En el Evangelio de hoy se narra una de las
visita de Jesús al Templo. Este episodio me ha llevado a reflexionar
seria y serenamente sobre la verdad o la falsedad de mi fe. Y
han surgido unas preguntas que ciertamente me han hecho pensar... ¿Qué me
impide ver Dios? ¿Qué muros he levantado, visibles e invisibles, que me
imposibilitan un encuentro personal, reflexivo, auténtico y radical con
el Señor?
Mientras trataba de encontrar las respuestas
adecuadas que me diera serenidad, recordé una anécdota que leí y comparto
contigo… a mí me ayudo a entender… espero que a ti también te
ayude…
Cierto día, el Cardenal Weisman discutía con un
inglés utilitarista sobre la existencia de Dios. A los argumentos
del gran sabio, respondía el inglés con mucha flema: “No lo veo, no lo
veo”. Entonces, el Cardenal tuvo un rasgo ingenioso. Escribió en un
papel la palabra “Dios”, y colocó sobre ella una moneda:
-“¿Qué ves?” –le preguntó.
-“Una moneda” –respondió.
-“¿Nada más?” – insistió el Cardenal.
Muy tranquilo, el Cardenal quitó la moneda, y
preguntó:
-“Y ahora, ¿qué ves?”
-“Veo a Dios” –respondió el inglés.
- ¿Y qué es lo que te impide ver a Dios? ” –le
preguntó de nuevo el Cardenal.
Y el inglés se calló como un muerto.
Creo que la clave de su silencio está, en que el
dinero, el negocio, el afán lucrativo o ciertas acciones que desarrollamos, a
veces nos pueden ensombrecer la persona de Jesús…
Rubén A. González Medina, cmf
Obispo de la Diócesis de Caguas
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