sábado, 31 de marzo de 2012

¡Francisco, enséñanos a orar!
 Sabiduría y gozo (I)

Por Francesco Saverio Toppi, OFMCap

Al hablar de la oración de san Francisco, jamás repetiremos bastante que todo está en tomar a Jesús como Persona, que nos interpela, nos ama y nos pide ser amado. Es el secreto de san Francisco.
Y esto, no sólo respecto a Jesús crucificado, con la compunción del corazón, sino también a Jesús resucitado, glorioso, en una visión completa del misterio pascual.

En el pasaje antes citado de Celano, donde se describe la oración del Santo en los bosques, se lee también: «...Allí conversaba con el amigo, allí se recreaba con el esposo» (2 Cel 95). Esta discreta alusión evoca un aspecto de la oración que conviene evidenciar en la vida de san Francisco y, de rechazo, también en la nuestra.

Celano concluye el texto en que se refiere a la larga oración de contrición «con temor y temblor en la presencia del Dueño de toda la tierra», informando que Francisco «sintió descender a su corazón una alegría inefable y una dulzura intensísima» (1 Cel 26).

Volviendo atrás, a los primeros tiempos de la conversión, reparemos en un episodio, que es destacado como uno de los decisivos, como uno de los momentos determinantes en el vuelco radical de la vida del brillante joven de Asís. Nos referimos al éxtasis inefable experimentado después de un banquete con los amigos. Nos lo narran los Tres Compañeros:

«Cuando después de merendar salieron de la casa, los amigos se formaron delante de él e iban cantando por las calles; y él, con el bastón en la mano como jefe, iba un poco detrás de ellos sin cantar y meditando reflexivamente. Y sucedió que súbitamente lo visitara el Señor, y su corazón quedó tan lleno de dulzura, que ni podía hablar, ni moverse, ni era capaz de sentir ni de percibir nada, fuera de aquella dulcedumbre. Y quedó de tal suerte enajenado de los sentidos, que, como él dijo más tarde, aunque lo hubieran partido en pedazos, no se hubiera podido mover del lugar.

»Como los amigos miraran atrás y le vieran bastante alejado de ellos, se volvieron hasta él; atemorizados, lo contemplaban como hombre cambiado en otro. Uno de ellos le preguntó, diciéndole: "¿En qué pensabas, que no venías con nosotros? ¿Es que piensan, acaso, casarte?". A lo cual respondió vivazmente: "Decís verdad, porque estoy pensando en tomar una esposa tan noble, rica y hermosa como nunca habéis visto otra". Pero ellos lo tomaron a chacota. Él, sin embargo, no lo dijo por sí, sino inspirado por Dios; porque la dicha esposa fue la verdadera religión que abrazó, entre todas la más noble, la más rica y la más hermosa en su pobreza» (TC 7).

Refiriendo el mismo episodio, escribe Celano: «En efecto, la inmaculada esposa de Dios es la verdadera Religión que abrazó, y el tesoro escondido es el reino de los cielos, que tan esforzadamente él buscó» (1 Cel 7). Y añade en otro lugar: «Fue tan grande la dulzura divina de que se vio invadido en aquella hora, que, incapaz de hablar, no acertaba tampoco a moverse del lugar en que estaba. Se enseñoreó de él una afección espiritual que lo arrebataba a las cosas invisibles, por cuya influencia todas las de la tierra las tuvo como de ningún valor, más aún, del todo frívolas. ¡Estupenda dignación en verdad esta de Cristo, quien a los que ponen en práctica cosas pequeñas hace merced de otras muy preciosas...! Son misterios de Dios que Francisco va descubriendo; y, sin saber cómo, es encaminado a la ciencia perfecta» (2Cel 7).

[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 19 (1978) 29-30]

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