En las oraciones y textos de san Francisco se
encuentran trece títulos o nombres de la Virgen. La imagen que dichos títulos o
nombres esbozan de María acentúa sobre todo lo que Dios ha hecho en ella y con
ella; lo que ella es desde la acción de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y
desde su relación con ellos, más que su actitud acogedora y responsiva. Imagen
que está en línea con la primacía y anterioridad de la acción de Dios, de lo
objetivo sobre lo subjetivo, que Francisco confiesa tantas veces en sus
escritos. En ellos, como es sabido, el Señor es
el que da la gracia de hacer penitencia, el que conduce a los leprosos, el que
da la fe, o el que hace y dice todo bien.
Francisco
proclama, como hace la Iglesia en su liturgia, la gloria, la bienaventuranza y
la santidad de la Virgen por su referencia a Jesucristo bienaventurado, santo y
glorioso, y, desde Él y por Él, a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que sin principio
ni fin es bendito y glorioso. Sólo desde la fe en Jesús, Hijo de Dios e Hijo de
María, se llega a descubrir la grandeza y dignidad de María, su Madre, viene a
decir Francisco.
El
Padre santo y justo..., que quiso que su Hijo naciera de la gloriosa siempre
Virgen beatísima santa María (1 R 23,3), no se sirvió de ella como si fuese
sólo un mero instrumento útil para sus fines salvadores. «El santísimo Padre
del cielo la eligió y la consagró con su santísimo Hijo amado y el Espíritu
Santo Paráclito» (SalVM 2), pero también habló con ella: «Esta Palabra del
Padre, tan digna, tan santa y gloriosa, la anunció el altísimo Padre desde el
cielo, por medio de su santo ángel Gabriel, en el seno de la santa y gloriosa
Virgen María, de cuyo seno recibió la verdadera carne de nuestra humanidad y
fragilidad» (2CtaF 4). Y María respondió, nos dice la revelación en palabras de
Lucas 1,38. Hubo por tanto un diálogo entre el Padre y la Virgen, revelador del
respeto de Dios frente a la libertad de María y de la respuesta consciente y
responsable de ella a Dios.
Así
lo ha destacado desde el principio la reflexión de la fe de la Iglesia. El tema
de la Virgen, nueva Eva, subraya precisamente, desde san Justino y san Ireneo,
la fe y obediencia de María frente a la desobediencia de Eva. Y el tema de la
Virgen que concibe la carne de Cristo en la fe, tan repetido por san Agustín y
otros, proclama lo mismo. Temas que encontramos también, ampliamente
desarrollados, en los autores del siglo XII, entre ellos san Bernardo.
El
Concilio Vaticano II recoge ambos temas, consagrándolos con su autoridad y
proclamando en consecuencia la importancia de la fe de María que acoge y
consiente, libre y conscientemente, a la Palabra de Dios, en este estupendo
texto: «Pero el Padre de la misericordia quiso que precediera a la encarnación
la aceptación de la Madre predestinada... Así María, hija de Adán, al aceptar
el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón
y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se
consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo,
sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la
gracia de Dios omnipotente. Con razón, pues, piensan los santos padres que
María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que
cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres» (LG 56).
Los
escritos de Francisco no son demasiado explícitos en señalar el asentimiento y
consentimiento de María al anuncio del Padre. Ciertamente lo apuntan al
llamarla esclava e hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo
(OfP Ant), teniendo en cuenta, sobre todo, los lugares paralelos de 2CtaF 48-53
y FVCl, en los que la respuesta del hombre a la acción de Dios se indica con
toda claridad; también al presentar a María vinculada y comprometida en la vida
y destino de pobreza de su Hijo, con lo que extiende y alarga expresamente su
consentimiento más allá del momento de la anunciación. Toda la vida de María es
comunión con la persona y la vida de la Palabra del Padre que recibió en su
seno la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad. Pero, además, pocas
cosas ha acentuado Francisco tanto en la vida del Evangelio de sus hermanos
como la respuesta en adoración, alabanza, fe-esperanza-caridad y en operación,
a la comunicación salvadora de Dios Trino en Jesucristo, que tiene en los temas
fundamentales de la vida del Evangelio su expresión mayor: el seguimiento, la
observancia del Evangelio y el deseo del Espíritu del Señor y su santa
operación.
[Cf.
el texto completo en Selecciones de
Franciscanismo n. 47, 1987, 171-186]
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