Por Miguel Ángel Lavilla Martín, OFM
La salud física de Clara, estuvo enferma casi
la mitad de su vida, parece desmentir o poner en tela de juicio que ella fuese
una mujer fuerte. Sin embargo, su biografía nos revela a una mujer de
personalidad vigorosa, firme, madura, decidida, cálida y entrañable.
La biografía de Clara es la historia de su
lucha por afirmarse como mujer y como creyente cristiana, con convicciones y
criterios propios, en medio de una sociedad y de una Iglesia regidas por
varones y por normas que se suponían inamovibles.
Así, cuando tenía unos 18 años abandona la
casa paterna, de rango nobiliario, para reunirse con un grupo de hombres
mendicantes y desarrapados, liderado por un tal Francisco, que si bien ya no
tenían mala fama en Asís, no se entendía muy bien de qué iban por la vida.
Clara deja su casa para vivir según el Evangelio de Jesús, pero sin saber qué
programa, qué proyecto iba a seguir para encarnar el Evangelio.
Su decisión, consciente y libre, implicaba no
sólo dejar una vida cómoda y segura, sino también elegir un futuro incierto, es
decir: rechazar un matrimonio y, por lo tanto, hasta la más mínima presión del
exterior para escoger marido; enfrentarse a la propia familia, que se opuso con
fuerza a su decisión; renunciar a la herencia a la que tenía derecho; pasar a
otra categoría social, más baja, muy inferior de la que le correspondía por
nacimiento, que avergonzaba a sus familiares por el desprestigio que les
acarreaba ante toda la comarca.
La voluntad de Clara por afirmarse en sus
anhelos más profundos, también se manifiesta en su búsqueda para concretar su
vocación de seguir las huellas de Jesús. Ni la vida monástica con las
benedictinas de San Pablo (cerca de Asís), ni la vida en la comunidad de
mujeres penitentes de Santo Ángel de Panzo, le convencen, y, tras una breve
estancia, abandona ambos lugares, para pasar a San Damián, en Asís. Allí, con
un pequeño grupo de mujeres, empezó una vida inspirada en el Evangelio, que se concretaba
en una vida familiar con Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y con las
hermanas, inmersa en la oración y contemplación y en la más extrema pobreza. La
«Forma de vida», muy breve, que les dio Francisco, iluminaba este género
de vida.
Cuando los diferentes papas que se fueron
sucediendo en la sede de Pedro y los cardenales «protectores» presionaron a
Clara para que aceptase propiedades, porque ellos entendían que unas mujeres
que vivían entregadas a la oración y la contemplación, entre cuatro paredes, no
podían sobrevivir ni servir a Dios si no poseían unos recursos materiales con
los que mantenerse, Clara permaneció firme en su propósito de vivir pobre y sin
privilegios, y así se lo hizo saber en diferentes ocasiones al Santo Padre y al
cardenal. Imagínense los diálogos entre una mujer y un papa o un cardenal. Los
interlocutores tan desiguales por tantas razones: varón - mujer, sacerdote -
laica, un instruido «universitario» - «una bachiller», la suma autoridad de la
Iglesia - una fiel convencida...
No conocemos esos diálogos en detalle, pero sí
sabemos que Clara, en su propósito de seguir a Cristo pobre, consiguió
arrancarle el Privilegio de la pobreza a Inocencio III (1216) y después
su confirmación a Gregorio IX (1228). Se trata de un monstruo jurídico, es
decir, una institución jurídica extraña, nunca vista, y que provoca el asombro:
el privilegio de no tener privilegios, ni estar obligadas a aceptarlos. El
mismo Inocencio quedó perplejo ante la petición insistente de Clara. Gregorio
IX, que tenía en gran estima a Clara, no estaba para nada convencido de este
Privilegio, así «al intentar convencerla de que se aviniese a tener algunas
posesiones, que él mismo le ofrecía con liberalidad en previsión de eventuales
circunstancias y de los peligros de los tiempos, Clara se le resistió con ánimo
esforzadísimo y de ningún modo accedió. Y cuando el Pontífice le responde:
"Si temes por el voto, Nos te desligamos del voto". Le dice ella:
"Santísimo Padre, a ningún precio deseo ser dispensada del seguimiento indeclinable
de Cristo"» (LCl 14).
La resistencia de Clara, su firmeza y su
lucha, también se desplegó para conseguir una Regla propia, una forma de vida
que recogiese el carisma que les había concedido Dios por medio de Francisco de
Asís. Fue una batalla larga y no exenta de dolor. Tuvo que aceptar la profesión
de la Regla de San Benito, hasta que, después de muchos años, consiguió que
pudiesen profesar la Regla de San Francisco, aunque debían seguir unas normas
establecidas por el Papa; y no dejó de luchar por sus convicciones, hasta que,
el 9 de agosto de 1253, dos días antes de su muerte, consiguió la aprobación de
su Regla.
Clara de Asís es la primera mujer en la
historia de la Iglesia que escribe una Regla, y además consigue que le sea
aprobada con una bula papal, un dato que lo dice todo acerca de su autonomía,
vigor, entereza, madurez y capacidad de iniciativa.
La capacidad de esta mujer para afirmarse en
medio de los varones y ante la jerarquía eclesiástica, no nace de una falsa
autosuficiencia, o de un inútil narcisismo, ni mucho menos de una determinada
ideología de género, rasgos de nuestra época, muy distantes de Clara. Tampoco
se trata de empecinamiento o cabezonería por parte de Clara.
Su vigor y su decidida afirmación nacen del
convencimiento de sentirse llamada por Dios a vivir entregada totalmente a él.
Vocación discernida, contrastada con el parecer de otras personas, de los
hermanos: Francisco, León, Elías... No es capricho o sugestión de una alocada,
ni tampoco interés de imponer sus propias ideas.
El vigor de Clara y su afirmación no
desembocan en tiranía o fanatismo sino que, todo lo contrario, generan amor y
servicio. Ella era maternal, tierna, cariñosa, bondadosa, consoladora,
compasiva con las hermanas, especialmente para con las enfermas y necesitadas.
Se preocupaba por todas y a todas servía. No le gustaba mandar, le costaba dar
órdenes, prefería hacer ella las cosas antes que mandarlas; sólo aceptó el
oficio de abadesa después de muchos ruegos de Francisco, que casi tuvo que
obligarla. Su pedagogía, como la de Francisco, se guía por el principio del
ejemplo. En su Regla, las situaciones de necesidad «no conocen ley», no se
regulan por unas normas rígidas.
[Cf.
el texto completo en Selecciones de Franciscanismo n. 116,
2010, 271-280]
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