jueves, 26 de enero de 2012

Vocación de Francisco al apostolado

Discurso de Juan Pablo II a los sacerdotes (Asís, 12 de marzo de 1982)

Un día, volviendo Francisco de Roma, se puso a dialogar con sus compañeros sobre si debería retirarse a la soledad y aislamiento para contemplar y orar, o si más bien debería «pasar la vida en medio de la gente» para predicar el Evangelio y salvar a los hermanos con apostolado directo. Tras haber orado, halló enseguida la respuesta, y fue una nueva opción en coincidencia perfecta con la fundamental del seguimiento de Cristo (cf. LM 4,1-2). Como Él había recorrido los pueblos de Palestina invitando a la penitencia y anunciando el Evangelio del reino (Mc 1,14-15), igualmente harían Francisco y sus frailes desarrollando un ministerio itinerante de contactos, palabras y testimonio en la sociedad de su tiempo. En una época de crisis generalizada por las grandes transformaciones que ya desde el año mil se habían verificado en las varias naciones de Europa y que no podían dejar de interesar a la Iglesia, la decisión bien pensada del Pobrecillo de Asís supuso una aportación determinante en la recuperación religioso-moral tan deseada. Él y sus discípulos trabajaron denodadamente para hacer volver a Cristo a la sociedad, y lo realizaron no en oposición y polémica con la autoridad legítima de la Iglesia (como algunas sectas heréticas de su tiempo), sino en obediencia y cumplimiento perfecto de un mandato apostólico (cf. 1 R 17; 2 R 9).

La lección que deseo proponeros está aquí precisamente, como bien podéis comprender; está en el esfuerzo que a ejemplo de san Francisco debe hacer el sacerdote de esta edad nuestra que se está acercando al año dos mil. Tiempo de crisis también hoy, se dice; tiempo de derrumbamiento de valores y de secularización generalizada. ¿Qué se debe hacer, pues, para que vuelvan Jesucristo y su Evangelio a los hombres? Al final del siglo pasado, cuando al llegar la primera sociedad industrial se comenzaron a advertir algunos síntomas de crisis, se dijo que había llegado ya el momento de que los sacerdotes «salieran de las sacristías» y fueran al encuentro de la gente. ¿Y hoy? Hoy todo parece imponerse con mayor urgencia y halla un significativo «precedente» y un modelo emblemático en la conducta de Francisco y de los suyos, que andaban por los caminos del mundo siguiendo el mandato programático de Jesús: «Id, yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias... En cualquiera casa que entréis, decid primero: La paz sea con esta casa... En cualquiera ciudad en que entrareis y os recibieren... curad a los enfermos que en ella hubiere, y decidles: el reino de Dios está cerca de vosotros» (Lc 10,3-8; cf. 9,1-6; Mt 10,5.9-10; Mc 6,7-13).

Este es el estilo del operario evangélico: consiste en andar valientemente por los caminos del mundo, con desprendimiento total de las cosas de la tierra, portadores de paz y anunciadores de la venida del reino. Hoy, todavía más que en el pasado, hay que ir a proclamar a los hombres la Buena Noticia del amor misericordioso de Dios, y con ella el deber de responder a este amor anterior y preveniente; ir a promover el bien integral de los hombres; ir, sin contraponer la tarea del servicio a Dios y la del servicio a los hermanos; ir y más bien coordinar en síntesis equilibrada la llamada dimensión vertical hacia lo alto, hacia Dios, con la horizontal encaminada a los hombres.

Como los dos brazos de la cruz son símbolo de esta doble dimensión, del mismo modo Francisco, que siguió a Cristo hasta la cruz y con razón podía repetir las palabras de san Pablo: «Estoy crucificado con Cristo», nos recuerda a todos los sacerdotes la doble dirección que debemos mantener en el planteamiento y el ejercicio de nuestro ministerio: «Hombre de Dios» es ante todoesencialmente el sacerdote, pero al mismo tiempo y sin desmentir esta característica, ha sido constituido para el bien de los hombres (cf. 1 Tim 6,11; Heb 5,1).

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