jueves, 9 de febrero de 2012

Espíritu y vida de oración de San Francisco (VI)


Por Francisco Javier Toppi, OFMCap

La vida litúrgica. La liturgia eucarística

«La Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana su fuerza» (Sacrosanctum Concilium, 10). Veamos, pues, brevemente las enseñanzas e insinuaciones de san Francisco en torno a la renovación de la vida litúrgica.


Celano escribe en su Vida II de san Francisco: «Ardía en fervor, que le penetraba hasta la médula, para con el sacramento del cuerpo del Señor, admirando locamente su cara condescendencia y su condescendiente caridad. Juzgaba notable desprecio no oír cada día, a lo menos, una misa, pudiendo oírla. Comulgaba con frecuencia y con devoción tal, como para infundirla también en los demás. Como tenía en gran reverencia lo que es digno de toda reverencia, ofrecía el sacrificio de todos los miembros, y al recibir al Cordero inmolado inmolaba también el alma en el fuego que le ardía de continuo en el altar del corazón. Por esto amaba a Francia, por ser devota del cuerpo del Señor; y deseaba morir allí, por la reverencia en que tenían el sagrado misterio» (2 Col 201).

Y en la Carta a toda la Orden dice el mismo san Francisco: «Amonesto por eso y exhorto en el Señor que, en los lugares en que moran los hermanos, se celebre solamente una misa por día, según la forma de la santa Iglesia. Y si en un lugar hubiera muchos sacerdotes, que el uno se contente, por amor de la caridad, con oír la celebración del otro sacerdote; porque el Señor Jesucristo colma a los presentes y a los ausentes que son dignos de él. El cual, aunque se vea que está en muchos lugares, permanece, sin embargo, indivisible y no conoce detrimento alguno, sino que, siendo uno en todas partes, obra como le place con el Señor Dios Padre y el Espíritu Santo Paráclito por los siglos de los siglos. Amén» (CtaO 30-33).

Conviene enmarcar en su contexto histórico cuanto aquí se prescribe. En aquel tiempo se daban frecuentes abusos de sacerdotes que celebraban muchas misas al día por razón del estipendio, y había peligro de que se introdujera este abuso en los lugares donde moraban los frailes, pues ya estaban formadas las fraternidades locales y había muchos sacerdotes.

Francisco trata seriamente de excluir dicho peligro. Su argumentación es hermosa y profunda: los frutos del Sacrificio Eucarístico no se perciben por el mero hecho de multiplicar celebraciones, sino conforme a la medida de la caridad fraterna, de la humildad y de la unión con el único Sacerdote, Jesucristo. Francisco no pone en tela de juicio la celebración diaria de la misa, que considera es la práctica existente en los lugares donde moraban frailes, sino que recomienda lo que más apreciaba él, la necesidad de celebrar la Eucaristía como signo genuino de caridad y de unión de los hermanos en Cristo.

Dentro de la Liturgia Eucarística se inserta la Liturgia de la Palabra, celebrada actualmente por la Iglesia con el honor debido y profesando a dicha Palabra el mismo culto que al Cuerpo del Señor (cf. Dei Verbum, 2).

Así es como pensaba también Francisco, y puso en práctica y predicó con celo esta doctrina. En efecto, siempre que trata de la reverencia al Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, escribe con idéntico fervor y casi con las mismas expresiones acerca del respeto «hacia los santísimos nombres del Señor y sus palabras escritas».

El hecho significativo, relatado por sus biógrafos, de que cuando no podía participar en la misa procuraba que se le leyera el texto evangélico del día (cf. LP 87; EP 117), nos revela en qué grado equiparaba la Palabra con el Sacramento, ya que se sentía tan unido a Cristo cuando oía su Palabra que cuando participaba en el Sacrificio Eucarístico. De ello podemos deducir el sentido pleno con que celebraba la Liturgia y cómo extraía alimento para su vida de oración de las fuentes bíblicas y litúrgicas.

Fuente: Directorio Franciscano, Enciclopedia Franciscana: [Cf. Selecciones de Franciscanismo, vol. III, n. 7 (1974) 29-30]

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