miércoles, 21 de noviembre de 2012

San Francisco, un hombre comunión (II)


Por Sebastián López, OFM

A la paz desde la guerra: en la sociedad

En su mundo, él iba a ser hermano, comunión. El hermano Francisco. Por eso yo diría que Francisco, lo que es romper, no rompió con nadie. No le iba. Él era pobre para hacer sitio, para disponer de tiempo y espacio en el corazón, pero no para hacer de la pobreza un fortín ni tampoco un pedestal. Él era pobre, por ejemplo, para respetar. Reverenciar, diría él. Respetar, conceder a cada ser su sitio, como a aquel gusanillo del camino que apartaba para que no lo aplastasen. Eso precisamente. Que nadie se monte sobre los otros. Menores de todos y para todos, porque todos señores en el Señor Jesús. Es la pobreza. Él no tiene otra palabra para ser acogedor, para hacerse hermano.


Francisco participará, por ejemplo, en la V Cruzada. Pero no será un cruzado al estilo y pensamiento de entonces. La presencia de Francisco en el campamento cristiano estrenaba una forma nueva y peregrina de conquistar los santos Lugares. Había que comenzar, como siempre, por el corazón. Doblegar el corazón, rendirlo bajo el poder de la pobreza-minoridad, de la paciencia, de la palabra amiga y conveniente. Era su frente y forma de luchar: respetar las personas. Ser pobre y pequeño para acertar en ello. Pocas cosas ha repetido más a sus hermanos. El Legado pontificio en Damieta no lo entendió (LM 9, 8). El Sultán, sin embargo, se sintió cómodo frente a aquel cristiano que había olvidado las armas y que no tenía más defensa y poder que su frágil corazón, aquel imposible deseo de comunicarle su felicidad, la fe.

Igual que cuando se decida a intervenir, por medio de sus compañeros, para restablecer la paz entre el Obispo y el Podestá de Asís. También entonces será la palabra ungida de oración, templada de humildad, pero comprometida, la que buscará y edificará la paz entre ambos (LP 84).

La manera de hacer comunión Francisco es siempre la misma. Los dos hechos evocados nos lo presentan interpelado por situaciones que desbordan, por decirlo así, la intimidad personal de su compromiso evangélico, pero de las que Francisco sin embargo se considera responsable, se cree con el derecho y la obligación de intervenir. Aunque eso sí, no se coloca en ninguno de los bandos enfrentados. Ningún estamento social de entonces lo pudo sentir o ver enfrente. Cerca, sí. No vamos a repetir nada más sobre esta proximidad universal de Francisco.

Pero sí interesa destacar su cercanía, su estar con los pobres. Porque el Evangelio, la reconciliación por lo tanto, y él mismo se decantan precisamente ahí. Francisco ha escogido la pobreza de Jesucristo, pero dentro por supuesto del contexto de pobreza y pobres que encontró a su alrededor. Y desde ella fue «el Pobrecillo y el Padre de los pobres», y ella se encargaba de recordarle que nunca se la posee, sino que se estrena cada mañana. Por eso, ella y ellos fueron su herencia, su lugar, su sitio en este mundo. Ser pobre de cosas para ser pobre para Dios, era el camino. Junto a ellos se colocó el Pobrecillo, no para defender precisamente unos derechos, sino para asumir, comulgar su pobreza, vestirla, y así hacer tangible la libertad, la justicia, el amor. Para repartir además sus cosas con ellos, dando así de nuevo urgencia al evangélico reparto de bienes entre los pobres, significando con ello la presencia del Reino porque los pobres son evangelizados, socorridos, porque «el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos» (Test 2).

Francisco fue comunión así, estrenando de nuevo una serie de gestos y palabras puramente evangélicos, que descubrieron al mundo lo olvidado que tenía el Evangelio, comunión al fin, reconciliación, por culpa de la riqueza, del poder.

«Éramos iletrados y súbditos de todos». Con estas palabras recuerda y resume Francisco en su Testamento su vida y la de los suyos al principio de la Fraternidad. Y así fue cómo la paz, don de Dios, «el Señor os dé la paz», no fue vana en sus labios, porque fueron además de heraldos, artífices de la paz. «Más con el ejemplo que con la palabra...».

Hoy los tiempos son distintos. Por supuesto. La evocación de Francisco no ha querido ser la presentación de un ejemplar que copiar. Sólo una palabra evangélica, de carne y hueso, que nos recuerda que la reconciliación no es sólo una obligación, ni un sistema, ni tampoco de hoy exclusivamente; es una gracia a la que hay que ser fiel, una vida acogida a la paz que es Dios en Cristo; que la reconciliación cuesta la vida, los bienes, todo. Sólo quien se ha acostumbrado a dar es hermano y comunión. Desde ahí es posible todo.

[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 11 (1975) 154-166]

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