Por Francisco Javier
Toppi, OFMCap
La
vida litúrgica. La liturgia eucarística
«La
Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo
tiempo, la fuente de donde mana su fuerza» (Sacrosanctum Concilium, 10).
Veamos, pues, brevemente las enseñanzas e insinuaciones de san Francisco en
torno a la renovación de la vida litúrgica.
Celano
escribe en su Vida II de san Francisco: «Ardía en fervor,
que le penetraba hasta la médula, para con el sacramento del cuerpo del Señor,
admirando locamente su cara condescendencia y su condescendiente caridad.
Juzgaba notable desprecio no oír cada día, a lo menos, una misa, pudiendo
oírla. Comulgaba con frecuencia y con devoción tal, como para infundirla
también en los demás. Como tenía en gran reverencia lo que es digno de toda
reverencia, ofrecía el sacrificio de todos los miembros, y al recibir al
Cordero inmolado inmolaba también el alma en el fuego que le ardía de continuo
en el altar del corazón. Por esto amaba a Francia, por ser devota del cuerpo
del Señor; y deseaba morir allí, por la reverencia en que tenían el sagrado
misterio» (2 Col 201).
Y
en la Carta a toda la Orden dice el mismo san Francisco: «Amonesto
por eso y exhorto en el Señor que, en los lugares en que moran los hermanos, se
celebre solamente una misa por día, según la forma de la santa Iglesia. Y si en
un lugar hubiera muchos sacerdotes, que el uno se contente, por amor de la
caridad, con oír la celebración del otro sacerdote; porque el Señor Jesucristo
colma a los presentes y a los ausentes que son dignos de él. El cual, aunque se
vea que está en muchos lugares, permanece, sin embargo, indivisible y no conoce
detrimento alguno, sino que, siendo uno en todas partes, obra como le place con
el Señor Dios Padre y el Espíritu Santo Paráclito por los siglos de los siglos.
Amén» (CtaO 30-33).
Conviene
enmarcar en su contexto histórico cuanto aquí se prescribe. En aquel tiempo se
daban frecuentes abusos de sacerdotes que celebraban muchas misas al día por
razón del estipendio, y había peligro de que se introdujera este abuso en los
lugares donde moraban los frailes, pues ya estaban formadas las fraternidades
locales y había muchos sacerdotes.
Francisco
trata seriamente de excluir dicho peligro. Su argumentación es hermosa y
profunda: los frutos del Sacrificio Eucarístico no se perciben por el mero
hecho de multiplicar celebraciones, sino conforme a la medida de la caridad
fraterna, de la humildad y de la unión con el único Sacerdote, Jesucristo.
Francisco no pone en tela de juicio la celebración diaria de la misa, que
considera es la práctica existente en los lugares donde moraban frailes, sino
que recomienda lo que más apreciaba él, la necesidad de celebrar la Eucaristía
como signo genuino de caridad y de unión de los hermanos en Cristo.
Dentro
de la Liturgia Eucarística se inserta la Liturgia de la Palabra, celebrada
actualmente por la Iglesia con el honor debido y profesando a dicha Palabra el
mismo culto que al Cuerpo del Señor (cf. Dei
Verbum, 2).
Así
es como pensaba también Francisco, y puso en práctica y predicó con celo esta
doctrina. En efecto, siempre que trata de la reverencia al Santísimo Cuerpo y
Sangre de Cristo, escribe con idéntico fervor y casi con las mismas expresiones
acerca del respeto «hacia los santísimos nombres del Señor y sus palabras
escritas».
El
hecho significativo, relatado por sus biógrafos, de que cuando no podía
participar en la misa procuraba que se le leyera el texto evangélico del día
(cf. LP 87; EP 117), nos revela en qué grado equiparaba la Palabra con el
Sacramento, ya que se sentía tan unido a Cristo cuando oía su Palabra que
cuando participaba en el Sacrificio Eucarístico. De ello podemos deducir el
sentido pleno con que celebraba la Liturgia y cómo extraía alimento para su
vida de oración de las fuentes bíblicas y litúrgicas.
La
vida litúrgica. El Oficio divino
El
Oficio divino, llamado con más propiedad «Liturgia de las Horas», es otra
expresión importante de la vida litúrgica. San Francisco, que concedía un lugar
preferente a la adoración, a la alabanza y a la acción de gracias en su
oración, pudo penetrar muy a fondo en la razón teológica de esta Liturgia de
las Horas. En su vida y en sus escritos se encuentran algunos textos referentes
al Oficio divino. Veamos los que son de mayor interés para nosotros.
En
el capítulo 3 de la Regla
bulada manda que se rece el
Oficio divino según la forma de la Santa Iglesia Romana (cf. 1 R 3). Su
declaración es firme y severa a este propósito en el Testamento, al igual que en laCarta
a toda la Orden, donde dice: «Por tanto, a causa de todas estas cosas,
ruego como puedo a fray H., mi señor ministro general, que haga que la Regla
sea observada inviolablemente por todos; y que los clérigos recen el oficio con
devoción en la presencia de Dios, no atendiendo a la melodía de la voz, sino a
la consonancia de la mente, de forma que la voz concuerde con la mente, y la
mente concuerde con Dios, para que puedan aplacar a Dios por la pureza del
corazón y no recrear los oídos del pueblo con la sensualidad de la voz. Pues yo
prometo guardar firmemente estas cosas, así como Dios me dé la gracia para
ello; y transmitiré estas cosas a los hermanos que están conmigo para que sean
observadas en el oficio y en las demás constituciones regulares. Y a
cualesquiera de los hermanos que no quieran observar estas cosas, no los tengo
por católicos ni por hermanos míos; tampoco quiero verlos ni hablarles, hasta
que hagan penitencia» (CtaO 40-44).
No
puede menos de causar extrañeza y estupor el observar cómo san Francisco, tan
manso por otra parte, considere y castigue con la mayor severidad la
inobservancia de la Regla, la negligencia y arbitrariedad en la celebración del
Oficio divino y la misma apostasía de la fe católica. Ciertamente se trataba de
un asunto trascendental para él, bien por el valor intrínseco del Oficio divino
(cf. 2 Cel 96, donde compara el rezo del Oficio divino con recibir la
Eucaristía), ya sea por su propósito de ajustarse estrictamente también en esto
a la Iglesia Romana.
Francisco
posee también el espíritu de creatividad y de espontaneidad para componer
paraliturgias. Así lo constatamos en su Oficio
de la Pasión, que abarca todo el misterio de Cristo.
Sería
útil analizar aquí este Oficio.
Baste recordar que Francisco revela poseer un profundo conocimiento de los
salmos, una íntima penetración de los tiempos litúrgicos, expresada por salmos
seleccionados y entremezclados, una intuición mística de la presencia y de la
voz de Cristo dirigiéndose al Padre en los salmos, una fidelidad perfecta al
espíritu litúrgico y eclesial. Es sumamente edificante su testimonio de una
íntima fusión de la vida litúrgica con la piedad personal, que se reclaman y
enriquecen mutuamente.
Significativa
al respecto es también la Regla
para los eremitorios, testimonio histórico de la fusión armónica entre la
vida fraterna ideal y la vida eremítica, a la vez que síntesis admirable de
vida contemplativa y de vida litúrgica, donde el horario cotidiano es señalado
y santificado con una auténtica «Liturgia de las Horas».
[Cf. Selecciones de Franciscanismo,
vol. III, n. 7 (1974) 29-31]
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