En la oración privada es donde se descubre el
auténtico Francisco como orante. La posibilidad que le ofrecía esta forma de
oración liberaba toda su potencialidad creativa a la hora de materializar su
encuentro con Dios. En estas situaciones espontáneas es donde emerge y se
manifiesta lo más profundo de Francisco; aquello que le constituye y lo
configura como hombre de Dios y para Dios.
Este hombre que se descubre relativo y abre el
corazón a su Señor, lo hace desde su misma estructura cultural. La religiosidad
popular le facilitó una imagen de Dios que condicionaba también su respuesta y
apertura a Él. Los distintos posos culturales que yacían en el fondo de la
religiosidad medieval hacían de la oración del pueblo algo más de lo que
entendían los teólogos por tal. Bien es verdad que sabemos muy poco, por no
decir nada, de la auténtica oración del pueblo llano en el Medioevo. Al no tener
ni capacidad ni posibilidad de transmitir por escrito sus experiencias, sólo
nos ha llegado lo que de ellos escribieron los clérigos, la mayoría de las
veces para desautorizarlas y prohibirlas.
Cuando buscamos en Francisco esta raíz popular de su
oración, difícilmente la encontraremos en sus Escritos, por cuanto éstos
corresponden a una etapa avanzada de su vida y, sin pretenderlo, mantienen
cierta oficialidad. Es más bien en las biografías donde aparecen, espontáneos,
estos rasgos arcaicos de su personalidad popular. La obsesión por comunicar y
compartir su experiencia evangélica con todos, especialmente con la gente
llana, permite que afloren estas vivencias profundas al contacto con las formas
de orar que tiene el pueblo.
Francisco escribió un número considerable de textos
que pertenecen al género literario y a la estructura de la oración.
Aunque todos ellos poseen una inspiración litúrgica, sin embargo difieren
bastante en cuanto a la forma. Se dan oraciones propiamente dichas (Oficio de
la Pasión; Carta a toda la Orden, 50-52; 1 R 23), alabanzas a Dios (Exhortación
a la alabanza de Dios; Alabanzas al Dios Altísimo), himnos, poesías (Saludo a
la bienaventurada Virgen María; Saludo a las Virtudes; Cántico de las
criaturas).
El desconocimiento que tenemos de la literatura
devocional que rodeaba a Francisco no nos permite asegurar, pero tampoco negar,
la originalidad de algunas de sus oraciones, como la recitada ante el crucifijo
de San Damián o la Paráfrasis del Padrenuestro. No obstante, del análisis del vocabulario
se puede deducir que eran, más bien, oraciones comunes adoptadas para su
devoción particular y que podía reelaborar a su gusto.
Todo este abanico de oraciones indica que su
presencia ante Dios no fue monótona en cuanto a formas, aunque en sus Escritos
no diga nada de este modo tan variado de situarse ante la divinidad. Son los
biógrafos los que despliegan todas sus cualidades para mostramos un prototipo
de Santo caracterizado por una oración extensa y profunda. Sin llegar a
confundir el modelo que nos proponen con la realidad, sí hay que admitir la
importancia de la oración en la espiritualidad de Francisco, hasta el punto de
llenar grandes espacios de su vida y de constituir el centro de su ocupación y
preocupación.
Las diferentes formas de oración en Francisco se
entrelazan hasta devenir en un modo particular de encuentro con Dios. Sin
embargo, existe una constante, por otra parte normal, que inicia su trayectoria
en una preferencia por lo expresivo y gestual, pasando por lo meditativo, hasta
llegar a centrar su oración en la liturgia oficial y su reflexión serena.
[Cf. el texto completo en Selecciones de
Franciscanismo n. 56, 1990, 177-212]
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