jueves, 23 de febrero de 2012

Hacia Dios por la penitencia (IV)


Por Kajetan Esser, o.f.m.

Vida «sin nada propio» (I)

¿Adónde conduce, «contando con la gracia del Omnipotente», el camino de renuncia de sí mismo y de penitencia?

En esta forma de vida se realiza el ideal franciscano de «vivir sin nada propio», con lo que el hermano menor se convierte ante Dios en un expropiado voluntario. En Francisco la pobreza interior y exterior es la forma básica de todo comportamiento religioso en general. Veamos, por ejemplo, con qué sencillez se expresa en el Saludo a las virtudes: «Nadie hay absolutamente en el mundo entero que pueda poseer a una de vosotras si antes no muere» (SalVir 5). Morir significa aquí negarse a sí mismo, no retener nada para sí, ser enteramente puro, vivir en pobreza interior y exterior. Sólo en esta muerte puede llegar a consumarse nuestra vida religiosa, nuestra vida de entrega absoluta a Dios. Sólo a través de esa desapropiación y desprendimiento, sólo a través de esa pobreza, será posible hacer vacío en nosotros mismos para que libremente y sin obstáculo pueda derramarse el amor de Dios:

«En la santa caridad que es Dios -dice Francisco-, ruego a todos los hermanos, tanto a los ministros como a los otros, que, removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación y solicitud, como mejor puedan, sirvan, amen, honren y adoren al Señor Dios, y háganlo con limpio corazón y mente pura, que es lo que Él busca por encima de todo; y hagamos siempre en ellos habitación y morada a Aquel que es el Señor Dios omnipotente, Padre, Hijo, y Espíritu Santo» (1 R 22,26-27).

Estas palabras son el fruto de una experiencia del amor de Dios, que se entrega al hombre tanto más abundantemente cuanto éste sea más puro, e interior y exteriormente más pobre. Cierto día, en que el joven Francisco estaba orando, le fue revelado este misterio: «Francisco -le dice Dios en espíritu-, lo que has amado carnal y vanamente, cámbialo ya por lo espiritual, y, tomando lo amargo por dulce, despréciate a ti mismo, si quieres conocerme, porque sólo a ese cambio saborearás lo que te digo» (2 Cel 9). Palabras a las que conformó su vida con absoluta fidelidad, y que contienen ya en germen toda su experiencia ulterior: el que realmente desea sentir a Dios y conocerle, debe menospreciarse y negarse a sí mismo; el hombre debe renunciar a todo amor propio y egoísta. Se trata, en el fondo, de estructurar y organizar la vida de forma diferente, basculando en Dios y no en el hombre (CtaO 30-37).

Todo esto parecerá amargo al hombre viejo; sin embargo, el hombre nuevo, que vive según Dios, hallará alegría en ello; esa alegría que Francisco evocó poco antes de morir: cuando, en respuesta a la llamada de Dios, negándome totalmente a mí mismo, me puse al servicio de los leprosos, «aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y de cuerpo» (Test 3).

[K. Esser, Temas espirituales. Oñate 1980, pp. 55-56]


No hay comentarios.:

Publicar un comentario