viernes, 30 de marzo de 2012

¡Francisco, enséñanos a orar!
 La palabra de Dios

Por Francesco Saverio Toppi, OFMCap

Acudamos confiados a la escuela de oración de Francisco. El Seráfico Padre nos conducirá, ante todo, a conocer a Jesús a través del Evangelio, como condujo a sus primeros compañeros a la iglesita de la Porciúncula para que el Señor les manifestase su voluntad y les desvelase el camino que debían seguir.

La incidencia del Evangelio en la vida de san Francisco es demasiado conocida para que la tratemos de nuevo aquí. Será oportuno, sin embargo, destacar que la oración de nuestro Santo tiene como fuente la meditación del Evangelio y de la Sagrada Escritura, y que esta meditación era penetrante y fructuosa por cuanto iba seguida de la ejecución inmediata de lo leído. Francisco estaba profundamente convencido de que en el Evangelio hablaba Jesús en persona, y, consiguientemente, sin titubeos ni discusiones, traducía a obras cuanto su Señor le mandaba.

Para él, la equivalencia de la Palabra y de la Eucaristía brotaba de la intuición de la presencia de Jesús tanto en la una como en la otra; por esto, cuando no podía participar en la Misa, quería escuchar el evangelio del día (EP 117).

De aquí, su solícita insistencia en recomendar idéntico respeto y culto a las palabras escritas del Señor y a las especies eucarísticas. Es interesante leer a este respecto el Testamento y las Cartas de Francisco a los Clérigos, al Capítulo, a los Custodios.

Él podía atestiguar que había buscado siempre al Señor en las Sagradas Escrituras, y que las había asimilado hasta el punto de poseerlas más que suficientemente para la meditación (2 Cel 105).

Tenemos de ello un testimonio vivo en sus Escritos, rebosantes todos ellos de pensamientos y de citas de la Biblia.

En su Carta a toda la Orden, manifiesta así su actitud hacia la Sagrada Escritura: «Y porque "quien es de Dios escucha las palabras de Dios" (Jn 8,47), nosotros, los que más especialmente estamos dedicados a los Oficios divinos, debemos, no sólo escuchar y hacer lo que dice Dios, sino además cuidar los vasos y los libros litúrgicos, que contienen sus palabras santas, para hacer calar en nosotros la grandeza de nuestro Creador y nuestra sumisión a Él. Por tanto, recomiendo a todos mis hermanos y les urjo en Cristo que veneren las palabras divinas, todo lo que puedan, dondequiera que las encuentren; y si no están bien guardadas o están esparcidas en algún lugar indecoroso, por lo que a ellos toca, que las recojan y guarden, venerando en las palabras al Señor que las pronunció» (CtaO 34-36).

Bien sabía el Pobrecillo que la Palabra de Dios es un medio a través del cual el Señor se hace presente, se comunica personalmente y, en consecuencia, se sentía de inmediato en contacto con Dios y lo adoraba, escuchando y venerando sus palabras. Él advertía casi sensiblemente la presencia y la acción de las Tres Personas Divinas en la Sagrada Escritura, como se deduce de la Carta a todos los Fieles: «Siendo yo siervo de todos, estoy obligado a servir a todos y a administrarles las odoríferas palabras de mi Señor... Por las presente letras y mensajes me he propuesto transmitiros las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es el Verbo del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida (Jn 6,33)» (2CtaF 2-3).

El Concilio presenta la convergencia de las Tres Personas Divinas en la Revelación, y recomienda a los religiosos «tener, ante todo, diariamente en las manos, la Sagrada Escritura, a fin de adquirir, por la lectura y meditación de los libros sagrados, la eminente ciencia de Jesucristo (Flp 3,8)».

[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 19 (1978) 29-30]

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