domingo, 12 de febrero de 2012

Espíritu y vida de oración de San Francisco (IX)


Por Francisco Javier Toppi, OFMCap

Unidad entre la vida de oración y la vida apostólica

Por este camino de la oración personal, y solamente por él, llegaremos a la vida apostólica, vocación propia y completa de los hermanos menores. No es ya tiempo de restablecer oposición, ni de entablar polémicas entre la vida de oración y la vida activa. El Vaticano II lo excluye explícitamente y nos manda volver a la unidad de la vida apostólica, que viene a ser la síntesis de la oración y de la acción (cf. Perfectae caritatis, 5 y 8).

Con todo, en la práctica permanece el problema de cómo armonizar la oración y la acción, problema ya advertido por Francisco y que él solucionó con su propósito primordial y supremo de imitar a Cristo (cf. LM 12,1).

Siguiendo, pues, el ejemplo de Cristo, Francisco combinó al mismo tiempo la oración continua con el ardor apostólico, haciendo que se reanimaran mutuamente. Revestir, imitar, vivir a Cristo equivale para Francisco a dedicarse sin descanso a la contemplación y a entregar su vida por los hermanos. Esto es lo que nos enseña Francisco. Y el Vaticano II nos dice: «Por tanto, los presbíteros conseguirán la unidad de su vida uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre y en el don de sí mismos por el rebaño que les ha sido confiado... Pero esto no puede lograrse si los sacerdotes mismos no penetran, por la oración, cada vez más íntimamente en el misterio de Cristo» (Presbyterorum Ordinis, 14).

Al Concilio le ha parecido necesario hacer esta afirmación. También a san Francisco le pareció necesario hacerla y se ha de encomendar muy encarecidamente a los hermanos su puesta en práctica, vivificando el ministerio apostólico con el espíritu de oración. A este propósito se podrían aducir muchos testimonios. Así puede consultarse 1 Cel 91; 2 Cel 163-164; LM 7,1 y 9,4; TC 55... Nosotros nos limitaremos a recordar el conocido testimonio de Celano sobre la intimidad de Francisco con Jesús: «Bien lo saben cuantos hermanos convivieron con él: qué a diario, qué de continuo traía en sus labios la conversación sobre Jesús; qué dulce y suave era su diálogo; qué coloquio más tierno y amoroso mantenía. De la abundancia del corazón hablaba su boca, y la fuente de amor iluminado que llenaba todas sus entrañas, bullendo saltaba fuera. ¡Qué intimidades las suyas con Jesús! Jesús en el corazón, Jesús en los labios, Jesús en los oídos, Jesús en los ojos, Jesús en las manos, Jesús presente siempre en todos sus miembros» (1 Cel 115).

Estupendo cántico, expresión fiel del espíritu de san Francisco y modelo de auténtica vida apostólica, que deberíamos entonar en todo momento y en todas partes, con corazón sincero y ánimo alegre. ¡Este es nuestro ideal a realizar!

Fuente: Directorio Franciscano, Enciclopedia Franciscana: [Cf. Selecciones de Franciscanismo, vol. III, n. 7 (1974) 33-34]

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