Queridos
hermanos y hermanas:
La
liturgia del tercer domingo de Cuaresma nos presenta el tema de la conversión.
En la primera lectura, tomada del Libro del Éxodo, Moisés, mientras
pastorea su rebaño, ve una zarza ardiente, que no se consume. Se acerca para
observar este prodigio, y una voz lo llama por su nombre e, invitándolo a tomar
conciencia de su indignidad, le ordena que se quite las sandalias, porque ese
lugar es santo. «Yo soy el Dios de tu padre -le dice la voz- el Dios de
Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob»; y añade: «Yo soy el que soy» (Ex
3,6.14). Dios se manifiesta de distintos modos también en la vida de cada uno
de nosotros. Para poder reconocer su presencia, sin embargo, es necesario que
nos acerquemos a él conscientes de nuestra miseria y con profundo respeto. De
lo contrario, somos incapaces de encontrarlo y de entrar en comunión con él. Como
escribe el Apóstol san Pablo, también este hecho fue escrito para escarmiento
nuestro: nos recuerda que Dios no se revela a los que están llenos de
suficiencia y ligereza, sino a quien es pobre y humilde ante él.
En el
pasaje del Evangelio de hoy, Jesús es interpelado acerca de algunos hechos
luctuosos: el asesinato, dentro del templo, de algunos galileos por orden de
Poncio Pilato y la caída de una torre sobre algunos transeúntes (cf. Lc
13,1-5). Frente a la fácil conclusión de considerar el mal como un efecto del
castigo divino, Jesús presenta la imagen verdadera de Dios, que es bueno y no
puede querer el mal, y poniendo en guardia sobre el hecho de pensar que las
desventuras sean el efecto inmediato de las culpas personales de quien las
sufre, afirma: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los
demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os
convertís, todos pereceréis del mismo modo» (Lc 13,2-3). Jesús invita a hacer
una lectura distinta de esos hechos, situándolos en la perspectiva de la
conversión: las desventuras, los acontecimientos luctuosos, no deben suscitar
en nosotros curiosidad o la búsqueda de presuntos culpables, sino que deben
representar una ocasión para reflexionar, para vencer la ilusión de poder vivir
sin Dios, y para fortalecer, con la ayuda del Señor, el compromiso de cambiar
de vida.
Frente
al pecado, Dios se revela lleno de misericordia y no deja de exhortar a los
pecadores para que eviten el mal, crezcan en su amor y ayuden concretamente al
prójimo en situación de necesidad, para que vivan la alegría de la gracia y no
vayan al encuentro de la muerte eterna. Pero la posibilidad de conversión exige
que aprendamos a leer los hechos de la vida en la perspectiva de la fe, es
decir, animados por el santo temor de Dios. En presencia de sufrimientos y
lutos, la verdadera sabiduría es dejarse interpelar por la precariedad de la
existencia y leer la historia humana con los ojos de Dios, el cual, queriendo
siempre y solamente el bien de sus hijos, por un designio inescrutable de su
amor, a veces permite que se vean probados por el dolor para llevarles a un
bien más grande.
Queridos
amigos, recemos a María santísima, que nos acompaña en el itinerario cuaresmal,
a fin de que ayude a cada cristiano a volver al Señor de todo corazón. Que
sostenga nuestra decisión firme de renunciar al mal y de aceptar con fe la
voluntad de Dios en nuestra vida.
[Después
del Ángelus] Este tiempo de Cuaresma es un periodo favorable para que tanto
padres como hijos os dirijáis al Señor, para presentarle vuestras alegrías y
vuestras penas, vuestras esperanzas y vuestras tristezas y pedirle que os
acompañe cada día. Os invito a redescubrir el sentido de la oración familiar y
a mantener así una relación de amistad con Dios. Que la Virgen María ayude a
todas las familias, sobre todo a las que pasan dificultades, a no desesperar
nunca del amor de su Hijo.
La
Cuaresma es una ocasión propicia para renunciar al egoísmo y la
superficialidad, para elevar fervientes plegarias al Señor, intensificar la
escucha de su Palabra, participar más dignamente en los sacramentos e
incrementar las obras de misericordia y caridad hacia todos los que sufren. Que
la Virgen María ayude con su materna intercesión al pueblo cristiano en este
tiempo santo a seguir con mayor fidelidad a su Hijo Jesucristo, que espera
siempre frutos de conversión y de santidad de vida.
Benedictus PP. XVI
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