martes, 31 de enero de 2012

Cómo concibió y vivió San Francisco el anuncio evangélico: I. Su Intuición Fundamental

Por Michel Hubaut, OFM.

¡Cuántas voces nuevas se levantaban ya en el siglo XIII! ¡Cómo empezaba a patinar ya el lenguaje tradicional de 1a Iglesia en el universo cultural nuevo que estaba surgiendo! ¡Cuántas debilidades de la Iglesia debían embotar la palabra del predicador! La tentación de callarse debía irse infiltrando en el corazón de no pocos creyentes...

La gente se pregunta ya sobre las ambigüedades de un anuncio semejante: ¿Es el de una iglesia determinada, el de una «civilización cristiana», o el del Evangelio? Lo cierto es que no bastaba ya repetir enérgicamente un «pensamiento ortodoxo» o reformar las estructuras para convencer y evangelizar. La cuestión estaba ya planteada: ¿Cómo anunciar una Buena Nueva que sigue siendo una esperanza activa, un poder de vida que dinanmiza a quienes la reciben?...

Francisco de Asís apareció como una respuesta viva a estas preguntas para sus contemporáneos; pero, ¿puede todavía hoy ayudarnos a resolver estos interrogantes en un contexto cultural diferente? Vamos a intentar probar que sus intuiciones en este campo fueron tan profundas, que han adquirido una verdadera permanencia universal, aun cuando tengamos que re-inventar aplicaciones propias de nuestro tiempo.

En Francisco, la experiencia personal precede siempre a la reflexión. Así, la dimensión «misionera» de su vida evangélica sólo emerge verdaderamente después de tres largos años de conversión personal a la Buena Nueva.

Todo el mundo conoce el episodio decisivo del Evangelio del «envío a misión» en la Porciúncula. San Francisco entiende inmediatamente, durante la misa de los apóstoles, esa «carta» del misionero (Mt 10), en la que el Evangelio se convierte en «una Buena Nueva que hay que anunciar» (LM 3,1-2).

Lo que impresiona a Francisco es, ante todo, una manera evangélica de vivir en medio de los hombres. No es la predicación explícita de los apóstoles lo que, en primer lugar, le seduce, sino su género de vida. Él se da cuenta de inmediato de que el enviado es la expresión viva de su mensaje. La vida misma del apóstol constituye la primera «Palabra» explícita del Reino... Esta intuición es decisiva. Francisco comprende que ser «enviado» no consiste primariamente en hablar, sino en comprometer toda su existencia en el Misterio de la Salvación, en revivir la existencia de Cristo Jesús, en identificarse con su misión.

Como la mayor parte de sus intuiciones espirituales, ésta se enraíza en una percepción casi visual del misterio de la Encarnación. Él «ve» que el Hijo único de Dios, el Enviado, el Misionero por excelencia, el Anunciador privilegiado, deja la gloria del Padre para venir a nosotros. Esto es lo que le conmueve: ese misteriosomovimiento de la Encarnación del Amor Salvador que arrastra a Dios a caminar entre los hombres. Su concepción de la misión y del «Anuncio» brota de esa experiencia mística fundamental. Anunciar el Evangelio no es, primariamente, predicar un mensaje, sino participar en ese movimiento permanente del Amor que se da, revivir esa «andadura misionera» de la Encarnación redentora. En adelante, la única justificación de su comportamiento apostólico será: «El señor dice..., el Señor hizo...».
Francisco contempla a Cristo, y el famoso dilema «¿hay que decir o hay que hacer?», se desvanece por sí mismo. Su mirada interior capta de golpe la unidad del Anuncio del Evangelio. El anuncio de la Salvación hecho carne en Jesús es a la vez un ejemplo de vida, una palabra proclamada y la sangre derramada.

La misión de Cristo es a la vez un misterio de presencia discreta, silenciosa y laboriosa entre nosotros, durante treinta años; durante tres años, una manifestación pública en signos y en palabras; durante tres días, una vida entregada hasta el don de la sangre. Treinta años, tres años, tres días. Ahí tenemos las tres modalidades de la misión en que Jesús anuncia y salva. Tres modalidades que los enviados deberán revivir, más o menos, según las llamadas del Espíritu y los acontecimientos exteriores.

Francisco captó tan bien este misterio único de la misión que jamás disociará esas tres dimensiones del Anuncio del Evangelio. Su intuición cambia de arriba abajo la concepción de su tiempo, que mezclaba siempre el anuncio y su sueño de conquista o de cruzada. Por eso, Francisco considera explícitamente la misión para sus hermanos bajo esas tres modalidades crísticas. ¡Por primera vez en la Iglesia se inserta en una regla de vida religiosa un capítulo especial referente a la misión!

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