Hoy el evangelio nos narra un día cualquiera de Jesús: predica, cura enfermos, enseña sobre la cercanía del Reino de Dios. Sale de la Sinagoga con sus discípulos y se dirige a casa de Pedro. Igual que mucho de nosotros- nosotras que terminada la Eucaristía dominical iremos a casa a de algún amigo o de un familiar a comer. La gente se reúne en domingo. Es el día en que tenemos más tiempo para estar con las personas que queremos.
Jesús hace lo mismo llega a la casa de Pedro. Y se da cuenta de que su suegra lleva un tiempo acostado en cama por la fiebre, sin duda por una altísima fiebre, porque ninguna mujer se queda en cama a menos que este verdaderamente enferma. Él le da la mano y la fiebre desaparece. Luego comen y hablan. Ahora bien, hay muchos enfermos que esperan que Jesús les cure y consuele. Y él lo hace. Pasa el tiempo haciendo el bien…
Y así pasó la tarde y llegó el momento de irse a descansar, de irse a la cama. Y, sin duda, Jesús lo hizo, porque el evangelista Marcos nos dice que se levantó muy temprano…y se fue a orar. Acudió a hablar con su Padre como hacia muchas veces busco un lugar tranquilo y despoblado. Pienso que Jesús contaría al Padre lo que ocurrió el día anterior. Tal vez, y a pesar de sus deseos de servir a todos, sintió agobio por la cantidad de enfermos y enfermas que le presentaron o por los hermanos - hermanas que todavía esperaban sus manos que curan y su voz que consuela.
En eso, como Job, hizo lo que tenía que hacer y lo que debemos hacer nosotros. Exponerle a Dios la situación, problemas y ventajas, dolores y gozos, éxitos y ¿por qué no? También los fracasos. Considero que esa es la gran enseñanza de hoy; descubrir la importancia de la oración comunitaria, que nos permite hablarle a Dios de las necesidades de los que nos rodean y pedirle con humildad y sencillez que los ayude…
¿Te animas?
P. Rubén A. González Medina, c.m.f.
Obispo de la Diócesis de Caguas
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