sábado, 3 de noviembre de 2012

El Padrenuestro, arquetipo de la oración del cristiano (II)


Por Lázaro Iriarte, OFMCap

Venga a nosotros tu reino. En la perspectiva de Jesús, que es la del Padre, los intereses de Dios se centran en el establecimiento de su Reino. El pueblo de Israel venía esperando desde siglos el advenimiento del reino de Dios, meta de las esperanzas mesiánicas. La misión de Jesús es anunciar la llegada de ese reino, abrir las puertas del mismo a los hombres, un reino por cierto muy diferente del que esperaba el pueblo. Este reino está ya presente: es una levadura destinada a hacer fermentar toda la masa, un grano de mostaza que se ha de transformar en un árbol; ese reino inicial es acogido por una pequeña grey de elegidos (Lc 12,32). Se manifiesta, ante todo, en la misma persona de Cristo y se manifestará después por medio de su Iglesia, cuya misión es anunciarlo e instaurarlo en todos los pueblos. Tendrá su consumación en la Jerusalén del cielo.


Jesús nos enseña que pidamos la aceleración de la venida de ese reino, en cada uno mediante la santidad de vida, y en el mundo entero como fermento de conversión y de apertura al amor. Francisco lo contempla hecho consoladora realidad en cada alma en gracia y objeto de esperanza en la posesión eterna del sumo Bien:

«Venga a nosotros tu reino: para que tú reines en nosotros por la gracia y nos hagas llegar a tu reino, donde la visión de ti es manifiesta, la dilección de ti perfecta, la compañía de ti bienaventurada, la fruición de ti sempiterna» (ParPN 4).

Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. El reino del Padre en realidad se identifica con el designio del Padre, con el éxito del Padre. Jesús proclamará que él ha venido para cumplir la voluntad del Padre y para que, aquí en la tierra, esa santa voluntad se realice como se realiza en el cielo. El querer del Padre es su alimento (Jn 4,34).

En la contemplación de Francisco la voluntad de Dios se centra en el máximo precepto del amor a Dios y al prójimo; en efecto, como enseña san Pablo, la plenitud de la ley es el amor (Rom 13,10):

«Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo: para que te amemos con todo el corazón, pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, gastando todas nuestras fuerzas y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio de tu amor y no en otra cosa; y para que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, atrayéndolos a todos a tu amor según nuestras fuerzas, alegrándonos del bien de los otros como del nuestro y compadeciéndolos en sus males y no dando a nadie ocasión alguna de tropiezo» (ParPN 5).

Danos hoy nuestro pan de cada día. En la segunda parte del Padrenuestro Jesús nos ha enseñado a pedir la ayuda divina en las tres necesidades más vitales de toda persona humana: los medios de subsistencia, la paz con Dios y con los demás y la lucha contra el mal.

Con el pan pedimos todo cuanto se requiere para una vida digna: alimento, vestido, casa, trabajo, salud, desarrollo personal...

Francisco, pobre voluntario que ha dejado en manos del amor providente del Padre el cuidado corporal, piensa más bien en el Pan de vida: la persona de Jesús, su doctrina, su pasión, el alimento eucarístico:

«Danos hoy nuestro pan de cada día: tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo: para memoria e inteligencia y reverencia del amor que tuvo por nosotros, y de lo que por nosotros dijo, hizo y padeció» (ParPN 6).

Es la intención que la liturgia insinúa al dar comienzo al rito de la comunión en la misa con la recitación del Padrenuestro.

[L. Iriarte, Ejercicios espirituales, Valencia 1998, pp. 91-93]

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