martes, 20 de marzo de 2012

Clara de Asís, mujer vigorosa y tierna

Por Miguel Ángel Lavilla Martín, OFM

La salud física de Clara, estuvo enferma casi la mitad de su vida, parece desmentir o poner en tela de juicio que ella fuese una mujer fuerte. Sin embargo, su biografía nos revela a una mujer de personalidad vigorosa, firme, madura, decidida, cálida y entrañable.

La biografía de Clara es la historia de su lucha por afirmarse como mujer y como creyente cristiana, con convicciones y criterios propios, en medio de una sociedad y de una Iglesia regidas por varones y por normas que se suponían inamovibles.

Así, cuando tenía unos 18 años abandona la casa paterna, de rango nobiliario, para reunirse con un grupo de hombres mendicantes y desarrapados, liderado por un tal Francisco, que si bien ya no tenían mala fama en Asís, no se entendía muy bien de qué iban por la vida. Clara deja su casa para vivir según el Evangelio de Jesús, pero sin saber qué programa, qué proyecto iba a seguir para encarnar el Evangelio.

Su decisión, consciente y libre, implicaba no sólo dejar una vida cómoda y segura, sino también elegir un futuro incierto, es decir: rechazar un matrimonio y, por lo tanto, hasta la más mínima presión del exterior para escoger marido; enfrentarse a la propia familia, que se opuso con fuerza a su decisión; renunciar a la herencia a la que tenía derecho; pasar a otra categoría social, más baja, muy inferior de la que le correspondía por nacimiento, que avergonzaba a sus familiares por el desprestigio que les acarreaba ante toda la comarca.

La voluntad de Clara por afirmarse en sus anhelos más profundos, también se manifiesta en su búsqueda para concretar su vocación de seguir las huellas de Jesús. Ni la vida monástica con las benedictinas de San Pablo (cerca de Asís), ni la vida en la comunidad de mujeres penitentes de Santo Ángel de Panzo, le convencen, y, tras una breve estancia, abandona ambos lugares, para pasar a San Damián, en Asís. Allí, con un pequeño grupo de mujeres, empezó una vida inspirada en el Evangelio, que se concretaba en una vida familiar con Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y con las hermanas, inmersa en la oración y contemplación y en la más extrema pobreza. La «Forma de vida», muy breve, que les dio Francisco, iluminaba este género de vida.

Cuando los diferentes papas que se fueron sucediendo en la sede de Pedro y los cardenales «protectores» presionaron a Clara para que aceptase propiedades, porque ellos entendían que unas mujeres que vivían entregadas a la oración y la contemplación, entre cuatro paredes, no podían sobrevivir ni servir a Dios si no poseían unos recursos materiales con los que mantenerse, Clara permaneció firme en su propósito de vivir pobre y sin privilegios, y así se lo hizo saber en diferentes ocasiones al Santo Padre y al cardenal. Imagínense los diálogos entre una mujer y un papa o un cardenal. Los interlocutores tan desiguales por tantas razones: varón - mujer, sacerdote - laica, un instruido «universitario» - «una bachiller», la suma autoridad de la Iglesia - una fiel convencida...

No conocemos esos diálogos en detalle, pero sí sabemos que Clara, en su propósito de seguir a Cristo pobre, consiguió arrancarle el Privilegio de la pobreza a Inocencio III (1216) y después su confirmación a Gregorio IX (1228). Se trata de un monstruo jurídico, es decir, una institución jurídica extraña, nunca vista, y que provoca el asombro: el privilegio de no tener privilegios, ni estar obligadas a aceptarlos. El mismo Inocencio quedó perplejo ante la petición insistente de Clara. Gregorio IX, que tenía en gran estima a Clara, no estaba para nada convencido de este Privilegio, así «al intentar convencerla de que se aviniese a tener algunas posesiones, que él mismo le ofrecía con liberalidad en previsión de eventuales circunstancias y de los peligros de los tiempos, Clara se le resistió con ánimo esforzadísimo y de ningún modo accedió. Y cuando el Pontífice le responde: "Si temes por el voto, Nos te desligamos del voto". Le dice ella: "Santísimo Padre, a ningún precio deseo ser dispensada del seguimiento indeclinable de Cristo"» (LCl 14).

La resistencia de Clara, su firmeza y su lucha, también se desplegó para conseguir una Regla propia, una forma de vida que recogiese el carisma que les había concedido Dios por medio de Francisco de Asís. Fue una batalla larga y no exenta de dolor. Tuvo que aceptar la profesión de la Regla de San Benito, hasta que, después de muchos años, consiguió que pudiesen profesar la Regla de San Francisco, aunque debían seguir unas normas establecidas por el Papa; y no dejó de luchar por sus convicciones, hasta que, el 9 de agosto de 1253, dos días antes de su muerte, consiguió la aprobación de su Regla.

Clara de Asís es la primera mujer en la historia de la Iglesia que escribe una Regla, y además consigue que le sea aprobada con una bula papal, un dato que lo dice todo acerca de su autonomía, vigor, entereza, madurez y capacidad de iniciativa.

La capacidad de esta mujer para afirmarse en medio de los varones y ante la jerarquía eclesiástica, no nace de una falsa autosuficiencia, o de un inútil narcisismo, ni mucho menos de una determinada ideología de género, rasgos de nuestra época, muy distantes de Clara. Tampoco se trata de empecinamiento o cabezonería por parte de Clara.

Su vigor y su decidida afirmación nacen del convencimiento de sentirse llamada por Dios a vivir entregada totalmente a él. Vocación discernida, contrastada con el parecer de otras personas, de los hermanos: Francisco, León, Elías... No es capricho o sugestión de una alocada, ni tampoco interés de imponer sus propias ideas.

El vigor de Clara y su afirmación no desembocan en tiranía o fanatismo sino que, todo lo contrario, generan amor y servicio. Ella era maternal, tierna, cariñosa, bondadosa, consoladora, compasiva con las hermanas, especialmente para con las enfermas y necesitadas. Se preocupaba por todas y a todas servía. No le gustaba mandar, le costaba dar órdenes, prefería hacer ella las cosas antes que mandarlas; sólo aceptó el oficio de abadesa después de muchos ruegos de Francisco, que casi tuvo que obligarla. Su pedagogía, como la de Francisco, se guía por el principio del ejemplo. En su Regla, las situaciones de necesidad «no conocen ley», no se regulan por unas normas rígidas.

[Cf. el texto completo en Selecciones de Franciscanismo n. 116, 2010, 271-280]

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