lunes, 5 de marzo de 2012

«Adorar al Señor Dios»
Francisco, juglar y liturgo de Dios

Por Julio Micó, o.f.m.cap.

Centrándonos en lo que normalmente entendemos por oración, cabe subrayar no sólo la profundidad teológica de la plegaria en Francisco, sino su diversidad en cuanto a las formas. La frase con la que san Buenaventura describe a Francisco como juglar y liturgo de Dios (LM 8,10) expresa realmente el modo con el que el Santo se relacionaba con el Misterio. Por una parte, su condición de juglar le permitía encontrarse con Dios de una forma espontánea, sacando de sus raíces populares esas expresiones plásticas que le posibilitaban una mayor creatividad personal. Por otra, su condición de hombre de Iglesia le obligaba a ser también liturgo, expresando en el Oficio divino y en las demás celebraciones eclesiales su docilidad al Espíritu para que le abriera a Cristo como sacramento del Padre.


a) «Alabemos a Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo»

Para que se dé oración hacen falta tres elementos: Dios, el hombre y el encuentro de ambos. Pues bien, el Dios ante el que ora Francisco es el Dios trinitario; y no simplemente porque así se lo hayan enseñado, sino porque, fundamentalmente, el Dios que experimenta Francisco a partir de su conversión, el Dios que le seduce, le desconcierta y le funda en su realidad de hombre, es el Dios-Comunidad, el Dios-Trinidad. A partir de esta experiencia irá leyendo todo su camino espiritual, apoyado por la historia de salvación que se relata en la Escritura, como una manifestación continua del empeño del Padre, el Hijo y el Espíritu por hacerle partícipe de su propia vida a través de la Iglesia.

Este es el núcleo teológico de la oración de Francisco tal como se refleja en sus Escritos. Rastrear por ellos la presencia del Dios-Trinidad, que manifiesta su realidad amorosa ofreciendo al hombre la posibilidad de ser y sentirse partícipe de esa misma vida, nos llevaría demasiado tiempo. Como muestra será suficiente ver el capítulo 23 de la Regla no bulada.

Todo él es una plegaria de acción de gracias por el hecho de la salvación. No tanto por el hecho en sí, sino porque esa acción salvadora brota del amor misericordioso de Dios, es decir, del mismo ser de Dios. Esta comunicación benevolente es obra del Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu Santo. La Trinidad entera participa, aunque de forma distinta, en el acercamiento de la divinidad al hombre. Por lo tanto, el objeto al que se dirige el corazón agradecido del orante no puede ser otro más que el Dios-Trinitario. Consciente de su impotencia, acudirá a la Virgen y a los Santos para que, desde su condición privilegiada, alaben a la divinidad como le es debido.

Francisco comienza esta alabanza dando gracias al Padre por haberse comunicado, por medio del Hijo, en el Espíritu, de forma tan admirable en la creación, sobre todo al modelar al hombre con sus manos (v. 1). Si este gesto de amor es motivo de agradecimiento, todavía lo es más el habernos recreado por medio del Hijo al hacerse hombre como nosotros en el seno de María, y asumir nuestra condición pobre y pecadora (v. 3) hasta el punto de tener que morir en la cruz. Pero la muerte no es el final; el haber sentado el Padre a Jesús a su derecha, como prueba de lo que es capaz de hacer por el hombre, por la humanidad, es también motivo de agradecimiento expresado en alabanza (v. 4).

Francisco es consciente de que comprender todos estos rasgos de generosidad divina y aceptarlos con agradecimiento sólo puede hacerlo un hombre que sea a la vez Dios. De ahí que pida a nuestro Señor Jesucristo, su Hijo amado, que, junto con el Espíritu Santo, le den gracias por todo y de forma adecuada (v. 5). A esta plegaria filial de Jesús al Padre, Francisco incorpora a la Virgen y a todos los Santos para que le den gracias por todas estas cosas que ha hecho, junto con el Hijo y el Espíritu, por todos nosotros (v. 6).

El gesto agradecido de la oración, cuando es verdadero, no se limita a florecer sólo en los labios, sino que baja hasta el corazón para llenarse de un amor eficaz y duradero. No basta decir: «¡Señor, Señor!», sino que tiene que ser la propia vida en coherencia con el Evangelio la que alabe agradecida el ofrecimiento incondicional de Dios al hombre (v. 7). Sólo entonces podemos decir con verdad que el objeto de nuestro corazón, de nuestro amor, es únicamente Dios (v. 8), y que solamente Él atrae la fuerza de nuestros deseos (v. 9). Así pues, nada nos debe impedir que amemos y alabemos a Dios, trinidad y unidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo (v. 10), ya que ante el acercamiento hasta nosotros de Dios como amor no cabe otra respuesta que el amor hecho agradecimiento y alabanza. De este modo al menos entendió Francisco la oración como una respuesta al amor de Dios.

[Cf. el texto completo en Selecciones de Franciscanismo n. 56, 1990, 177-212]

No hay comentarios.:

Publicar un comentario