sábado, 18 de febrero de 2012

La Meditación Franciscana (III)


Por Octaviano Schmucki, o.f.m.cap.

«Método» de la oración franciscana (II)

Basándonos en lo que conocemos de Francisco se puede afirmar, sin miedo a errar, que su oración contemplativa fue eminentemente afectiva. Sin preocuparse de conclusiones lógicas o de elegancia lingüística, acumulaba una serie interminable de atributos y adjetivos con los cuales alababa, adoraba, daba gracias e invocaba a Dios.

No hay duda de que las oraciones del santo contenidas en sus Escritos son, de manera especial, testimonios de su contemplación. Esta es la razón por la cual nos es posible captar los afectos o alusiones dominantes de su diálogo interior con Dios. Las notas dominantes de su oración fueron: adoración reverente, alabanza extasiada y conmovida acción de gracias, mientras que la petición, cuyo objeto eran siempre gracias espirituales, ocupaba un segundo lugar.

Creo oportuno citar aquí una de sus oraciones, para hacernos una idea más concreta de lo que estoy diciendo. Al final de laCarta a toda la Orden se lee: «Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, danos a nosotros, miserables, hacer por ti mismo lo que sabemos que tú quieres, y siempre querer lo que te place, para que, interiormente purificados, interiormente iluminados y abrasados por el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y por sola tu gracia llegar a ti, Altísimo, que, en Trinidad perfecta y en simple Unidad, vives y reinas y eres glorificado, Dios omnipotente, por todos los siglos de los siglos. Amén» (CtaO 50-52).

El objeto principal de esta petición, dirigida a Dios Padre, es el ideal mismo de la vida menor: seguir lo más generosamente posible las huellas de Cristo, la vida evangélica, vivida hasta sus últimas consecuencias, a la luz iluminadora del Espíritu Santo. De su forma de conversar con Dios se evidencia, además, el carácter eminentemente teologal de su oración. Francisco abre el corazón y el centro de su persona a Dios omnipotente y misericordioso, en un arrojo de fe, de esperanza y de caridad. Conviene destacar también otra característica de la oración de Francisco: su ilimitada humildad, indicada aquí con la invocación «danos a nosotros, miserables». Comparado con la grandeza y santidad infinitas de Dios, no puede menos de considerarse un gusano, una nulidad absoluta. Es su vivencia de la minoridad en la oración.

Se podría comparar a Francisco en diálogo con Dios con un experto organista, que consigue expresar con el teclado y los registros lo que vive y siente interiormente. Determinados acordes y motivos se repiten siempre, pero sin cansar a quienes escuchan el concierto. Así, Francisco, verdadero artista del espíritu, maneja, a impulsos de la gracia, una variada gama de actos y afectos en los cuales se revela y se encarna su amor.

En la oración del santo, ya desde el comienzo de su conversión, se daba innato el carácter místico-experimental. La dulzura divina lo asombraba de tal modo, que el contacto con Dios se convertía en experiencia pasiva más que fruto de sus esfuerzos. Con el avanzar de sus ascensiones espirituales, esta característica sobresale cada vez más, sin anular por ello su libertad, ni disminuir su empeño personal. Con el tiempo, su oración se simplificó progresivamente hasta reducirse a una visión prolongada y estática de Dios y sus misterios. Esto mismo parece que quiera afirmar el biógrafo cuando escribe que, en el Alverna, con «la continua oración y frecuente contemplación», había conseguido «la divina familiaridad» (1 Cel 91). Sin pretenderlo, Francisco revela también un rasgo suyo biográfico cuando habla en la primera Admonición de un «contemplar con ojos espirituales», al modo de los Apóstoles, los cuales, a través de la humanidad santísima de Cristo, llegaron a la fe en su naturaleza divina. Una vez alcanzada esta situación sublime, la oración mental se transforma en contemplación mística. Los ojos de la fe, iluminados por el Espíritu Santo, penetran a través del velo del misterio y admiran por un instante, con desbordante alegría, lo que Dios se ha dignado manifestar de sí.

Queda por resaltar un último estadio, típico de la meditación de san Francisco: el impulso que sacó de ella para su vida. Francisco se sentía impulsado a encarnar en su propia vida las inspiraciones divinas recibidas en la oración. Dice en elTestamento: «Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me ensañaba qué debería hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo hice que se escribiera en pocas palabras y sencillamente, y el señor Papa me lo confirmó» (Test 14-15).

Para Francisco, por tanto, el encuentro con Dios en la oración no fue solamente una práctica piadosa con finalidad en sí misma, sino una continua interdependencia entre el orar y el actuar, que constituían en él una unidad indisoluble, en virtud de la cual la oración se convertía en acción y la vida en oración.

[Cf. Selecciones de Franciscanismo, vol. III, n. 7 (1974) 47-48]

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