Es indudable que Francisco era un
contemplativo. Para nuestra sociedad tecnificada, que ve las cosas de forma
utilitarista y dominante, resulta difícil entender que nos podamos relacionar
con el mundo de otro modo. Sin embargo, eliminando ese afán depredador que nos
convierte en cazadores de lo creado, puede surgir esa mirada
limpia capaz de descubrir la gratuidad de la belleza. Contemplar es acercarse a las cosas y a los hombres de
forma respetuosa para iniciar un diálogo desde el ser.
a) Contemplar las cosas
Francisco poseyó esa sensibilidad
contemplativa que le permitía captar los múltiples detalles de las cosas sin,
por eso, sentirse mero espectador. Contemplar no es deslizar la mirada sobre
las cosas de una forma superficial. El contemplativo se ofrece en un diálogo
interior a todo lo que le rodea, gozando de su íntima afinidad al reconocerse
en el conocimiento de lo otro; y esto, no de forma racional, sino de un modo
intuitivo.
Celano apunta este talante contemplativo de
Francisco al decir que, durante su convalecencia de una larga enfermedad,
cierto día salió de su casa apoyado en un bastón y se puso a contemplar con más
interés la campiña que se extendía a su alrededor. Mas ni la hermosura de los
campos, ni la frondosidad de los viñedos, ni cuanto de más deleitoso hay a los
ojos pudo en modo alguno deleitarle (1 Cel 3). La conclusión moralizante que
pretende Celano para indicarnos su proceso de conversión no oscurece su
situación de contemplativo frente a la vida. Si acaso nos refuerza la
convicción de que su actitud fue madurando a medida que avanzaba por el camino
espiritual, pasando de una contemplación sensitiva y estética de las cosas a
otra más interiorizada, donde la creación ya no es objeto exclusivo del propio
deleite, sino sujeto capaz de alabar con su existencia agradecida al Dios que
la modeló y servir de sacramento para que el hombre transite por ella hasta
encontrarse con el Creador de ambos.
b) Contemplar al hombre
La contemplación no se limita a percibir las
cosas con un respeto admirativo. Es extensible también a nuestras relaciones
con los demás hombres; y el factor que determina esta actitud es el de
colocarse ante el otro no con pretensiones absorbentes ni monopolizantes, sino
de entrega confiada y aceptación respetuosa de su subjetividad. Los demás nunca
nos pertenecen, por lo que el encuentro con ellos excluye todo afán de dominio,
permitiendo y procurando favorecer la propia realización en libertad.
La
actitud de Francisco frente al hombre, aun en aquella cultura de cristiandad
donde parecía lógico que lo religioso pudiera imponerse, es siempre de
admiración y respeto. La minoridad, que muchas veces quiere entenderse como un
complejo de inferioridad, fue uno de los valores fraternos que defendió con más
tesón. Y esto porque expresaba la posición que debe tomar todo creyente que
pretenda seguir a Jesús ante los hombres vistos como hermanos.
Francisco
se pone siempre como servidor; pero un servidor del Evangelio que ofrece a los
demás, en plan de igualdad, el descubrimiento existencial que él ha hecho
(2CtaF 2.3). Las formas concretas de materializar este ofrecimiento fueron
muchas; pero siempre destaca en ellas el respeto por el otro y el temor a poder
avasallarlo o dominarlo, apropiándose el señorío que sobre ellos sólo tiene
Dios.
Para
Francisco, contemplar al hombre es descubrir en él la obra de la creación,
donde Dios ha volcado todo su amor de una forma respetuosa. Ese amor
incondicional es el que le confiere la dignidad de ser amado y respetado por
todos en su singularidad.
El
que es capaz de percibir que cada hombre, que cada hermano, es un don del Señor
para recordarnos nuestra condición fraterna anclada en la de Jesús, es que su
mirada está limpia de todo afán de posesión utilitarista; es, en definitiva,
que está cultivando esa actitud contemplativa que acompañó a Francisco en su
caminar hacia Dios.
[Cf.
el texto completo en Selecciones de
Franciscanismo n. 56, 1990, 177-212]
No hay comentarios.:
Publicar un comentario