sábado, 4 de febrero de 2012

Espíritu y vida de oración de San Francisco (I)

Por Francisco Javier Toppi, o.f.m.cap.

El espíritu y la vida de oración parten de una moción del Espíritu Santo, en virtud de la cual el hombre interior escucha la voz de Dios, que habla en su corazón. Y así, las maravillas que se cuentan de la oración de Francisco son fruto de los dones del Espíritu Santo, que le convirtieron en un hombre nuevo en Cristo y le confirieron la gracia singular de la oración mística, como principio transformante y eficiente de su nuevo ser.

De hecho, según las fuentes biográficas primitivas, la gracia que determina la santidad de Francisco se basa en su experiencia inefable de la divina dulzura, es decir, en el don de la sabiduría que generosa y sobreabundantemente le comunicó el Paráclito desde el comienzo mismo de su conversión (cf. 1 Cel 4-7).

Consiguientemente, las virtudes que florecieron en él y, sobre todo, su ardentísimo espíritu de oración se explican psicológica y teológicamente por la comunicación del don de sabiduría con la que le colmó el Espíritu Santo, sumergiendo su alma en el gozo del amor divino. A quien comprenda y experimente esta gracia preliminar, le parecerá consecuente y lógico cuanto Francisco enseña y hace en su intercomunicación con Dios, en su oración.

a) El testimonio de sus escritos

En el Nuevo Testamento aparece el espíritu de oración, la oración continua, como ley común de los cristianos y condición existencial de los creyentes. Francisco expone en sus escritos esta misma ley y condición existencial común y la recomienda casi siempre también con palabras llenas de sabiduría divina. Así, por ejemplo, en la Regla no bulada dice: «Todos los hermanos aplíquense a sudar en las buenas obras, porque está escrito: Haz siempre algo bueno, para que el diablo te encuentre ocupado. Y de nuevo: La ociosidad es enemiga del alma. Por eso, los siervos de Dios deben perseverar siempre en la oración o en alguna obra buena» (1 R 7,10-12).

En capítulo 22 de la misma Regla Francisco nos descubre, con una serie de citas bíblicas, su propia vida teologal cuando propone: «Hermanos todos, guardémonos mucho de perder o apartar del Señor nuestra mente y corazón so pretexto de alguna merced u obra o ayuda... y hagámosle siempre allí habitación y morada a aquel que es Señor Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, que dice: Vigilad, pues, orando en todo tiempo, para que seáis considerados dignos de huir de todos los malesque han de venir, y de estar en pie ante el Hijo del Hombre. Y cuando estéis de pie para orar decid: Padre nuestro, que estás en el cielo. Y adorémosle con puro corazón, porque es preciso orar siempre y no desfallecerpues el Padre busca talesadoradores. Dios es espíritu, y los que lo adoran es preciso que lo adoren en espíritu y verdad» (1 R 22,25.27-31).

Y en el capítulo 23 también de la Regla no bulada introduce una oración ardiente, que es como una descripción de la vida franciscana en forma de alabanza: «Por consiguiente, nada deseemos, nada queramos, nada nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el solo verdadero Dios, que es pleno bien, todo bien, total bien, verdadero y sumo bien, que es el solo bueno, piadoso, manso, suave y dulce, que es el solo santo, justo, verdadero, santo y recto... Por consiguiente, que nada impida, que nada separe, que nada se interponga. En todas partes, en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, diariamente y de continuo, todos nosotros creamos verdadera y humildemente, y tengamos en el corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y ensalcemos sobremanera, magnifiquemos y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno, Trinidad y Unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos los que creen y esperan en él y lo aman...» (1 R 23,9-11).

En la Carta a todos los Fieles existe también un pasaje donde podemos encontrar expuesta esta misma doctrina con expresiones casi idénticas.

Estas citas nos revelan la irradiación del don de sabiduría, gracias al cual Francisco experimentó íntimamente a Dios como gozo inefable del corazón, que le absorbía por completo en la comunión de la vida trinitaria.

Por eso no tiene nada de extraño el hecho de que Francisco haga consistir la bienaventuranza de los limpios de corazón (Mt 5,8) en buscar continuamente, en adorar y contemplar al Señor Dios vivo y verdadero (Adm 16). Como tampoco es extraño que declare el «desear sobre todas las cosas tener el Espíritu del Señor y su santa operación, orar siempre a él con puro corazón...» (2 R 10,8-9) como la sabiduría suprema, y establezca la primacía absoluta del espíritu de la santa oración y devoción, «al cual todas las demás cosas temporales deben servir» (2 R 5,2), como norma fundamental.

Fuente: Directorio Franciscano, Enciclopedia Franciscana: [Cf. Selecciones de Franciscanismo, vol. III, n. 7 (1974) 24-26]

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