Al hablar de la
oración de san Francisco, jamás repetiremos bastante que todo está en tomar a
Jesús como Persona, que nos interpela, nos ama y nos pide ser amado. Es el
secreto de san Francisco.
Y esto, no sólo
respecto a Jesús crucificado, con la compunción del corazón, sino también a
Jesús resucitado, glorioso, en una visión completa del misterio pascual.
En el pasaje antes
citado de Celano, donde se describe la oración del Santo en los bosques, se lee
también: «...Allí conversaba con el amigo, allí se recreaba con el esposo» (2
Cel 95). Esta discreta alusión evoca un aspecto de la oración que conviene
evidenciar en la vida de san Francisco y, de rechazo, también en la nuestra.
Celano concluye el
texto en que se refiere a la larga oración de contrición «con temor y temblor
en la presencia del Dueño de toda la tierra», informando que Francisco «sintió
descender a su corazón una alegría inefable y una dulzura intensísima» (1 Cel
26).
Volviendo atrás, a
los primeros tiempos de la conversión, reparemos en un episodio, que es
destacado como uno de los decisivos, como uno de los momentos determinantes en
el vuelco radical de la vida del brillante joven de Asís. Nos referimos al
éxtasis inefable experimentado después de un banquete con los amigos. Nos lo
narran los Tres Compañeros:
«Cuando después de
merendar salieron de la casa, los amigos se formaron delante de él e iban
cantando por las calles; y él, con el bastón en la mano como jefe, iba un poco
detrás de ellos sin cantar y meditando reflexivamente. Y sucedió que
súbitamente lo visitara el Señor, y su corazón quedó tan lleno de dulzura, que
ni podía hablar, ni moverse, ni era capaz de sentir ni de percibir nada, fuera
de aquella dulcedumbre. Y quedó de tal suerte enajenado de los sentidos, que, como
él dijo más tarde, aunque lo hubieran partido en pedazos, no se hubiera podido
mover del lugar.
»Como los amigos
miraran atrás y le vieran bastante alejado de ellos, se volvieron hasta él;
atemorizados, lo contemplaban como hombre cambiado en otro. Uno de ellos le
preguntó, diciéndole: "¿En qué pensabas, que no venías con nosotros? ¿Es
que piensan, acaso, casarte?". A lo cual respondió vivazmente: "Decís
verdad, porque estoy pensando en tomar una esposa tan noble, rica y hermosa
como nunca habéis visto otra". Pero ellos lo tomaron a chacota. Él, sin
embargo, no lo dijo por sí, sino inspirado por Dios; porque la dicha esposa fue
la verdadera religión que abrazó, entre todas la más noble, la más rica y la
más hermosa en su pobreza» (TC 7).
Refiriendo el mismo
episodio, escribe Celano: «En efecto, la inmaculada esposa de Dios es la
verdadera Religión que abrazó, y el tesoro escondido es el reino de los cielos,
que tan esforzadamente él buscó» (1 Cel 7). Y añade en otro lugar: «Fue tan
grande la dulzura divina de que se vio invadido en aquella hora, que, incapaz
de hablar, no acertaba tampoco a moverse del lugar en que estaba. Se enseñoreó
de él una afección espiritual que lo arrebataba a las cosas invisibles, por
cuya influencia todas las de la tierra las tuvo como de ningún valor, más aún,
del todo frívolas. ¡Estupenda dignación en verdad esta de Cristo, quien a los
que ponen en práctica cosas pequeñas hace merced de otras muy preciosas...! Son
misterios de Dios que Francisco va descubriendo; y, sin saber cómo, es
encaminado a la ciencia perfecta» (2Cel 7).
[Cf. Selecciones
de Franciscanismo, n. 19 (1978) 29-30]
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