía el
manejo de las armas. Para mí -seguía diciendo fray Gil- no considero un gran
favor servir en la corte, ni verse obsequiado por el mismo rey; lo decoroso es
adquirir porte cortesano, sabiéndolo llevar con dignidad y elegancia. La corte
del gran Rey, ¿no es la fraternidad religiosa? No basta, pues, pertenecer a
esta corte, ni disfrutar de las gracias espirituales que en ella se reciben con
tanta abundancia, sino someterse a las reglas de este estado religioso y
perseverar en él con fidelidad: eso sí que es importante. ¿Acaso no quisiera
más vivir piadosamente en el mundo, deseando con ardor ingresar en religión,
que permanecer en ella con tibieza?».
Otras
veces aseguraba: «Me parece que Dios puso en el mundo la Orden franciscana para
gran utilidad de los hombres; mas, si no respondemos a esta alta misión, será
nuestra desdicha. La religión de los Hermanos Menores es la más pobre y, al
mismo tiempo, la más rica, según creo. Y ése es nuestro gran peligro, que nos
andemos por las nubes al marchar por caminos tan elevados. Es rico quien imita
al Rico, es sabio aquel que imita al Sabio, es bueno quien imita al Bueno, es
noble aquel que imita al Noble, es decir, el que imita a nuestro Señor
Jesucristo».
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